“Mi país, es de ti, dulce tierra de libertad, …” cantaban los milicianos estadounidenses en la Guerra de Independencia.
Quien iba a decirles a los valientes habitantes de aquellas trece colonias americanas que enfrentándose al Imperio más poderoso de la época iban a crear el primer Estado liberal en un momento en el que la coyuntura internacional decía lo contrario, ya que el sistema imperante era la monarquía absoluta o cuanto menos autoritaria.
Aquel suceso extraordinario se dio gracias a la difusión de las ideas liberales en aquellas colonias y a la existencia de una de esas situaciones históricas maravillosas en las que concurren en el tiempo y en el espacio un conjunto de grandes pensadores que hacen cambiar radicalmente el devenir de los acontecimientos.
Esta revolución americana fue el pistoletazo de salida de una serie de movimientos y revoluciones que durante el final del siglo XVIII y el siglo XIX conformarían lo que hoy en día llamamos pensamiento liberal.
Todo este desarrollo nos llevó a gozar de los derechos civiles de los que hoy disponemos, que los liberales siempre hemos defendido como principios imprescindibles junto a la solución pacífica de los conflictos, el libre comercio y el imperio de la Ley.
Entre estos derechos se encuentra el derecho a expresarse libremente y a no ser discriminado por razón alguna.
Hace unos días observábamos como un grupo de estudiantes con el rostro cubierto increpaban a un ex Presidente del Gobierno de este nuestro país y, finalmente, conseguían que desistiese en su intento de dar la conferencia a la que le habían invitado en la Universidad Autónoma de Madrid.
Me suscita dicho hecho una serie de apreciaciones.
La primera de ellas es que, si bien estoy personalmente a favor de la manifestación (siempre que sea pacífica y con un objeto claro y justo) como hecho de clara cultura democrática y como firme expresión de la voluntad popular, personalmente creo que, en el momento en que decides esconderte detrás de una máscara, una capucha o un pasamontaña, sabes que hay algo que no estás haciendo bien, o, por lo menos, que no es muy legal.
Lo segundo es, ¿qué está pasando en las universidades españolas para que un grupo de jóvenes actúen de una manera tan irrespetuosa como violenta?
El Rector de la Universidad les instó a que asistiesen a la conferencia y en la ronda de preguntas inquiriesen al señor Felipe González sobre todo aquello que estimasen oportuno, y he aquí que el Rector nos dio la clave de la libertad de expresión, el libre compartir de impresiones y opiniones para su debate con el resto del conjunto, dejando que cada cual exprese y ponga en oposición dichas opiniones, y, es que, la libertad de uno termina donde empieza la libertad del otro, por lo tanto, a aquellos que defienden la actuación de estos individuos que, dicho sea de paso, no representan a los jóvenes de este país, es, ¿no hubiese sido más democrático y enriquecedor que aquellos que impidieron que la conferencia se celebrase se hubieran sentado y hubieran intercambiado opiniones con el conferenciante que simplemente tratar de imponer su opinión por la fuerza?
Recientemente el líder de una fuerza política de este país instaba a sus seguidores a volver “a tomar las calles”.
Quizá es un lenguaje al que estemos acostumbrados tristemente ya, pero lo cierto es que si lo analizamos es realmente alarmante.
Tomar las calles es hacerse con el control para imponer su opinión. Muchísimo ojo con este tipo de enunciados tan sentenciosos.
Aunque este hecho solo obedezca a fines propagandísticos, pues tras la moderación a la que nos tenían acostumbrados últimamente han llegado los escasos resultados electorales, es evidente que esta vuelta a la radicalización solo busca volver a obtener la fuerza que en un principio tenía el movimiento, no deja de ser cuanto menos interesante que en este país se ataque a la libertad de esta manera y nadie haga nada por pararlo.
Como siempre le toca al Pueblo juzgar cual quiere que sea la manera de ser gobernados, como enunciaba Thomas Paine en su panfleto “Los Derechos del Hombre”.
Yo por mi parte creo que la coherencia es la mejor manera de gobernarse, pues esta manera obedece a una lógica anterior a las leyes escritas, como reza una de las expresiones favoritas de Milton “by the known rules of ancient liberty” (Por las conocidas reglas de la antigua libertad). Una antigua libertad que está inscrita en el corazón del ser humano y que debe guiar sus relaciones con sus semejantes.
“Mi país es de ti, dulce tierra de libertad,es de ti quien canto.
Tierra donde mis padres murieron, tierra del orgullo de los Padres Peregrinos.
Desde todas las laderas de todas las montañas, ¡qué resuene la libertad!
Andrés Urbano Medina, (Marbella, Málaga,1997), es estudiante de Relaciones Laborales y Recursos Humanos y de Administración y Dirección de Empresas. Filósofo amateur y autodidacta, su pensador favorito es Friedrich Hayek.
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