En segundo lugar, ejemplifica su interiorización por los países hispanos, y España en particular
Centrándonos en España, lo cierto es que esta “mirada” no solo no es combatida por el Estado, sino que la premia. La BBC es uno los principales proveedores de la televisión pública –entre ellos, la serie de Sebag Montefiere- y uno de los presentadores de la serie Civilisations fue galardonada con el Premio Princesa de Asturias en la categoría Ciencias Sociales (2016). Ser historiadora “estrella” de la BBC y su militancia feminista garantizaron a Mary Beard una larga colección de artículos serviles, cuya cima fue Mary Beard o por qué los británicos son más listos y más divertidos (EP 8/2/2019) de Sergio del Molino, donde aplaudió Civilisations, rematando: “Por más que busco, no encuentro a la Mary Beard española, y tampoco entiendo qué distingue tanto a los británicos de nosotros. Siento una envidia acomplejada y antigua”
El galardón a Beard no desentona en un listado que atesora estupideces como premiar a Tzvetan Todorov (2008) o Karen Armstrong (2017). El primero, en su celebérrimo La conquista de América. El problema del otro (1982) no solo califica la llegada de los españoles a América como “el mayor genocidio de la historia” sino que convierte la matanza de civiles en invento español. En cuanto a Armstrong, propagadora de la idea del paraíso andalusí destruido por los Reyes Católicos, su galardón hizo que Serafín Fanjul en Imprudencia victrix (ABC 29/6/2017) se preguntase cuál sería “el siguiente bajonazo a nuestra historia” con forma de premio.
José Luis Villacañas, cuando andaba promocionando su panfleto Imperiofilia y nacionalcatolicismo se escandalizó porque el filósofo Fernando Savater, la escritora Nuria Amat, o el político Carlos Iturgaiz, habían pedido el Princesa de Asturias para María Elvira Roca, pues España “haría el ridículo a nivel internacional e insultaría la inteligencia” (Diario.es 26/6/2019). No sé qué significa “nivel internacional” para el sofista, pero parece que –como el jurado- lo liga a salir en la BBC y pasearse por los campus anglosajones. Esta subordinación cultural complica ver premiados a historiadores que combaten tal “mirada”, como Tomás Pérez Vejo, español residente en México y premio Águila Azteca por su trabajo sobre los relatos de nación mexicano y español, al mexicano Enrique Krauze, cuya labor en Letras Libres hermana los dos países, o a la mexicana Guadalupe Jiménez Codinach, la mejor historiadora sobre la Independencia, que ha dedicado su vida a reivindicar la Nueva España como el origen étnico, cultural y político de México.
Y si el Estado ha asumido –y premia- tal “mirada”, no es extraño que fuera de él sobren los ejemplos. Uno de los más relevantes es nuestra industria cinematográfica, con luminarias como Carlos Bardem “España es una anomalía histórica en Europa Occidental” (Onda Cero 4-6-2019), Alejandro Amenábar «La España actual es la que ideó Franco: flota aún como un fantasma» (El Mundo, 21/9/2019) o el actor español más famoso en México, Óscar Jaenada divulgando la idea de España como un Estado autoritario con presos políticos. Por ello, los británicos se enfrentaron al Brexit teniendo en sus salas películas como Dukerque (2017) La reina Victoria y Abdul (2017) o Arturo, la leyenda de Excalibur (2017) y nosotros al procés con Los últimos de Filipinas (2016), Handia (2017) y Oro (2017). Tres bellos cantos al positivo ethos británico, frente a tres salivazos a nuestra historia.
¿Por qué asumimos tal “mirada”?
La amplia asunción de esta “mirada” dentro de España se explica porque es tan útil para ciertas élites y grupos, como letal para el bien común.
