El resentimiento social
El filósofo alemán Peter Sloterdijk en su obra Tiempo e Ira describe a la perfección el peligro inherente al populismo; su tendencia a explorar las posibilidades políticas que ofrece el resentimiento social como palanca desde la que accionar su programa político.
La envidia
La envidia es un sentimiento humano que tiene connotaciones políticas evidentes, como pueden encontrarse en el relato bíblico sobre Caín y Abel o en la propia constitución fenoménica del propio sentimiento, como muy bien destaca el filósofo alemán Max Scheler.
El que envidia ve en la posesión de un bien o una ventaja por parte de otro a causa última de su infelicidad, lo que le lleva a exigir una reparación. Como muy bien apunta Sloterdijk en su ensayo (apoyándose en Nietzsche), el iracundo es aquel que no se “guarda “ su ira , sino que la exterioriza.
En cambio el envidioso es presa de su resentimiento, “guarda” y “custodia” su ira , y no la dirige contra objetos específicos , si no contra “un universo de desconocidos”.
El envidioso se transforma , según Sloterdijk, en un “resentido” que convierte las injusticias pasadas en una injusticia absoluta que demanda también una venganza absoluta .
El populismo y la envidia
El populismo ve en esta explosión de ira incontrolada una oportunidad de rédito político inmediato, de manera que el populista se convierte en una especie de “banquero” de la ira, que capitaliza el resentimiento, prometiendo devolver ese depósito de frustraciones con intereses, cuando lleve a cabo su programa de gobierno, que se presenta como una especie de versión secularizada de la noción teológica de la ira de dios ( Dies Irae).
El filósofo español Gonzalo Fernández de la Mora (1924-2002) hace un análisis similar de las consecuencias políticas de la envidia, en su célebre ensayo La Envidia Igualitaria, pero partiendo, no de presupuestos nihilistas como Sloterdijk, sino más bien de una visión conservadora y elitista de la realidad social.
Para él , el envidioso no acepta las jerarquías naturales derivadas del trabajo y del talento, de manera que busca una serie de alianzas estratégicas con otros “damnificados” por la jerarquía natural y que son sabiamente explotadas por el demagogo.
Partiendo del análisis que Aristóteles hace de la demagogia en la antigua Grecia, De la Mora analiza en su ensayo la fatal confusión que en el democratismo radical se da entre igualdad y libertad, lo que lleva a condenar por anti-democrática cualquier jerarquía o desigualdad, aunque se base en el talento o el esfuerzo y no sólo a la mala fortuna.
Otros autores como Joseph Eisntein analizan la influencia que en el marxismo o en el feminismo ha tenido la envidia como patología social subyacente en dichas doctrinas. Murray Rothbard ve en el igualitarismo desmedido el caldo de cultivo perfecto para que la envidia social germine.
Visiones acerca de la democracia
En general las visiones sobre la democracia en que se basan las posiciones populistas descansan en una explotación del resentimiento social. Jacques Rancière, pensador postmarxistas y discípulo de Althusser, tiene una visión de la democracia radical muy tributaria de la idea del resentimiento social.
Su visión de la democracia se puede calificar de “estética”, en el sentido primitivo del término en griego que hace referencia a lo “sensible”.
Para Ranciére cualquier ordenación social ( “reparto” en su terminología) puede ser cuestionada por aquellos que han sido “excluidos” de la misma.
La “administración de la desigualdad” (policía) no es verdadera política, sólo lo es el la idea última del cuestionamiento de cualquier ordenación social , institucional o económica.
De ahí que el populista reniegue de cualquier democracia que no lleve implicita un cuestionamiento radical de dicho marco de las relaciones sociales.
El populismo, el liberalismo y el capitalismo
Generalmente el populismo presenta el demoliberalismo como un apéndice institucional del capitalismo, como una institucionalización de estructuras e instituciones cuya única virtualidad residiría en posibilitar la expansión y la reproducción del capital globalizado.
El tradicional posicionamiento en favor del rígido intervencionismo y la planificación económica del comunismo marxista -leninista no se justificaría ya sobre la base del dominio de clase, sino sobre la base de una exigencia democrática.
Los mercados y el capitalismo serían “enemigos” de la democracia real, en la medida en que supeditarían las decisiones políticas a los dictados de lo conveniente para el florecimiento del capitalismo global.
Periodista, licenciado en Derecho y crítico de cine.
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