Cymothoa exigua es un pequeño y desagradable parásito que se adhiere a la lengua de su huésped, normalmente un pez, donde una vez bien agarrado, bebe de la arteria que irriga este órgano. Con el paso del tiempo, la lengua se atrofia y desaparece, recogiendo el parásito dicha función con su propio cuerpo. El pez llega un momento que asume que su propia lengua es el parasito, para el pez se vuelve algo normal y, con el tiempo, seguramente olvida que una vez tuvo la suya propia. Cymothoa, feliz y caliente en su nuevo huésped, seguirá viviendo a expensas de su anfitrión.
En estos tiempos, lamentablemente, muchas personas actúan como dicho pez, no sólo porque no perciben que les extraen su riqueza (que sólo en impuestos directos puede llegar a rozar el 56%) sino porque han asumido que la función del Estado es, como nuestro pequeño parásito, una que no le toca.
En recientes declaraciones del líder de IU, aunque este mensaje lo repiten otros muchos partidos, hemos oído que asegurarán trabajo garantizado y crearán un millón de empleos. Por supuesto, a cargo del Estado.
El problema es que, por interés o desconocimiento, se confunden términos y, en este caso, la causalidad de la relación entre empleo y riqueza. El empleo no crea riqueza per se, sino que es la riqueza la que creará empleo. Es el famoso ejemplo de abrir zanjas para después taparlas: hay empleo pero no hay riqueza. De hecho, el cómputo del país pierde riqueza con esta actividad.
Entonces, ¿debe el Estado crear empleo? ¿Puede?
Para ahondar en esto, debemos ser conscientes de que el Estado no puede ofrecer nada que no haya extraído previamente a sus ciudadanos. Por lo tanto, cuando nos dicen que el Estado va a crear empleo remunerado en 900 o 1000, quiere decir que nos cuesta por año, un mínimo de 12.000 millones a todos los contribuyentes.
Pero no es realmente esto lo crucial, sino la conocida falacia de la ventana rota del ensayo de Fréderic Bastiat de 1850, Ce qu’on voit et ce qu’on ne voit pas, donde explica que, tras la rotura del cristal de una panadería por un gamberro, muchos transeúntes llegan al consenso de que, a pesar de la desgracia, dicha rotura dará trabajo al cristalero que, a su vez, comprará zapatos dando trabajo al zapatero y así, llegando al panadero, con lo que al final se ha dinamizado la industria y la sociedad ha ganado. Pero, lo que nadie ve es que el dinero que pierde el panadero, lo iba a gastar en un traje, y el sastre iba a comprar otra serie de cosas. Al final, sí que se pierde valor: el valor del cristal además de, lógicamente, la libertad del panadero de gastarse su dinero, que tanto le cuesta ganar, donde él quiere.
Pues esto es lo que pasa cuando el Gobierno decide extraer dicho dinero vía impuestos. Extrae riqueza de los ciudadanos y empresas para gastarlo en lo que él cree oportuno. No sólo es empobrecer a unos ciudadanos para dárselo a otros, sino que ¿cómo sabe el Estado dónde hay que invertir? La respuesta es que no lo sabe. Es imposible. Además, al crear empleo subvencionado, se desplaza la función privada del sector afectado, eliminando dicho potencial y destruyendo los empleos ya creados o por crear. Si, como está demostrado, además esta subvención anula cualquier incentivo y competencia, tendremos un nuevo sector totalmente ineficiente e incapaz de ser competitivo e innovador.
Otras opciones a subir impuestos siguen abocándonos al desastre. La primera, sería usar dinero existente de otras partidas . Pero esto supone un dilema: si la partida requerida es necesaria, estamos destrozando una actividad para premiar otra; y, si no lo es, entonces, ¿para qué sirve?. Lo lógico sería devolver ese dinero a su legítimo dueño: los ciudadanos.
La segunda opción sería imprimir más billetes. Pero esto, de nuevo, no funciona. Sube la inflación, penaliza al ahorro y destruye riqueza con lo que estamos, de nuevo, al principio.
Lo que debe hacer el Estado es crear las condiciones necesarias para que se cree riqueza y, a su vez, empleo. Medidas como bajar impuestos a los ciudadanos y empresas, quitar tantas trabas burocráticas, implantar un mercado único, quitar la excesiva rigidez laboral actual, quitar subsidios a sindicatos y patronales, facilitar la creación de empresas y subir a un pedestal a los emprendedores.
Por el contrario, el Estado, como Cymothoa exigua, extrae la riqueza de la sociedad y, en este caso, llega a volverse algo que ni es ni debe ser. El Estado no debe ser quien crea empleo, ni es su función ni sabe hacerlo.
RUBÉN LUPIÁÑEZ (Barcelona, 1976)
Licenciado en Farmacia, Posgrado en Marketing Farmacéutico y MBA por la Kellogg School of Management, Northwestern University en USA. Su experiencia profesional se desarrolla en puestos de alta dirección ejecutiva en la industria farmacéutica, especialmente en el campo del Consumer Healthcare y OTC, habiendo ocupado puestos tanto a nivel nacional como internacional en Bruselas. Consultor en el sector farmacéutico. Docente en el CESIF del curso “Desarrollo de negocio y Licencias en la Industria Farmacéutica”. Miembro del consejo en el Instituto de Consumer Healthcare.
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