La interacción corporal siempre ha sido uno de los principales medios para transmitir sentimientos, emociones, mensajes y no es menos cierto que el campeón públicamente confesable de la interacción corporal cariñosa es el beso. Hay muchos besos famosos (reales o imaginados) y muchos de ellos consiguen alegrarnos el día. Sin embargo, hay al menos un beso que dista mucho de la regla citada y invita a reflexionar: el beso de Judas.
¿Cómo surgió? Puesto que los soldados romanos no conocían a Jesús Cristo, Judas iba a identificarle dándole un beso. Malvado pero sencillo y eficaz. La moraleja que quiero destacar del evento bíblico es que no todo beso sale del cariño ni tiene que ser benéfico para el receptor. La cuestión es identificar aquellos besos maléficos y evitarlos para protegerse de sus efectos negativos. No me voy a referir a los besos de Judas que puede encontrar uno en las relaciones privadas. Sí comentaré ciertos aspectos de los besos de Judas que colorean la complicada relación persona – Estado.
¿Quiénes se dedican a repartir besos envenenados en el sistema político actual? ¿Por qué?
El Estado ejerce su inmenso poder a través de sus representantes y para que éstos puedan disfrutar de tan importante fuente de bienestar personal es necesario que pasen, en cierta medida, por elecciones. Allí aparece el votante como pieza imprescindible para la legitimidad del sistema político. No importa tanto la medida en la que se consiga la representación de las personas sino que haya un sistema con apariencia de representación para que los elegidos, los nombrados por los elegidos y los lobbies puedan conseguir sus fines personales.
Un amplio entramado de instituciones, leyes y documentos intentan transmitir que el sistema político está allí para servir a las personas disimulando las intenciones reales de los representantes del sistema político: utilizar a las personas como rehenes y colaboradores necesarios.
Una vez aclarados los fines (mantener la legitimidad del sistema político y conseguir el mayor número de votos), los políticos intentan pasar de la forma más creíble posible por personas de fiar, honradas, comprometidas y se acercan a los posibles votantes intentando crear las circunstancias adecuadas para intimar. Fingen cariño, empatía, compromiso y prometen poco menos que el paraíso. Concretando, están intentando repartir besos de Judas a los incautos. Y todo a cambio de un simple voto. Todas esas promesas políticas que sólo accidentalmente se cumplen no son más que herramientas necesarias para conseguir el poder y olvidarse del votante hasta las próximas elecciones. El votante se ilusiona y elige a su favorito sin darse cuenta muchas veces del poder que acaba de ceder al que nunca será su representante político sino un parásito de la supuesta representación política, preparado para aprovecharse al máximo de sus múltiples víctimas en base al cheque en blanco (leerse voto) recién conseguido.
Cuando un político (ignorando tu voluntad y viviendo mayormente de gestionar tu vida) hace promesas electorales, tómatelo como si fuera un beso de Judas. Si te dejas besar es muy probable que el equivalente moderno de los soldados romanos no tarde en hacerse con gran parte de tu propiedad y en restringir tu libertad en nombre de una mayoría de personas que pensaron que dicho beso era de amor. Si, en cambio, te queda claro por qué hay que evitar el beso de Judas de los políticos, aún hay esperanza para desterrar algún día el tan perverso tipo de beso, por falta de uso. Es lejana, por el número bajísimo de personas que comparten esta perspectiva, pero la hay.
– Así que, querido votante, te pido que confíes en mí y me entregues tu voto.
– Judas, o como te llamen últimamente en tu partido, ¿con el voto traicionas a todo hijo de hombre?
MARCEL PASAROIU
Licenciado en Economía. Actualmente trabajando en Análisis de datos y Calidad de Servicios IT.
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