En primer lugar debe señalarse la subordinación cultural de buena parte de las élites españolas. Iniciada con la llegada de los Borbones y culminada -especialmente por la “izquierda”- tras el franquismo, esta subordinación las sitúa entre sus inferiores compatriotas y quienes considera superiores –ahora resumido en un indefinido “Europa”, del que necesitan continua aprobación- de tal manera que si el Estado marcha bien será responsabilidad suya, y si naufraga consecuencia del ethos nacional. Las consecuencias hoy para España son múltiples, aunque la más importante es la deserción del Estado de la actualización del relato de nación decimonónico, que navegó sin dificultades hasta la Transición. Y es que, como afirma Pérez Vejo, las élites que hicieron la Transición alumbraron un régimen que abandonó “casi por completo todo proyecto de construcción nacional e hizo suyo el relato de una nación española a la defensiva, laminada entre proyectos de tipo centrífugo y un horizonte europeo que se ofrecía como solución pero no como proyecto nacional propio” – Un proyecto para España, EP 30/9/2014-. El resultado es la consolidación de proyectos alternativos al Estado y nación españoles.
Por su virulencia hoy destacan dos, el de Podemos (y aledaños) y el del independentismo catalán. El primero desea transformar el Estado en una república engarzada en el socialismo del siglo XXI, y el segundo la creación de su Estado. Para tener oportunidades de éxito, ambos proyectos necesitan “domar” a los españoles para que una mayoría suficiente asuma tal “mirada”. Esto les hace aliados en la difusión de una visión de la historia española semejante a la propagada por Sebag Montefiore, que inevitablemente culmina en la idea de que España es una democracia simulada. También son aliados en la división de los españoles en “dos Españas” según asuman o no la “doma”. Jaenada, reflexionado sobre los ataques de los CDR a la policía, lo explicó claramente: “Esto no va de Catalanes contra españoles. Esto va de Fascistas contra Republicanos. Les sonará” (Twitter, 16-10-2019). En definitiva, Carles Sastre sería antifascista, e Inés Arrimadas, fascista. Con todo lo que ello conlleva, es decir, convertir su acceso al poder en un acto anómalo contra el que cabe resistencia “legítima”.
No obstante, hay una diferencia clave: aunque ambos desean dinamitar el “régimen del 78”, Podemos desea gobernar el Estado y el independentismo su Estado. Por ello, Podemos necesita “genealogías heroicas”. Esta forma de hacer política consiste en defender la existencia de dos partes de la nación, de existencia cuasi intemporal y en permanente lucha, una “buena” y otra “mala”, y erigirse en sucesor de la “buena”. También necesita elegir un hecho histórico “clave” –ganado por los “malos”- que ejemplifique tal lucha, explique parte de los males presentes y sirva para polarizar la sociedad, de tal manera que la contienda política del presente se convierta en reencarnación del pasado, y los votantes en combatientes, sustituyendo la razón por las emociones. Una forma de hacer política en la que el PRI, y ahora Morena, son maestros; basta ver el logo presidencial y el uso de la Conquista por AMLO, para dividir el país en dos Méxicos: “el pueblo bueno” –heredero de Cuauhtémoc, Hidalgo, Juárez, Madero y Cárdenas-, frente a los “fifís”, reencarnación de Cortés, los realistas, los conservadores y Porfirio Díaz.
En Podemos, el uso de esta forma de hacer política le lleva a defender la absurda idea de las “dos Españas”, enfrentadas desde –al menos- el XIX, la “buena” hoy intitulada “el pueblo” o “la gente” y la “mala”. El discurso de Pablo Iglesias tras las elecciones de diciembre de 2015 describió la “genealogía heroica” de “la gente”, iniciada por los patriotas de 1808 y que pasando por personajes como Joaquín Costa o Lluís Companys, desembocaría en Podemos. Lógicamente, la “otra España” sería heredera -entre otros- de Fernando VII y Francisco Franco. En cuanto al hecho histórico “clave”, la Guerra Civil juega el mismo papel que la Conquista para AMLO en México. Y para que funcione es necesario presentar de la forma más terrible posible, tanto el hecho histórico “clave” como sus consecuencias, que Podemos resume como “régimen del 78”. Y para ello todo vale. De ahí, la comparación permanente del franquismo con el nazismo, el mantra de que España “es el segundo país con más desaparecidos después de Camboya” o la infamia de que hay presos políticos; resumiendo, España como “anomalía” en Occidente.
