El diablo viste de rojo
Un joven estudiante, afectado por una enfermedad crónica, encuentra en determinado servicio médico el control y seguimiento que durante años ha requerido.
Gracias a su esfuerzo, más que al paro dominante, consigue el empleo que anhelaba, por lo que desde ese momento se ve obligado a causar alta y empezar a cotizar los servicios de la Seguridad Social, prescindiendo necesariamente del seguro que, como hijo de funcionario, venía disfrutando y, por tanto, del servicio médico que le venía asistiendo.
El alto grado de satisfacción que tenía con aquel servicio es bien conocido por el individuo, el joven paciente, no así por la administración que, sujeta a una regulación colectivizante y despersonalizada, se aleja de su realidad y sus problemas, que no son colectivos sino individuales, por lo que, pese a estar supuestamente preocupada de su bienestar, le obliga al cambio de seguro.
La calidad de la sanidad pública
El paciente obvia la calidad de la sanidad pública, de igual manera que la sanidad pública obvia sus preferencias.
Pero para poder seguir disfrutando del servicio médico que tan adecuadamente le venía asistiendo debe dedicar el escaso sueldo que empieza a percibir no solo a cubrir las necesidades fiscales de un Estado mucho más elefantiásico que sus necesidades.
Sino además a cotizar junto con su empleador a una Seguridad Social cuyo servicio de salud no desea recibir, además de abonar el servicio sanitario que él mejor que el Estado sabe que precisa, pagando dos veces para recibir un servicio, que antes cotizaban por él.
Un Estado social, más ocupado del bienestar común que de aportar bienestar a las personas cuyas necesidades individuales es incapaz de conocer, rápidamente sube al carro del acoso impositivo al joven recién llegado al mundo laboral para que pase a aportar bienestar al Estado.
Tras pagar dos seguros, hablar de ahorrar se convierte en heroico, más aun teniendo en cuentas los intereses negativos con lo que el Banco Central Europeo pretende crear consumismo.
Recordemos que, como todo banco central, sus raíces también visten de rojo, habida cuenta de la afectuosa mención que de ellos hace el manifiesto comunista.
El estado social
Si el joven es cuerdo debería, a pesar del BCE, hallar la forma de empezar a ahorrar para una pensión que también le cobra coactivamente el Estado, pero que en el futuro no podrá pagarle cuando se desvele que la supuesta solidaridad social no es más que el velo que cubre la ineptitud del Estado para solventar los problemas, a la vez que no deja a las personas que aprendan a ser responsables de resolverlos por sí mismas mediante una economía mucho más colaborativa.
Los actuales Estados sociales visten de rojo respaldados por el consenso socialdemócrata imperante.
Si diéramos por válida la definición de democracia como dictadura de la mayoría, no se alejaría tanto de otras dictaduras donde, además de rojo, el diablo también gustaba vestir de azul, pardo o negro.
La libertad de cada persona
Pero tras los distintos colores el mismo diablo, el Estado, sea socialdemócrata, soviético, nacionalista o fascista, pero siempre prometiendo satisfacer de la más diversas formas al pueblo con un pretendido paraíso en la tierra que a la postre se convierte en infierno.
Una promesa útil solo para arrebatar en propio beneficio del Estado la libertad que cada persona necesitaría para emanciparse de él y aprender a ser responsable, a labrarse con el sudor de la frente su futuro y a satisfacer así sus propias necesidades, ya que nadie mejor que cada persona puede conocerlas.
Socio del Club de los Viernes y miembro
del Instituto Juan de Mariana.
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