Probablemente no la conozca. No se moleste en buscarla en su libro de historia del Instituto, sólo encontrará a su ilustre vecina, la de año 29. Esta crisis no tiene el mismo glamour que la de los tulipanes holandeses, no comparten la pasión e indignación de la burbuja del 2008, ni son el trasfondo de sublimes novelas como Las uvas de la ira.
Cabría preguntarse entonces por qué demonios merece la pena hablar sobre esta crisis económica estadounidense. Lo cierto es que es única, pues en gran medida viene definida por la gran carnicería que la precedió.
Se presta a la ironía que la década de “los felices años 20” se iniciase con una recesión que alcanzó, en su punto álgido, un 11,7% de desempleo (sí, sé que en España hasta parecería incluso una buena cifra, pero allí es algo traumático). La producción se redujo, según el Departamento de Comercio, casi un 7%, y la deflación se estima del 18% (siendo la más alta del siglo en EEUU), a la par que más de 600 bancos quebraban y los mineros del carbón convocaban numerosas huelgas. Para colmo de males, la decimoctava enmienda a la Constitución, desarrollada por la Volstead Act, o Ley Seca, acababa de privar a millones de ciudadanos de su método favorito para aliviar las penas.
A pesar de la aguda crisis y de las constantes críticas de los republicanos, el ejecutivo del demócrata Woodrow Wilson no emprendió medida alguna de estímulo fiscal (se rumorea que tal inactividad se debía al delicado estado de salud del presidente, que a lo largo de su vida había sufrido varios ictus).
Paradójicamente, la crisis no sólo habría remitido por completo en verano de 1922, sino que para 1923 la economía estadounidense estaba en pleno auge, con sólo un 2,4% de paro , en un contexto de continua política de ajuste presupuestario (entre 1919 y 1920 el gasto federal se contrajo más del 60% y progresivamente se fue recortando aún más hasta 1924), encaminado la amortización de la deuda pública contraída durante la Gran Guerra.
Una causa posible del mencionado desplome de los precios, que afectó principalmente a los productos agrarios, sería la caída de la demanda de bienes importados en Europa, pues esta había dejado de necesitar suministros para el esfuerzo bélico, dando lugar en EE.UU. a un exceso de oferta. El fin de la guerra y la desmovilización también apuntan a ser algunas de las principales razones del elevado desempleo.
En su libro A Monetary History of the United States, Milton Friedman y Anne Swartz acusarán a la recientemente creada Reserva Federal (Fed) de haber aplicado una política monetaria excesivamente restrictiva, con súbitos aumentos de los tipos de intervención entre 1919 y 1920 para combatir la inflación posbélica, cortando el flujo de crédito a las empresas, paralizando así la economía .
Para James Grant, la rauda recuperación económica supone una clara evidencia de cómo el ajuste realizado por el propio mercado, sin necesidad de la intervención del gobierno (o mejor dicho, con la necesidad de su abstención), es clave para la salir de la fase depresiva del ciclo económico. Así lo explica en su libro The Forgotten Crisis: 1921: The crash that cured itself.
Charles Kindleberger en Manias, Panics ands Crashes interpreta la crisis como una consecuencia de la expansión monetaria originada por los bancos estadounidenses dentro del joven sistema de la Reserva Federal, desencadenado un furor especulativo que acabaría en un crash.
A diferencia del origen de la recesión, el motivo de la singular celeridad en la recuperación no parece tener ya tan claras explicaciones dentro los paradigmas keynesiano y monetarista; no se aplicaron estímulos fiscales (para cuando empezó la reducción de impuestos del presidente Harding los momentos más crudos de la crisis ya se habían superado ), y las reducciones de los tipos de interés de la Fed a partir de 1921 no fueron de gran entidad. No existe, a día de hoy, consenso entre economistas e historiadores sobre la cuestión.
Aunque pueda no parecerlo, el estudio de este hecho histórico puede ser de gran actualidad. No hace mucho, Paul Krugman escribió en su columna en el New York Times que una ficticia amenaza de invasión alienígena (así como los recientes ataques terroristas a París), podría ser un buen estímulo para la economía, al desencadenar un generoso aumento en el gasto en defensa. Sin embargo, en el fin de la crisis de 1920-21 encontramos todo lo contrario: recuperación seguida de prosperidad en un entorno de auténtica austeridad (recordemos que el presupuesto se recortó en más de un 60%), especialmente en lo referido a gasto militar.
Pocas crisis económicas tan poco conocidas pudieron resultar tan interesantes. Les recomiendo encarecidamente que lean acerca de ella.
1- Thomas Woods, The forgotten crisis of 1920, J.R. Vernon The 1920-21 deflation: the role of aggregate supply
2- J.R. Vernon, opt.cit
3- M.Friedman y A.Swartz, A Monetary History of the EEUU
4- J.R.Vernon, opt.cit.
5-Sitio web de la Casa Blanca: http://www.whitehouse.gov/sites/default/files/omb/budget/fy2013/assets/hist.pdf
6-Creada mediante la Federal Reserve Act en 1913: http://www.legisworks.org/congress/63/publaw-43.pdf
7- Por el contrario los tipos de intervención de la Fed en el período 1914-1920 habían sido excesivamente bajos. Fueron tiempos de “dinero fácil”. Thomas Woods, opt. cit.
8-Paul Krugman también se ha posicionado a favor de esta visión.
ANDRÉS MARTÍNEZ MORÁN
Estudiante.
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