¿Son 60 millones de ciudadanos capaces de acabar con la UE? Si fuera el caso, ¿queremos vivir en un proyecto tan frágil? Son esos 60 millones los que nos están diciendo a los otros 440 que es ahora el momento de elegir nuestro futuro.
Brexit es la crónica de una muerte anunciada, la debacle de un sistema que da la espalda a la sociedad. Una sociedad que, más que nunca, quiere sentirse en control de su futuro y ve cómo instituciones anticuadas, corruptas y poco democráticas controlan todos los niveles de la vida pública.
La sociedad británica está acostumbrada a elegir a sus políticos por la cercanía; a saber quiénes son y verlos por las calles; a ver cómo defienden posturas que a veces van contra su partido pero a favor de sus votantes. ¿Solo ahora el resto de europeos nos sorprendemos de las quejas de los británicos?
No seamos ciegos: intentemos recordar quién es quién en Europa; cuántos presidentes tenemos; qué pueden hacer y, lo más importante, ¿los podemos despedir? Solo sabríamos responder a la última pregunta y seguramente que la mayoría estaríamos equivocados.
El caso de Brexit no es una lucha por dinero, fronteras o imposiciones; es una lucha por la democracia y la libertad, por recuperar unos derechos que son nuestros y que hemos ido perdiendo. Hoy, el rapto de Europa es más real que nunca.
David Cameron escenificó la semana pasada la defensa de sus propios intereses. Tenía que hacerlo si quiere seguir siendo primer ministro. Aunque de sus demandas originales no ha conseguido nada. Sí, la UE ha ganado. No Europa, porque ni usted ni yo hemos ganado nada. Ni usted ni yo somos la UE, ni decidimos qué leyes se crean. De hecho, usted y yo nos arriesgamos a perder lo único que importa, que es poder despedir a quien nos representa cuando no lo hace bien.
Diez son las demandas principales de Cameron:
· Recuperar el control nacional en materia social y de empleo.
· Un opt-out en la Carta de Derechos Fundamentales.
· Acabar con la supremacía del Tribunal de Justicia Europeo.
· Reformar la Directiva relativa a la ordenación del tiempo de trabajo.
· Poder retirar el subsidio por desempleo a aquellos europeos que no encuentren trabajo en menos de 6 meses.
· Detener el sinsentido de tener un Parlamento Europeo con tres sedes (Bruselas, Estrasburgo y Luxemburgo).
· Reformar la Política Agraria Común.
· Reformar los Fondos Estructurales.
· Un nuevo Tratado.
Solo cuatro han salido de la última Cumbre y de forma rebajada.
· Un freno de emergencia.
La pretensión inicial de poder frenar la inmigración interna ha acabado convirtiéndose en una reducción de los beneficios sociales para los que acaban de llegar al Reino Unido. Además, Cameron solo puede ejercerlo durante siete años y tiene que pedir permiso a la Comisión –sorpresa, ellos mandan–.
· Beneficios por hijo a cargo.
Cameron no quería seguir dando ayudas por hijo a los inmigrantes que tienen sus familias en otro país, pero ahora los británicos pagarán esas ayudas a un coste menor porque los presidentes de los países del Este han admitido que se reduzcan a los estándares de los países donde la familia reside.
· Un mecanismo de protección para los países que no forman parte del euro.
No es un veto. Los países tendrán la posibilidad de pedir al Consejo que busque una solución que favorezca a todos en caso que alguien se queje (no se preocupe, no se le tiene por qué hacer caso).
· La tarjeta roja.
Consiste en que catorce parlamentos nacionales democráticamente elegidos pueden parar una Directiva europea si se ponen de acuerdo en tres meses. ¿Esta es la gran sorpresa? Debería ser lo normal. Pero al parecer esta es es una de las grandes concesiones de la Cumbre. Aunque no seamos inocentes: esto no se aplicará nunca, ni siquiera si mañana el presidente de la Comisión, Juncker, propone sacrificar a toda una generación con tal de ‘salvar’ el euro –¿déjà vu?–.
Queridos amantes de los eurócratas, este acuerdo no es un retroceso en la construcción europea. Este acuerdo es otro intento de Alemania y Francia de seguir manteniendo a flote un barco sin capitán, sin velas, sin mascarón de proa y sin timón. Para intentar distraer al personal culpan de todo al ancla, aun sabiendo que es lo único que evita que el barco vaya a la deriva.
El referéndum del próximo febrero no cambiará nada. La UE nunca acepta un no por respuesta. Basta recordar Grecia, o los referendos sobre la Constitución Europea. Si los británicos deciden irse, Bruselas pensará que tal vez es momento de cambiar los Tratados. Si deciden quedarse, no habrá solución para aquellos que pensamos que alguien se olvidó de la democracia en esto que llamamos UE.
Experto en Relaciones Internacionales. Graduado en Administración y Gestión Publica y Master en estudios árabes e islámicos contemporáneos. Actualmente asesor en el grupo de los Conservadores y Reformistas Europeos en el Parlamento Europeo.
Apasionado de Europa, no de la Union Europea.