Roma cayó cuando perdió su identidad. Cuando los pueblos bárbaros dejaron de respetar las leyes del Imperio y pretendieron poco a poco imponer las suyas. Cuando las calzadas que servían para la unión y el enriquecimiento a base de intercambios comerciales, se convirtieron en sendas peligrosas donde ya no existía la autoridad de la gladius.
(Guetos, Zonas no-go, atentados y ausencia de control en fronteras).
Roma murió también de opulencia. Ninguna otra parte del mundo era tan rica, así que los gobernantes comenzaron a despilfarrar en obras faraónicas a mayor gloria personal, y a ofrecer dádivas a sus gobernados para mantenerlos fieles y contentos, “panem et circenses”.
Los alimentos se repartían gratis en Roma, y ésta veía como la gente dejaba de trabajar en el campo y se iba a la ciudad en busca de las ayudas sociales del Imperio, desestabilizando así la economía en la que cada vez había menos producción y más demanda, lo que llevó a que el metal de las monedas de plata comenzara a malearse para cubrir la necesidades porque la población de Roma no paraba de crecer.
(Renta básica universal, deuda e inflación).
La desestabilización económica trajo consigo otros muchos males. Se vivía peor, así que la gente tenía cada vez más problemas y dejó de ver en Roma ese modelo de civilización capaz de solucionarlos… los pueblos empezaron a renegar de la gran potencia.
(Brexit).
Roma es lo que somos, es nuestro preludio.
La cultura, que exportaron de Grecia llevándose a sus filósofos a la gran urbe para que educaran a las élites romanas.
La ley, que crearon para que pueblos y familias no tuvieran que matarse cada vez que surgía un conflicto.
Las vías de comunicación, que abrieron para comerciar y entenderse.
Y el cristianismo, que forjó una ética común en la que cabían todos independientemente de su clase y procedencia, algo nunca visto hasta entonces.
Y eso seguimos siendo hoy, por mucho que le pese a algún iletrado. Y eso nos ha convertido en el lugar del planeta más libre y más prospero que jamás ha existido, hacia donde todos huyen… huyan de lo que huyan, siempre lo hacen buscando occidente.
Quizá deberíamos tener en cuenta lo que hizo caer a Roma para no repetir errores ahora que nuestra civilización está siendo abiertamente atacada, y muy mal defendida.
Los valores del cristianismo exceden a ser creyente o no, nuestro estado es aconfesional pero profundamente cristiano, hasta el más ateo celebra las fiestas de santo de su pueblo.
Cambiar la gladius por un piano de cola y una canción de Lennon contra un enemigo que está dispuesto a morir en la batalla no parece la mejor opción.
Repartir peces, sin enseñar a pescar, tampoco.
Roma cayó, y el mundo no había conocido un imperio tan grande y prospero hasta entonces. También puede caer Europa si no sabemos defenderla… y de momento, no sabemos.
Renegar de nuestros valores es cavar nuestra propia tumba. Es abrirle el pecho a quién arremete con una daga.
Los que llegan de todos los lugares del mundo buscando el sueño de libertad de occidente deben asumir y aceptar ciertas normas. Para empezar, la mejor manera que tienen de agradecer nuestro esfuerzo es respetar lo que somos, nuestras costumbres, e integrarse en nuestra cultura. ¿Pero en qué cultura les vamos a pedir integrarse si nosotros mismos renegamos de ella?
La firmeza para quién no acepte nuestros valores debe ser proporcional al bien que protegemos con ellos, y ése es un bien supremo: la civilización más prospera y libre que ha conocido la humanidad, defendámosla.
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