Hoy, domingo 1° de marzo de 2020, el presidente Alberto Fernández abre el 138° Período de Sesiones Ordinarias del Congreso. Lo hace luego de una semana plagada de tensiones y escándalos en ese recinto, esta vez, alrededor de nuestra endémica penuria: El Sistema Judicial.
Y es que, en efecto, “La Justicia” es la institución que los argentinos menos apreciamos y de la que más desconfiamos. El 70% de los ciudadanos no sólo no creen en el sistema judicial, si no que lo consideran corrupto e ineficaz. Es, en definitiva, de los tres poderes que componen la República, el más rechazado. Y atenti que no es porque el poder ejecutivo y el legislativo cuenten con gran apoyo popular, eh!
Estamos hablando del desprecio mayor entre los desprecios, de la displicencia ganadora entre las displicencias. Esta falta de aceptación y confianza nos permite concluir que el descrédito de “La Justicia” es proporcional a la cantidad de problemas que no arreglan o que, peor, crean. La “La Justicia” es el gran problema para los argentinos.
Hace 244 años, Adam Smith escribía “La Riqueza de las Naciones” y con la lúcida precisión de su pluma, daba la receta para que una Nación prospere: “Poco más se necesita, para llevar a una nación a su máximo grado de opulencia desde la barbarie más baja; que la paz, pocos impuestos y una tolerable administración de justicia”
Paz y pocos impuestos se explican solitos: la convivencia pacífica y el respeto a la propiedad privada de los ciudadanos. Quitar a los contribuyentes sólo esa pequeña porción que el gobierno necesite para garantizar la seguridad contra la delincuencia; ofrecer los bienes y servicios públicos que realmente deban ser ofrecidos; ordenar los espacios públicos, defender la soberanía, ni más ni menos que una convivencia civilizada.
Pero después Smith nos dice: “Una tolerable administración de justicia” y como es exacto y quirúrgico elije decir “tolerable”. Pensemos: dice tolerable y no perfecta ni ideal. Tolerable no es irreprochable ni de una moral superior. Tolerable, simplemente tolerable, comprendiendo (aunque no aceptando), excesos y defectos en su impartición. Una justicia que respete los derechos de los demás y que castigue a quien los viole, tanto los derechos con los que nacemos: vida, libertad y propiedad, como los que adquirimos en acuerdos dentro de la sociedad. Va de nuevo: una convivencia civilizada.
Tan lejos estamos de las premisas del buen Adam, que nos perdemos algo latente que es importante para entender el momento político. No se trata sólo de que no haya confianza en las personas que están para impartir justicia, sino que son percibidas como un cuerpo extraño que empeora las cosas. Nuestra justicia no es ni remotamente tolerable.
En ese contexto, esta semana, los legisladores le dieron media sanción al proyecto de ley para modificar el sistema previsional de los jueces y diplomáticos. Y para que la milonga no decaiga el Presidente anunció que presentará un proyecto de reforma judicial. Sobre llovido, mojado.
Sólo una pastilla a modo de paso de comedia para graficar los avatares de esta presentación: El oficialismo consiguió el quórum gracias a la presencia del inefable Daniel Scioli. Resulta que es flamante embajador designado en Brasil, pero que había presentado su renuncia a la banca, pero que todavía no se había oficializado, pero…. O sea, toooda la burocracia inoperante estatal es una tómbola que puede favorecer a unos o a otros, dentro de la misma casta.
En esta comedia musical llamada “salvemos nuestro tongo lo demás no importa nada” no bailaban sólo diputados oficialistas y opositores. Los jueces comenzaron a amenazar con renuncias masivas para cobrar de inmediato sus jubilaciones ya concedidas y no verse perjudicados con el proyecto de ley que ya tiene media sanción en Diputados, y que seguramente será aprobado en el Senado, donde el oficialismo cuenta holgadamente con los números necesarios. O sea, te reduzco privilegios, se te esfuma la vocación.
