En varias ocasiones he hablado con conocidos míos sobre la involución social en la que occidente se encuentra inmerso y lo cierto es que la mayoría de ellos, por no decir todos, no habían caído en este hecho que es algo más que evidente.
Ciertamente nuestra sociedad está sumida en una decadencia draconiana, solo comparable, quizá, con la de cualquier otra sociedad del pasado que estuviese a punto de colapsar. Verbigracia: civilización maya, Imperio egipcio, romano, español…
Todos los finales de ciclo social se han caracterizado por unas mismas pautas de comportamiento por parte de estas sociedades, como son el hedonismo, nihilismo y tendencias ácratas.
Al margen de esta obviedad, existe en nuestro caso concreto, un problema añadido.
Ese problema es precisamente con el que esas personas de las que hablo, me han intentado rebatir. Argumentan que la evolución tecnológica, sanitaria y científica que ha experimentado la humanidad en los últimos siglos, ha sido sublime. Si bien es cierto que esto es así, no es menos cierto que esa evolución no ha servido para que el ser humano avanzase socialmente, sino, diría yo, todo lo contrario.
Nos creemos que somos mejores por todo ello, pero no es cierto.
No hace muchos años la televisión no existía en la mayoría de las casas, hoy en día todo el mundo tiene al menos dos, no sólo eso, sino que además disponemos de sus correspondientes mandos a distancia para no tener que movernos del sofá, al igual que contamos con los mandos del equipo de música, del aire acondicionado o de la calefacción y, en muchos casos, hasta del sistema de subida y bajada de las persianas.
Esta evolución tecnológica no ha revertido ni mucho menos en que las personas seamos mejores, más bien todo lo contrario, ya que disfrutamos de una vida más “cómoda”. La televisión en sí, es una de las razones fundamentales por las que nuestra sociedad está involucionando a marchas forzadas.
La mayoría de la gente ya no necesita pensar, ya que se encarga el propio locutor de decirnos qué es lo que debemos hacer, a quién debemos votar, qué tenemos que comprar, cómo debemos educar a nuestros hijos. El colmo es que ahora nos pretenden enseñar a ser padres, hijos, dueños de mascotas, cómo mantener al Estado y los que se aprovechan de él, etc.
La razón es simple, esta sociedad ha olvidado cómo cuidar de sus animales, cómo ser hijo o ser padre y, sobre todo, qué es lo mejor económicamente para uno mismo.
Algunos pueden pensar que eso es una evolución, ya que, teóricamente, nos enseñan cómo hacer las cosas mejor para no cometer los mismos errores que nuestros padres o abuelos.
Yo creo que el ser humano es un animal con instinto, si se lo quitamos no estoy muy seguro de que seamos más humanos por ello. Me viene a la cabeza la frase de Nietzsche en la que decía “Es la sobreprotección lo que nos conduce a lo monstruoso y decadente”, posiblemente sea en lo único en lo que coincido con él.
Pero, sin duda, donde más claramente se puede apreciar esa involución de la que hablo, es en toda esa clase socialmente, más o menos agraciada, que pretende revelarse, y de hecho lo hace, contra lo que precisamente les ha permitido ser lo que hoy en día son. Sí, me refiero a aquellos que ladran en contra de la Constitución, contra el liberalismo culpable de todos los males de la humanidad, contra el capitalismo, la globalización y contra todos esos derechos logrados justamente por todo lo anterior y que ellos detestan.
Precisamente lo que les permite hoy en día hacer y decir las cosas que hacen y dicen. Sí, efectivamente, me refiero a la izquierda, y no a unos u otros, sino a todos, PSOE, Podemos, IU, ERC, etc… los cuales le deben a la democracia actual y al libre mercado del que disfrutamos, esa capacidad de tomar decisiones por ellos mismos, pues si hubiesen nacido en Venezuela o China, su existencia se habría visto limitada a plantar arroz o a atracar a turistas en una calle sucia de Caracas.
Concluyo mi razonamiento.
El ser humano ha evolucionado en función de la tecnología, la ciencia y la medicina. Pero socialmente, aun después de tanto vivir en sociedad, trata de negarse a sí misma el libre albedrío, la capacidad de tomar decisiones por sí misma.
Posiblemente, por el hecho deleznable que resulta, quizá, más sencillo que “papá Estado” lo haga por nosotros. Algo que, sinceramente, me parece una clara involución social. Otrora, las personas eran capaces de actuar en su vida privada sin autorización de nadie o, en todo caso, de sus padres. Hoy en día, es complicado.
Luis Molina nació en Madrid en el mes de junio de 1974. Cursó estudios de delineación, posteriormente de informática y Derecho. Fue militar profesional, escolta privado y desempeñó distintas funciones en el terreno de la seguridad que lo llevó a viajar por toda España.
En la actualidad compatibiliza su labor de escritor con la de consultor/analista informático, además de colaborar en el diario masbrunete.es.
Sus obras más destacadas son:
– Antología poética, «Vivir soñando».
– Antologías de relatos, «Réquiem por un misterio» y «Cuarenta y un relatos de terror y misterio».
– Novelas: «El asesino del pentagrama», «El tesoro visigodo», «Juego de dioses y peones», «La capital del crimen».
Twitter: @AMusageta
Facebook: https://www.facebook.com/infoLuisMolina
Web: http://www.webluismolina.com
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