La tragedia en Lampedusa el pasado mes de Abril en la que murieron cientos de inmigrantes al tratar de alcanzar costas europeas levantó un gran revuelo mediático y político.
Todos nos sentimos compungidos por la magnitud de la tragedia y especialmente porque lo único que buscaban esos 700 seres humanos era escapar de la guerra, escapar de unas condiciones de vida insoportables y buscar una vida mejor para ellos y sus familias.
Unánimemente se repitió que algo así no podía volver a ocurrir.
Como no podía ser de otra forma, los diferentes líderes políticos de las más diversas ideologías, raudos y veloces, celebraron multitud de cumbres para buscar un remedio al drama.
Resultado: absolutamente ninguna solución, empeoramiento de la situación y dinero público gastado tanto en absurdas reuniones que lo único que buscan es la fotografía oficial como en limosna a los países de origen que en ningún caso llega a la gente que lo necesita.
5 meses después, decenas de cumbres más tarde y centenares de nuevas muertes, vivimos la mayor crisis humanitaria desde la segunda guerra mundial.
Todo el mundo se pregunta, ¿pero cómo podemos solucionarlo?
¿Puede la UE asumir la gran cantidad de inmigrantes que llegan a diario a sus costas?
¿Por qué lo estados no hacen nada?
Los políticos de occidente no van a encontrar ninguna solución porque no les interesa, la única solución implica enfrentarse a fuertes lobbies (empezando por dejar de subvencionar a los agricultores) para que los países en desarrollo puedan competir con nosotros, enfrentarse a la opinión pública que es muy solidaria vía Twitter (en otros países ha habido manifestaciones mientras que en España la solidaridad ha sido más bien electrónica) pero algo menos cuando tiene a los inmigrantes debajo de su casa y, finalmente, abrir las fronteras, sin miedo.
Con datos en la mano, la globalización y la liberalización económica han demostrado ser todo un éxito, han permitido aumentar la riqueza del planeta y han conseguido que cada vez haya menos pobres. Si la libre circulación de bienes y capitales han aumentado nuestro bienestar, quitemos el corsé a la libre circulación de personas, al fin y al cabo, las fronteras no son más que barreras imaginarias impuestas por nosotros mismos.
Y aquí es donde debemos olvidarnos de los políticos y preguntarnos a nosotros mismos, ¿estamos dispuestos a salir de nuestra falsa zona de confort llamada Estado de Bienestar que nos parasita y nos hace eternamente dependientes? Recordemos que nos ha sido otorgada por el simple hecho accidental de haber nacido donde hemos nacido y no unos kilómetros más al sud.
Algunos de vosotros habéis compartido la noticia del niño muerto en la playa con un emoticono de cara triste, otros simplemente habéis compartido o dado al like como señal de repulsa, otros incluso exigís a los estados que intervengan para poner fin a esta lacra
El activismo de salón está muy bien pero es bastante hipócrita, especialmente si en nuestro interior todas esas buenas intenciones van acompañadas de un pero.
Sí, que vengan pero con un límite.
Sí, pero aquí no cabemos todos y somos pobres, que vayan a Alemania. Sí, pero nada de sanidad y educación pública. Sí, pero que no nos quiten nuestros trabajos.
Sí, pero las ayudas públicas para los de aquí.
¿Se imaginan que el coste de producir una barra de pan fuese de 0.30 pero que el pueblo vecino, con la buena intención de que sus ciudadanos no pasen hambre, subvencionase a los panaderos y estos pudiesen vender a 0.15?
Pues bien, eso es lo que estamos haciendo en Europa y EEUU con muchos de nuestros productos agrícolas, estamos vendiendo por debajo del precio de coste impidiendo así que los países en desarrollo puedan vendernos sus productos.
En definitiva, las soluciones son claras y no pasan precisamente por la intervención de los distintos estados sino más bien al contrario:
Dejémonos de buenismos camuflados en limosnas y permitamos que estos países prosperen eliminando nuestros proteccionismos económicos.
Dejémonos de buenismos camuflados en limosnas y permitamos que estos países prosperen eliminando nuestros proteccionismos económicos.
En la misma línea, tengamos unas fronteras mucho más laxas y perdamos miedo a ceder parte de nuestros ficticios y accidentales privilegios.
La inmensa mayoría de inmigrantes no vienen a robarnos nada, vienen a trabajar duro y a tratar de vivir un poco mejor.
Sólo los mediocres se aferran a los peros.
JORDI PAMIÉS
Economista. Trabaja en Banca Corporativa y estudia el máster de Economía de UFM-OMMA.
Deja una respuesta