Pueden acaso vosotros, estimados lectores, comparar la sabia templanza de Adam Smith proponiendo una convivencia civilizada para alcanzar al opulencia de la Nación, con esta manada de desarrapados rapiñando privilegios y metiéndose el perro unos a otros como si no hubiera un mañana?
El presidente del Consejo de la Magistratura, Alberto Lugones, expresó su preocupación (léase amenaza) al considerar que de aprobarse la ley, habrá entre «100 y 150 renuncias de jueces», lo que generaría «entre 380 y 420 vacantes» y pondría en riesgo el funcionamiento del Poder Judicial! Perdón? No eran probos funcionarios? Resulta que no movieron un pelo por las históricas estafas a jubilados comunes pero salen en estampida si les toca a ellos?
Para mayor abundamiento al guión de la comedia musical, la oposición, que el 20 de diciembre durante la sesión que congeló jubilaciones comunes y que exceptuó de la misma a jueces, (aberración para la que sí dieron quórum) reclamó contra esta discriminación, ahora hizo un flip-flap en el aire y se opuso. Hace unos días denunciaba un acuerdo de impunidad con la corporación judicial pero ahora considera que, en realidad, el peronismo ya no busca salvar a los jueces sino copar la Justicia con «jueces propios». Más que Congreso, estamos en una cancha de voley donde todos se pasan la pelota.
El golpe de la realidad al que hemos sido expuestos esta semana, es la impavidez de los dirigentes separándose de la gente. En otras palabras, ante el quiebre del sistema previsional, tal vez el mayor problema de nuestra economía, las élites judiciales y legislativas respondieron alejándose de la realidad y priorizando el control de daños, sin importar que se vea su impudicia. No hay posiciones políticas diferentes, no hay nuevas propuestas ideológicas, no hay ideas, sólo una continua repetición de oportunismo y avaricia en coreográfica alternancia.
Sólo basta mirar el desempeño del Poder Judicial en las últimas décadas. El mayor problema no es la corrupción, sino la falta de castigo ejemplar. Sólo unos pocos corruptos emblemáticos y mayormente outsiders de la casta han llegado a las últimas instancias de la justicia. Esto ha sido un incentivo para la corrupción a repetición y, en consecuencia, la principal causa de la pérdida de confianza de que goza “La Justicia”. Son la parte más importante del problema y le dan red de contención a la clase política toda sin distinción de partidos.
Esta es la peculiar burbuja en la que vive el Poder Judicial, que por ineficacia, lentitud o corrupción es responsable de haber detonado una pata fundamental de nuestra sociedad. La corrupción, la burocracia, la ineficiencia y la más absoluta falta de empatía admiten poca discusión, con el riesgo de deslegitimación del sistema. Basta mirar a la mayoría del poder Judicial durante los últimos meses luego de asumido el nuevo gobierno. Las causas se han vuelto arcilla ante nuestros ojos, avanzando o deteniéndose según los avatares del mapa político. La independencia? Bien, gracias.
Cada uno de los elementos señalados por Smith –paz, pocos impuestos, tolerable impartición de justicia– son condiciones necesarias para hacer de una nación un destino atractivo para las inversiones, las empresas, la creación de empleos, es decir las causas reales del progreso. Pero no, hoy abre su año el Congreso y sin novedad en el frente, los tres poderes que nos gobiernan siguen, de la forma más ruin, mirándose el ombligo.
Los jueces no deberían olvidar que la sociedad se ha visto vulnerada en su confianza, ya no representan a los ojos de los ciudadanos ninguna virtud. El Poder Judicial debería, por su propio bien, ser cada vez más próximo a un modelo de república y no a una monarquía plagada de privilegios en materia impositiva, jubilatoria y en tantos otros aspectos. Después de todo, los ciudadanos no pedimos mucho, sólo una tolerable administración de justicia. Viene siendo hora de demandarla.
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