[PUBLICADO EN LA NUEVA CRONICA EL 13 DE FEBRERO DE 2019]
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Vivimos en una sociedad en la que el Estado, desde que nacemos, tiende a actuar, decidir e incluso pensar por nosotros.
La gente tiene interiorizado tanto este comportamiento, que lo ve como normal e incluso positivo. Nuestros gobernantes ya no solo velan por el interés general, sino que se sienten con la suficiente legitimidad de saber lo que nos conviene, incluso a pesar de nosotros.
Estos vicios del Estado se remontan tanto en el tiempo, que ya parece como si en nuestro ADN estuviésemos condicionados para aceptarlos e incluso defenderlos. Si te sales de esta partitura, te toman por un bicho raro y la izquierda, que cree que tiene el monopolio de la verdad, te tacha de enemigo del ‘Estado del Bienestar’ y te pone la etiqueta de fascista.
Las políticas colectivistas y liberticidas que se han venido aplicando, no solo por Gobiernos de izquierdas, nos toman como si fuésemos hormigas cuyos intereses particulares quedasen en un segundo plano en pos de un hormiguero común (Estado) que cada vez sea más grande, ignore las necesidades individuales y solo piense en sí mismo.
Ahí radica precisamente el error de estas políticas. Si algo ha caracterizado al ser humano a lo largo de su historia, es su afán por ser libre. Libre para tomar sus decisiones, para acertar o equivocarse, para progresar o fracasar… Siempre con la premisa de que sus derechos y libertades no interfieran con los derechos y libertades del prójimo….
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