Esta forma de hacer política es desastrosa para el Estado y la Nación, sobre todo si es asumida por partidos políticos mayoritarios, y desde la Ley de Memoria Histórica (2007) la dirección del PSOE coquetea con ella, coqueteo que Pedro Sánchez elevó a noviazgo; máxime si va acompañada de simpatía hacia la “doma”, pues solo así pueden entenderse actuaciones tales como que el Gobierno “contratase” a Álvarez Junco para que, en unión de la Vicepresidenta y un representante portugués, transformase la gesta de Elcano en un “erasmus oceánico” (abril, 2019), y que se explican por los equilibrios de poder dentro del PSOE, y la voluntad de Sánchez de pactar con partidos que niegan la soberanía nacional.
Pero esta “mirada” no solo es acogida por proyectos que buscan tomar el poder, así los aplausos más entusiastas al panfleto de Villacañas contra Imperofobia y leyenda negra (2016), no vinieron (solo) de medios cercanos al llamado “Filósofo de Podemos”, sino del Protestante digital, culminado con un artículo de César Vidal (10/07/2019) donde calificó a Roca de –entre otros insultos- “ignorante sectaria” y “panfletaria de ínfima condición”, y a su libro de “excremento envuelto en bilis” o “detritus impreso”, al servicio del Papa para “someter España al yugo clerical e invadir Estados Unidos con hispanos”. Vidal, quien se intituló “exiliado” años antes de Puigdemont –en ambos casos, calificación ofensiva para nuestra democracia y burla de los verdaderos exiliados-, está lejos de las posiciones ideológicas de Villacañas, pero entiende que la expansión del evangelismo –del mismo modo que lo hace Arturo Farela “el capellán de la Cuarta Transformación” mexicana- necesita asumir todas las estupideces de la “leyenda negra” clásica; así en La Voz, programa emitido desde Norteamérica, tuvo la humorada de celebrar el 12 de octubre (2018) leyendo sangrientos trozos de la Brevísima y el Thanksgivings relatando las virtudes protestantes.
Con todo ello, es lógico que parte de los españoles haya asumido tal “mirada”. Y milagroso que la Nación aguante. Hace pocas semanas, Jason Webster, uno de los hispanitas más famosos del Reino Unido publicó Violencia; resumiendo, Webster afirma los españoles somos un conjunto de pueblos cainitas aficionados a matarnos – eso sí, buena gente-, y que para evitar que siga volviendo “el apóstol Santiago” –cuya última aparición tuvo lugar en Cataluña apaleando a la gent de pau- debemos romper la Nación, pues (Francoland) España y democracia son incompatibles. Violencia ha recibido favorables críticas de hispanistas como Paul Preston y de medios como The Times. Cualquier persona con algo de sentido común concluirá que las tesis de Webster son una imbecilidad, pero es difícil combatirle cuando su twitter está plagado de propaganda hecha desde España y pagada por dinero público, que transmite la misma idea, y en el que no desentonaría una ministra de Justicia que compara al franquismo con Hitler y al Valle de los Caídos con el Holocausto.
En conclusión
Nosotros, los hispanos, veremos lastrados nuestro desarrollo si seguimos permitiendo que esta “mirada” siga campando a sus anchas, para lo cual en primer lugar es necesario asumir que existe, y después combatirla. Nos jugamos mucho, pues en palabras de Vargas Llosa “Hispanidad, ahora rima con libertad”
Licenciado en Derecho por la Universidad de Valladolid y experto en religiones por la Uned-Fundación Zubiri.
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