A menudo los liberales nos preguntamos perplejos de dónde viene el sentimiento comunista de odio a la libertad individual, al derecho de propiedad y al comercio. Hablamos de resentimiento, de envidia, de afán de poder. Pero creo que quien da en el clavo es nada menos que Ludvig Von Mises en su libro Liberalismo. La tradición clásica cuando escribe lo siguiente en el epígrafe “Las raíces psicológicas del antiliberalismo”: “El naufragio de las esperanzas, el fracaso de los proyectos, nuestra insuficiencia ante los retos que otros nos ponen o que nos habíamos puesto nosotros mismos, son la experiencia más importante y dolorosa que cada uno de nosotros ha vivido, son el destino típico del hombre”. No asumir este destino típico del hombre, su radical naufragio existencial, está en el origen del odio a la libertad, por paradójico que resulte. Las promesas de redención comunistas surgen entonces con su carácter mesiánico y violento frente a la humildad del liberal que asume su dosis de frustración vital.
En verdad, solo hay un modo prosaico de superar o sobrellevar este naufragio y de algún modo redimirse: mediante el desarrollo libre de una vocación profesional. El profesionalismo es por eso el mejor antídoto contra el comunismo. De hecho, lo primero que caracteriza a Marx, el padre del comunismo “científico”, es su rechazo radical del espíritu profesional, que él llamaría burgués y tildaría de mezquino. Marx no trabajó profesionalmente en su vida más que como director de un periódico durante un breve espacio de tiempo. Su rechazo del profesionalismo, que compartía esencialmente con Engels, le llevó a vivir siempre de prestado, y a malvivir largas temporadas. Dejó morir de frío y hambre a su hijo de 6 años antes que ponerse a trabajar a cambio de dinero. El “nuevo hombre” comunista era más importante.
El profesionalismo capitalista contemporáneo no podría entenderse sin la ética profesional que se desarrolló a partir de las reflexiones de Lutero sobre la vocación (“beruf”). Nótese que “beruf” en alemán no es “arbeit”, ese trabajo que hacía “libres” a judíos y demás recluidos en los campos de exterminio nazis. Tampoco es el trabajo no menos esclavo del estajanovista soviético, reclutado a la fuerza como si de un reclutamiento militar se tratase. El mejor estudio de esta ética de la vocación sigue siendo la obra del sociólogo Max Weber La ética protestante y el espíritu del capitalismo. Weber habla allí de un “ascetismo intramundano” donde el tiempo es oro y lo ejemplifica con unas líneas de Benjamin Franklin, que ya no creía en Dios como sus padres pero que seguía teniendo un alma de puritano. El hombre de bien.
En España, cuya tasa de paro media desde la Transición es de un escandaloso 17%, ha faltado profesionalismo. Solo desde 1783 los trabajos manuales son considerados “honrados”. Unamuno habla en una nota a pie de página de la vocación en la vida, pero sin añadir el calificativo de “profesional”. Solo recientemente el filósofo Antonio Escohotado, en su enciclópedica trilogía Los enemigos del comercio, traza implícitamente una teoría de la vocación profesional en una sociedad libre, radicada en una economía de mercado, donde el trabajo es una bendición a desarrollar con diligencia y no una condena a evitar. Desde el fontanero a la maestra, cada cual ofrece un bien o servicio útil a terceros de forma remunerada. Hay cooperación y hay reciprocidad. Todos ganamos. Todos aprendemos. No es menos útil elegir Formación Profesional en 3º de la ESO que llegar a catedrático de Física en la universidad. Escohotado asegura que hubiéramos evitado el atraso, el sectarismo y hasta la Guerra Civil si el profesionalismo y las ganas de trabajar en el mercado hubiesen estado más desarrollados en España.
El colmo de los últimos años fue convertir en sinómino de “profesional” al político. El primer presidente en no tener más oficio -salvo algunas clases como profesor- que el de político y ganarse muy bien la vida con ello fue Zapatero, y las consecuencias las pagamos aún hoy en día. El caso más extremo es el de la actual alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, sin oficio conocido ni estudios completados. Uno destruyó 3,5 millones de empleos y la otra lo quiere todo “fuera del mercado”. El viejo rechazo marxista al espíritu profesional. Para cambiar la legislación laboral y liberalizar el
mercado de trabajo buscando la masiva creación de empleo, antes ha de cambiar la mentalidad general de este país. No hay vida buena fuera del trabajo profesional. Trabajar es bueno. Trabajar es la vida.
Profesor de Filosofía y Ciencias Sociales
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