¡No a la Academia de las Lenguas!
Como si de una representación teatral se tratase, en la tragicomedia de la política lingüística aragonesa, después del primer acto, la comarcalización, del segundo acto, la creación de la ley de lenguas, del correspondiente sainete de entreactos, el silbo disimulado cuando no directamente cómplice del Partido Popular (como en TODAS las regiones con políticas lingüísticas en las que pudieron deshacer y no quisieron cuando alcanzaron al poder), nos llega el tercer acto, la creación de una Academia de las Lenguas de Aragón y sus correspondientes Instituto del Aragonés y del Catalán.
De las grandes decepciones en cultura política que se pueden experimentar en nuestra tierra aragonesa es comprobar como, una y otra vez, a los vecinos nacionalistas se les otorga virtud en su riqueza. Es descorazonador comprobar que ha calado la idea de que son comunidades más ricas por que defienden lo suyo, y aún cuando perjudiquen al bien común español, haya arraigado que, copiando sus políticas, obtendremos su riqueza.
Y es titánica la labor de desmontar ese mito, de explicar que su riqueza es nuestra pobreza, de que copiar sus políticas es legitimarlas, y ahondar en la desigualdad. Con toda la gente joven que hablo, algunos incluso liberales, no ven mal la construcción de un imaginario aragonés, aunque ellos se crean el cuento de que se trata de una reconstrucción.
Pero la realidad es contundente, el conjunto de lenguas pirenaicas que se pretenden aniquilar en una normalización que amputará su riqueza, su variedad y su preciosidad, de dialectos que van por valles, (cheso, ansotano, el panticuto, el tensino, el belsetán, el chistabín, el fobano, el benasqués o patués, el grausino…) y que no tienen NADA que ver con el aragonés, que se glosa el Archivo de la Corona y cuya evolución y fusión en la creación del Español hace muchos siglos que marcaron su extinción. Se ve que esa riqueza cultural no vale tanto como el paniagua que proporcionarán a los burócratas que quieren fiscalizarla.
Pero lo más dramático del tema es que ese engendro en realidad sólo existirá para dar legitimidad a la apropiación del Catalán del proceso equivalente con las lenguas del Aragón Oriental. En el Aragón Oriental, esas lenguas tienen un tronco común que es el Lemosín y, en última instancia, el Occitano, al igual que las decenas de dialectos que, (aún hoy) se hablan en Cataluña, Valencia, Baleares… la creación del aragonés por la aniquilación de las hablas pirenaicas sólo es el reflejo de una aniquilación equivalente que se está llevando en pos de la creación del “catalán” * con todos los dialectos presentes en Cataluña, Valencia, etc.
(*Yo prefiero llamarlo barcelonés, y por cierto no es en absoluto al dialecto barcelonés, descrito por Pompeu Fabra, al que nuestras lenguas aragonesas orientales deben pleitesía en absoluto).
Es dramático darse cuenta de que los nacionalistas aragoneses que basan su ideología en la lengua aragonesa no tienen ningún problema en regalar un buen pedazo de Aragón al pancatalanismo. Ya puestos podrían haber reivindicado que el aragonés volviese a ser lengua propia también en los territorios de Cataluña, Valencia y Baleares, a fin de cuentas históricamente lo fué. Pero eso supondría reconocer que lengua y territorio son como el tocino y la velocidad, y que la Corona de Aragón hasta su último rincón siempre fue un archipiélago de osos rubios pirenaicos, franceses occitanos, almogáraves, moriscos, mozárabes y los abuelos de Chanquete.
Algún día tendría que escribir un artículo sobre la conveniencia del Gobierno Central de crear una Academia de las Lenguas Lemosinas Españolas (lo de Real ya no estaría en mi mano) y que hurtase, mediante la asimilación burocrática de las distintas academias autonómicas, mediante el estudio y la documentación de su variedad en el mapa español, mediante el establecimiento de un origen extranjero francés, la lengua “catalana” al nacionalismo pancatalista. Dudo porque al final es como jugar al póker con una baraja española, pero es que tanta locura es contagiosa.
En definitiva, las únicas razones para tales despropósitos son políticas y de orientación no sólo nacionalista, sino además de un nacionalismo extraño, cuando no hostil, a los aragoneses. La instauración de la presencia de otras lenguas en la Administración Aragonesa, por su innecesaridad, tanto poblacional, como práctica, como burocrática, y, sobre todo, económica, es ofensiva para el conjunto de nuestra depauperada región.
Como liberales, hemos de lamentar profundamente la creación de la Academia de las Lenguas Aragonesas, institución cuya única finalidad es replicar los modelos lingüísticos de nuestras comunidades vecinas y traer con ellos la discriminación, la ineficacia y, en definitiva, la división entre los ciudadanos, la intolerable intromisión del Gobierno en su cotidianeidad y el derroche económico y humano.
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