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[…] Es innegable que España es un país democrático. Dicho esto, una democracia no debe ser un estado de cosas inmutable e inmóvil. La democracia española tiene un gran déficit de los rasgos que definen a una democracia formal. La separación de poderes es un aspecto que deja bastante que desear. Por otro lado, el sistema de representación niega al ciudadano como sujeto político, otorgando ese estatus a los partidos políticos, y limita el control de los electores sobre los representantes, que se parapetan en las estructuras partidistas que les han elegido. […]
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