Desde 1931 a 1936, Josep Pla desempeñó en Madrid tareas como corresponsal parlamentario de La Veu de Catalunya, un desparecido periódico barcelonés. Esas crónicas, que luego verían la luz en una monumental obra, constituyen una fuente primaria de información sobre el convulso lustro de la Segunda República, y son también muy útiles para interpretar ciertas sacudidas del presente, porque ya se ve lo que nos está costando salir de ese dichoso bucle histórico. Estos apuntes cobran una dimensión aún mayor si se tiene en cuenta la equidistancia del autor con el republicanismo y el monarquismo de la época, porque lo único que anhelaba el gran intelectual ampurdanés era la simple modernización del país, fuera con el sistema que fuera.
Desde la mañana misma en que se proclamó la república hasta meses antes de estallar la guerra civil, Pla pisó la moqueta de las Cortes y se codeó con innumerables protagonistas de aquella trepidante España. Esas fecundas vivencias le permitirían transitar de la inicial simpatía por la causa republicana -en la inocente creencia de que algún día abrazaría el avanzado modelo francés-, hacia un profundo desencanto por la “locura frenética y destructora” en que a su juicio derivó el régimen en sus años terminales.
Conversando con Soler Serrano al final de su larga vida, en una de las escasas entrevistas televisivas que concedió, Josep Pla consideró que a sus diarios de la Segunda República les había faltado saber explicar las razones de su naufragio. “Fracasó por la rapidez”, dijo, agregando que “quisieron hacer demasiadas cosas en un momento determinado, pero la historia no puede conocer procesos de aceleración tan rápidos. Resolver el problema de la tierra, de los latifundios, del militarismo y de la iglesia en tres días o en treinta días o en tres meses, fue un horror total”, sentenció el genial escritor catalán entre caladas de tabaco de picadura.
De sus abundantes observaciones en el Congreso y otros textos suyos se extraen igualmente rasgos complementarios de ese calamitoso declive. Por ejemplo, la tendencia contumaz de los diputados de entonces a “hablar mucho y no decir nada”, descuidando los problemas cotidianos de la ciudadanía, entre ellos el de la seguridad. O la obsesión “solo por ganar elecciones” a toda costa, con independencia del cumplimiento de las promesas ofrecidas al electorado una vez en el gobierno. O, en fin, el empecinamiento en polarizar a la sociedad en facciones radicalmente enfrentadas, subrayando las diferencias ideológicas como si de encendidas escenas de una tragedia griega se tratara.
Para el privilegiado espectador de aquel tiempo que fue Josep Pla, todas esas apresuradas reformas, unidas a las vanas sobreactuaciones encaminadas a excitar pasiones políticas que tenían que haber cursado por la templada senda de lo razonable, condujeron al inevitable colapso de la última experiencia republicana y al desaguisado subsiguiente que no somos capaces de cicatrizar, aunque lo hayamos intentado hasta la llegada del insensato que se empeñó en devolvernos a las tinieblas.
De aquel turbulento período debieran extraerse enseñanzas para momentos que pudieran parecerse. Y especialmente cuando se insiste en transformar los cimientos institucionales de la nación sin asentarlos en amplios consensos, o cuando se pretende imprimir a la democracia un ritmo endiablado de cambios con la inequívoca intención de convertirla en mero instrumento al servicio de los intereses particulares del partido de turno para perpetuarse en el poder. El desastre que se produce en esos casos ya sabemos las devastadoras consecuencias que arrastra, y por eso me gustaría pensar que hemos tomado buena nota de nuestros propios errores del pasado para no volver a caer irresponsablemente en ellos.
Artículo aparecido el 12 de julio en diarios de Prensa Ibérica.
Académico Correspondiente de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación. Compagina el ejercicio de la abogacía con la docencia del derecho administrativo en universidades de Madrid, Barcelona y Oviedo. Es también el presidente de la Comisión de Español Jurídico de la Academia Norteamericana de la Lengua Española, con sede en NY.
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