Cuando por Sevilla se entrevista a alguien con síntomas de depresión, una expresión frecuente es aquella de que “no tengo ganitas de ná”. Se indica mucho con esa sencilla expresión: sin ganas de comer, de salir, de asearse, de tener relaciones sexuales, de vestirse, etc., es decir, “sin ganas de ná”. Muchas veces es el resultado de un modelo de indefensión, modelo por el que alguien alcanza la certeza de que “haga lo que haga es pa ná” (los más salaos dices que eso o aquello es “un pa ná”, o sea que no te molestes, al final todo seguirá igual).
Da la impresión de que muchos españoles ya están en el “pa ná”. Son tantos años de dejar hacer, de pedir a la gente votos y dinero a cambio de inundarles con ocio, pronósticos del tiempo, fútbol (ya todos los días), colectivos marginados, violencias aquí y allá, que han logrado hacer que tantos y tantos españoles vivan en una especie de anestesia patria, mediante la cual es posible hacer con ellos lo que quieran con tal de que no les toquen la cerveza, el fin de semana, los puentes y las vacaciones.
Hoy día, con la libertad de expresión como bandera, Fernando el Católico puede ser un héroe aquí y un malnacido allá. Pero tenemos fin de semana. España puede ser mi patria o una tiranía que te oprime, una nación o una nación de naciones conformada por países de países que forman una multiculturalidad que enriquece al estado de los estados en el contexto multilingüe, multi-religioso y multi-sexual. Así las cosas, la patria ha acabado siendo mi casa y mi coche, mi cerveza y mi móvil. Además, lo de patria suena fatal, carca, borde incluso.
El caso es que han logrado que los españoles crean vivir en una auténtica democracia en la que sentirse bien representados. Y ciertamente hay quien debe estar bien representado, en exceso diría yo. Otros, por el contrario, deben asistir a una debacle moral, a un deterioro ideológico, a un vacío de valores. La pasividad de masas adocenadas, alienadas, va permitiendo una orgía de sinrazón que no escatima en dinamitar cualquier pasado. No se trata de Franco, no. Se trata de España. Esos que tan representados están (¿qué Ley Electoral es la que permite que cuatro gatos tengan en vilo a más de 45 millones de españoles?) viven en un delirio que han trasmitido, vía escuelas y maestros, a la infancia. Infancia que, viviendo en un mundo de opulencia, ha sido criada con mala leche, muy mala leche. La que se agria y genera odio, y jamás se digiere. ¿Qué les dicen?, ¿qué les inculcan?, ¿hay diferencia entre muchachitos catalanes, bandera en ristre, desfilando por las calles y aquello que se llamaba juventudes hitlerianas?, ¿podrán hablar y criticar al frente de juventudes franquista?
Vivimos en pseudo-democracia o para-democracia. La libertad de expresión no lo es para todos por igual. Diga usted tal cosa o diga tal otra en un programa de televisión y verá en qué queda lo de la libertad de expresión.
Se habla de los populismos. En estos momentos, al escribir estas líneas, sabemos que en diversos países están en alza grupos políticos que representan, entre otras cosas, a los antiguos nazis y otros del mismo pelaje. Entra el canguelo. Esos no se andaban con debates interminables. En 1917, en Rusia, también había ocurrido lo mismo, no nos engañemos, lo mismo, pero de otro color. Y en Cuba y en Venezuela y en… Vuelve a suceder, una y otra vez. Las manos a la cabeza nos llevamos cuando grupos populistas, del color que sea, van arrimándose al poder. Pero reflexión hacemos poca. ¿Qué caldo de cultivo generamos con nuestra parsimonia, con nuestra libertad muy mal entendida, con nuestra libre expresión sin respeto al otro? ¿Por qué en aras de esa libertad mal entendida dejamos hacer y hacer, con eufemismos de permisividad y tolerancia? Sin límites, sin normas que se hagan cumplir (España es un modelo de legislar para luego incumplir o cumplir de aquella manera) no cabe hablar de democracia. De hecho, puede vivirse en una falsa democracia que, por falsa, pasa a ser una de las peores dictaduras encubiertas.
Hoy no hay duda de que se va implantando la dictadura del pensamiento único, el de lo “políticamente correcto”. Esto se puede decir, aquello no. Se nos va imponiendo qué pensar y qué decir, hay una ingeniería social capaz de modelar cerebros para dirigirlos en una dirección y apartarlos de cualquier otra. Hay un control estatal auténticamente policial, la ideología aplasta lo educativo y lo científico, lo cultural, y cualquier historia pasada que no se amolde a los dictados de la política imperante. El individuo, la persona, se diluye en la ciudadanía, los derechos de las personas se asfixian en los de los pueblos, ansían nuestro dinero y nuestros votos, es lo que necesitan para mantenerse y modelar a los grupos a su antojo. La persona va desapareciendo por el horizonte, se hace cada vez más oscuro y frío. Pero el fútbol sigue y no falta ciudadanía en bares y carreteras.
Doctor en Medicina y Cirugía
Doctor en Psicología
Director del Instituto de Ciencias de la Conducta de Sevilla
Profesor de la Universidad Pablo de Olavide de Sevilla
Académico Correspondiente de la Real Academia de Medicina de Sevilla
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