La renta básica
Define el diccionario, de María Moliner, la oclocracia (del gr. ὀχλοκρατία) como el gobierno por la muchedumbre o la plebe.
La oclocracia era, según Aristóteles, junto con la demagogia, una de las formas en las que podía degenerar la democracia.
En este sistema, la propaganda y la manipulación son la piedra angular de un establishment político que bajo promesas irracionales, se alzan o mantienen en el poder a costa de la necedad ajena.
La idea que subyace baja la renta básica, esto es dar dinero porque sí a todos, es la de asegurar un mínimo de consumo vital para todos los ciudadanos.
Bajo tan noble ( o no) pretensión, se esconde un subterfugio contra la autonomía personal, consistente en suministrar adormidera para restar impulso a la iniciativa personal.
Ser ciudadano por encima del desarrollarse o existir
Con esta prebenda esencialista, pues premia el hecho de ser ciudadano por encima del desarrollarse o existir como tal, los simpatizantes de la omnipotencia estatal consiguen que exista un nexo indisociable entre el individuo y la maquinaria gubernamental que lo mantiene, de tal manera que el primero crea que no puede subsistir sin el segundo, por ser éste el proveedor de su sustento básico.
Esta artificiosa seguridad desliga al individuo de la posibilidad de alcanzar su máxima capacidad, pues no consigue una inmunidad ante el riesgo, sino más bien eleva a la categoría de virtud la cobardía de la dependencia, mermando con ello, la única seguridad real a la que puede aspirar un individuo, que no es otra que la autonomía personal y la certeza de ser dueño de su propio destino.
Un pueblo relajado y dependiente del Estado
Téngase en cuenta que un pueblo relajado y dependiente del Estado, como lo sería aquel que tuviera asegurado el panem, consigue una masa de esclavos sin ánimo de manumisión, que como buenos perros babearian, como lo hizo el del Pavlov, ante cualquier campanada estatal de suministro monetario, y en vez de una democracia formada por ciudadanos libres, mutaríamos en un kratos estatal dominado por una muchedumbre pusilánime, débil y dependiente, con no más aspiraciones que mantener su estatus de servidumbre.
Imaginen, por un momento, un sistema educativo en el que con independencia de los logros, todos los estudiantes aprobaran sin esfuerzo alguno (lo sé, no es difícil imaginarlo), un sistema en que por el mero hecho de ser estudiante ya tuvieran un derecho inalienable a aprobar todas las asignaturas, ¿de verdad creen que ese sistema generaría mejores bachilleres? Y ahora imaginen de nuevo, que una vez instaurado ese sistema, y debido a su manifiesta ineficacia, se pretendiera eliminar e introducir un sistema meritocrático, ¿no oyen ya los gritos clamorosos de los fundamentalistas igualitaristas bramando contra cualquier elemento diferenciador?
Si realmente queremos mejorar las condiciones individuales de los ciudadanos, démosles mayor libertad, mayor autonomía, para que en función de sus posibilidades o apetencias, desarrollen sus proyectos personales como mejor quieran, no los tratemos como niños incapaces de valerse por sí mismos y confiemos en la potencialidad del ser humano, amparado por un buen sistema educativo, para lograr sus objetivos no sólo profesionales sino también vitales.
Economista y Graduado en Derecho. Asesor Fiscal en Graciani Asesores.
Empresario y profesional, dedico gran parte de mi tiempo libre a la Filosofía, sintiendo una gran inclinación por las ideas liberales.
Deja una respuesta