Contemplando como estamos el “incendio” político, social y mediático, de lo que han supuesto el referéndum de autodeterminación, la posterior DUI, aplicación del artículo 155 de la Constitución y las consecuentes elecciones autonómicas (eventos todos ellos susceptibles de portar todas las comillas posibles a su ejecución y desarrollo) cabe especular levemente en qué acabará todo esto cuando el humo se disipe, a tres-cinco años vista.
Vamos a dejar de lado consideraciones políticas y sociales y un análisis de lo que el nacionalismo supone para Europa (y sus rivales geopolíticos), o una eventual consecución de un modelo de cupo (reformas de la constitución incluidas) para el nacionalismo catalán. Centrémonos en el panorama económico, no tanto en el relativo interregional español, como en el absoluto, el cuerpo que se le quedará a la vieja España y a la joven Europa.
La cara más visible de la inestabilidad política (lo que se ve) que sufrimos hoy y que padeceremos los próximos años, hayan o no reformas constitucionales o encajes económicos, va a derivar en una desertización del mapa empresarial primero, e industrial después, de una de las regiones más prósperas de nuestra nación. Y no porque lo que pasa, sino porque no se sabe qué va a pasar.
Si viviéramos en una isla, el resto de los españoles podríamos frotarnos las manos con una reubicación de todos esos activos, los aragoneses los primeros. Pero desgraciadamente no va a ser (sólo) así. Muchas empresas cambiarán su sede dentro de la piel de toro, es cierto, pero en una Europa de seis horas de avión de diámetro muchas otras optarán por otros países. Si instituciones públicas como la Agencia Europea del Medicamento o privadas como el Mobile World Congress esquivan la bala catalana, se pueden imaginar qué pasará con el más tímido de los animales, el millón de dólares de inversión privada. Los cientos de empresas multinacionales que ubicaron su sede en Barcelona por ser el gran puerto de entrada a la península y a Europa desde 1714 (y el que quiera que averigüe porqué) se irán a Valencia… o a Marsella.
En el despiadado juego de la guerra, como en las fantásticas novelas de Jack London, la debilidad de un congénere puede traducirse en que en un pestañeo el resto de la manada te ataque, mate y devore. Cuando un cuerpo no puede más contra los parásitos, las enfermedades y las heridas, aún queda valor en su carne para los demás, aunque la conclusión sea que la manada queda mermada.
Da igual que el nacionalismo sea una estrategia de élites para conseguir privilegios, aranceles y canonjías respecto del resto de España o no lo sea, da igual que el objetivo no fuese separarse sino agarrapatarse mejor, el efecto en nuestras entrañas es el equivalente a una parasitosis, modelo de Estado autonómico incluido. Y la deuda y el caos ya no están promovidos sólo por entidades financiadas por la Generalidad, sino también por agentes económicos extranjeros con terminales financieras lo suficientemente potentes como para adquirir en este momento activos españoles particularmente baratos (lo que no se ve). Quizá el feroz boicot sea una tardía fiebre que por fín aparece en el anfitrión para combatir esa patología, abaratando crecientemente los jugosos activos empresariales catalanes amasados a lo largo de décadas de privilegios / sobornos a las cebadas élites locales catalanas, que quedan ahora listas para su San Martín, ¡al que ellas mismas han contribuido! No habrá boicot contra las pizzas italianas, pero puede que las catalanas ya no financien más deuda de la Generalidad.
Cuando se disipe el humo, veremos empresas deslocalizadas, no de Cataluña, sino de España, un buen bocado al capital español que ahora será Alemán, Norteamericano o Saudí, banqueros extranjeros satisfechos que mirarán a los ahora hambrientos ojos del tejido industrial y social (es lo mismo) catalán y, con un palillo entre los dientes, dirán: –¿qué pasa? ¡si te he ayudado a conseguir lo que querías!
Cuando se disipe el humo, la pobreza no será ya una posibilidad para mucha gente, especialmente en Cataluña, sino una realidad. El parásito, más delgado y hambriento, seguirá luchando por una mejor veta, ésa es su naturaleza. Queda saber si como nación lo expulsaremos de nuestro organismo por donde anatómicamente les corresponde, o si moriremos con él, devorados por la manada, como ocurrió con la extinta Yugoeslavia.
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