Cada vez que se presentan unos nuevos presupuestos, los medios se apresuran a calificarlos como “expansivos” o “contractivos”. Es decir, si estimulan o no la actividad económica. Como todos preferimos una economía que crezca a una en recesión, se instaló en la gente la idea de que los presupuestos “expansivos” son “buenos” y los “contractivos” son “malos”.
¿Qué quiere decir que un presupuesto sea “expansivo”? Estrictamente, significa que el saldo primario (ingresos menos gastos antes del pago de intereses) es inferior al del año anterior. Cada vez que un superávit primario cae, la demanda es “estimulada”. Lo mismo si se pasa de un superávit a un déficit, o cuando un déficit se agranda.
La realidad es un poco más compleja. Un mismo nivel de gasto puede tener diferentes impactos en la actividad económica según sea su composición. En general, la inversión pública tiene un impacto mayor, aunque no es necesariamente así (basta recordar el tristemente célebre “Plan E”). Tampoco es indiferente cuál es la composición de los ingresos (por caso, los impuestos a las empresas desalientan la inversión y el empleo, pero no así el IVA).
Que un presupuesto sea “expansivo” o “contractivo” depende del contexto general. España violó durante diez años el límite de déficit del 3% al que se había obligado con sus socios de la UE y tiene una deuda pública que equivale a casi el 100% del PIB. ¿Alguien puede pensar que, en ese contexto, deteriorar el saldo primario puede ser “expansivo”? ¿O más bien sería una muestra de irresponsabilidad que llevaría a la caída de la confianza, al aumento de la prima de riesgo y a un mayor coste financiero para familias y empresas (todos elementos que conducen a la caída de la actividad)?
En el caso español, unas cuentas austeras ayudarían a mejorar el “rating” de la deuda, que ahora es de “A-”, siete escalones debajo del máximo posible (“AAA”, que perdimos en 2009 gracias a los presupuestos “expansivos” de ZP). Un “rating” mayor mejoraría la confianza y la estabilidad a largo plazo de la economía, de lo que resultaría un estímulo para la inversión.
Aún hay más. Los presupuestos “expansivos” lo son normalmente porque aumenta el gasto público. Eso implica que una mayor proporción del gasto total de la economía es asignado por los políticos y no por los consumidores. Por definición (a menos que uno crea que los que elaboran el presupuesto son omniscientes), eso conlleva una asignación menos eficiente de los recursos. Más allá de cualquier impulso inicial, la economía generará menos empleo y producción de los que podría.
El gasto público hay que financiarlo. Por eso, todo aumento del gasto público conduce, antes o después, a la subida de impuestos, que es la forma moderna de avasallar a la sociedad.
Conclusión: la idea de unos presupuestos “expansivos” no es mas que marketing socialista-keynesiano. En verdad, la “expansión” no es más que la “invasión” de nuestros bolsillos y bienestar. Lo que de verdad nos interesa a los ciudadanos es que el gobierno gaste solo lo necesario y mantenga las cuentas en orden. Lo mismo que hacemos nosotros en nuestros hogares.
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