Estamos estos días en plena campaña del día ese que se han inventado desde el poder, algo así como el día de la mujer. Y el mundo de la enseñanza no se va a quedar al margen. De ninguna manera.
Dejemos a un lado la monserga esa de la huelga feminista, los paros, las manifestaciones y las pancartas, del empoderamiento, de la igualdad, de la libertad sexual, que todo junto da muchísima pereza. Adentrémonos en el funcionamiento de un colegio cualquiera de un sitio cualquiera cuando se acercan fechas como este día aciago de marzo. De lo que se les ofrece a los niños como «educación». Y esta vez no vamos a acudir a los libros de texto, tan críticos y tan poco sesgados ellos, como todos sabemos. Vamos a ver qué hacen y dicen los “docentes”.
La coordinadora de igualdad, que existe (a qué cosas estamos llegando) y que es una manera suave de llamar a un comisario político de los de toda la vida, propone al resto de los maestros hacer una actividad, cada uno en su clase, para abordar el espinoso tema de la «brecha salarial» y generar un «debate».
La cosa sería más o menos de la siguiente manera: se pone a todos los niños a recoger papeles del suelo, simulando un trabajo, y después se les paga su salario. Los niños recibirían algo más que las niñas, porque eso es lo que ocurre en la realidad. Se supone que habría protestas y entonces se explicaría el asunto de la famosa brecha y su injusticia.
Lo habitual es que haya acuerdo generalizado entre los docentes para hacer esta actividad u otra parecida.
Y se hacen llamar maestros.
La brecha salarial existe. Nadie lo pone en duda. Lo de menos es lo que digan los datos. ¿Acaso alguien se para a mirar los datos, las estadísticas? ¿Cómo están hechas, a qué trabajos se refieren? Se da por sentado que existe porque alguien, de los que mandan lo que hay que pensar, dice que existe. Las mujeres ganan menos que los hombres porque son mujeres. Punto.
No vamos a comparar los años que trabaja cada uno, las jornadas, los tipos de empleo que tienen, no. No pensemos que trabajar más o menos, en un cosa u otra tiene algo que ver, aunque sólo sea un poco, con decisiones individuales. No se nos ocurra pensar, ni un poquito, en qué ventaja competitiva más espectacular se pierden los empresarios al contratar a hombres a los que les tienen que pagar más. Ni en qué dice la legislación sobre discriminación salarial, ni cuántos casos se denuncian, si existe un problema. Aceptemos algo así a bulto, por encima, no vayamos a descubrir lo que no queramos.
Y se hacen llamar maestros.
Así que adoptan el rol de empresario en la clase y le «pagan» diferente a las niñas solamente por serlo. Están haciendo algo que, de hacerlo en una empresa de verdad, sería ilegal. Porque lo es. Eso es lo que dice, desde hace muchos años la legislación laboral española.
El mensaje que les llega a los niños es que los empresarios hacen cosas ilegales. Todos y siempre. Y que ellas, cuando vayan a trabajar, van a cobrar menos que ellos, siempre. No se preguntan cómo es que las maestras ganan lo mismo que sus compañeros maestros, ni cómo es que no conocen a nadie que haya denunciado su caso.
Les llega que los empresarios son hombres y que los hombres son injustos con las mujeres. Todos. Cuando no violentos. Todos. Y el que le llega a las niñas es que son víctimas, por nacimiento y para siempre, víctimas.
Y se hacen llamar maestros.
Pretenden generar un «debate» sobre algo que ellos mismos dan por supuesto, que dan por cierto, que no han debatido. Dicen que pretenden fomentar el espíritu crítico en los alumnos, pero ellos no reflexionan. Aceptan consignas, repiten eslóganes, dan ejemplos de ilegalidades y se hacen llamar maestros.
Me pregunto qué pensarían si alguno de sus compañeros hiciera la siguiente actividad para debatir la autoridad en una clase: un maestro pega a sus alumnos todos los días al final de la clase, pero solamente a los que les tiene manía. Habrá protestas y entonces debatimos sobre la injusticia de pegar.
A estas alturas, lo que hay que pedir, sin duda, es un #PINMAESTRAL.
Pin maestral, YA.
Por cierto, si la brecha esa fuera real, ¿cómo es que los sindicatos que sufrimos, tan dados al criterio ponderado y tan alejados de la movilización mamporrera, no han asaltado las calles un día sí y otro también, o no han atascado los juzgados con flagrantes casos de discriminación?
No hay más preguntas, señoría.