Estamos aquí para celebrar el 30 aniversario de la caída del Muro de Berlín. Una caída que significó la liberación de decenas de millones de europeos de la dictadura del comunismo soviético. Una dictadura inhumana que condenó durante demasiado tiempo, a demasiadas personas, al hambre, al miedo, a la persecución y a la muerte.
Marx y Engels prometieron un paraíso de igualdad, solidaridad y abundancia. Sus ideas, cada vez que fueron aplicadas, jamás lograron aproximarse en lo más mínimo a aquello que prometieron. Por el contrario, han sido históricamente promotoras de odio, violencia y pobreza.
Durante décadas, la política de Occidente hacia el comunismo soviético fue la de la “contención”. Intentar que no avanzara más y “coexistir pacíficamente”. Esa política permitió que el comunismo se expandiera por África y Asia. Expansión que duró hasta que Ronald Reagan pasara de la “contención” a la “Iniciativa de Defensa Estratégica”, obligando a la Unión Soviética a un esfuerzo económico que no podría sostener, hasta que se derrumbó.
El comunismo soviético no cayó por casualidad. Fue derrotado una vez que Occidente hizo valer su superioridad moral y económica, con líderes a la altura de las circunstancia.
No hablamos solo de historia. Tanto en el Congreso de los diputados como en la Junta General del Principado, hay representantes electos que defienden esas ideas y preten-den aplicarlas entre nosotros. Las mismas ideas que hoy someten a pueblos hermanos como el de Venezuela y Cuba, y a otros más distantes como el de Corea del Norte.
Los neocomunistas no son tontos. Saben que ofrecer la “dictadura del proletariado” hoy no suena atractivo. Por eso disfrazan sus objetivos totalitarios con palabras mucho más agradables, pero engañosas, como “ambientalismo”, “feminismo”, “sindicalismo”, “democracia popular” y muchas más. El neocomunismo se apropia de causas nobles en su origen y las convierte en herramientas de sus objetivos totalitarios.
Estamos celebrando la caída del Muro de Berlín. Pero en esta misma tierra hay quienes quieren levantar nuevos muros, ahora entre asturianos y resto de españoles, y entre los propios asturianos. Muros que amenazan con dividirnos entre asturianos de primera y de segunda, o incluso de tercera, que es la categoría en la que caeríamos los “foriatus” como quien les habla.
Muros, ahora lingüísticos, que se camuflan detrás de palabras como “defensa de lo nuestro” o “protección del patrimonio cultural”. No nos engañemos: los muros siempre sirvieron para separar y nunca para unir. Que nuestra cobardía, pusilanimidad, egoísmo, ingenuidad o simple comodidad, no sean suficientes para que la Cooficialidad del bable, el nuevo muro que nos quieren construir, se haga realidad.
En diciembre de 1987, Ronald Reagan, en un discurso junto al Muro de Berlín pronunció unas palabras con las que quiero terminar este mensaje: “Tear down this wall”, “Derriben ese muro”.
Muchas gracias.
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