CATALUÑA: CÓMO ESTAMOS Y QUÉ HACER
¿Por qué la situación política catalana llegó al punto en que se encuentra hoy? Porque en los años ’80, el independentismo catalán comenzó a ejecutar un plan a largo plazo con el objetivo de hacer de Cataluña un nuevo país. El control (directo e indirecto) de medios de comunicación y de la educación, fueron dos de las herramientas claves. Muchas veces por necesidad (pero otras también por miopía, comodidad o torpeza), los gobiernos nacionales fueron dando pequeñas concesiones que, en lugar de apaciguar, acercaron a los independentistas a su objetivo.
ZP intentó cambiar la dinámica política nacional. En lugar de la alternancia entre el PP y el PSOE, buscó una mayoría alternativa permanente sumando el PSOE y los independentismos (la política del “cordón sanitario”). Eso exigía conceder cualquier cosa que le pidieran los independentistas (por ejemplo, “apoyaré la reforma del Estatuto de Cataluña que apruebe el Parlamento de Cataluña”).
La doble crisis sufrida por España (una, internacional; la otra, provocada por la ineptitud de ZP y sus ministros) brindó la oportunidad ideal para que el independentismo acelerara sus planes. Artur Mas exigió un “concierto económico” a Rajoy, a sabiendas de que no se le podía otorgar; con esa excusa, exageró el tradicional victimismo e inició el camino hacia el abismo. Camino que se recorrió con los referéndums ilegales de 2014 y 2017, y abismo que llegó con el golpe de estado (declaración de independencia) del 27 de octubre pasado.
Aunque pocos lo reconozcan, el gobierno de Mariano Rajoy cambió la política frente al independentismo catalán: es el primer gobierno que no le hace concesiones. La aplicación de la ley ha sido una herramienta formidable para defender las instituciones, frenar la rebelión y encarcelar a muchos de los golpistas.
¿Qué hacer de aquí en adelante? En primer lugar, lo mismo que se está haciendo ahora: en lugar de repetir el error del pasado, de creer que más concesiones apaciguarán al independentismo, rechazar cualquier “mediación” y supuestos “diálogos”. Es imposible negociar ni pactar con el independentismo por una razón elemental: carece de lealtad, porque su fin último es opuesto al interés general de España.
Al mismo tiempo, comenzar a desandar el camino transitado durante décadas. Por ejemplo, eliminando subvenciones y ventajas fiscales a entidades afines al golpe (aún hoy, pese a que su presidente Jordi Cuixart está preso, es posible hacer una donación a Òmnium Cultural, entidad declarada “de utilidad pública”, desgravando hasta un 90%). También, desmantelando las “estructuras de estado” (aunque demasiado calladamente, el gobierno está en ello, artículo 155 mediante -al que PSOE y Ciudadanos inicialmente se opusieron-). Al mismo tiempo, normalizar la situación en los medios de comunicación públicos y en la educación (todos podemos apoyar la Iniciativa Legislativa Popular para que se pueda estudiar en español en toda España; ver www.hispanohablantes.es). Por supuesto, oponerse a cualquier proyecto con el que pueda iniciarse un camino similar al que siguió Cataluña (en el caso concreto de Asturias, la cooficialidad del bable normalizado).
El problema del independentismo catalán no surgió en una semana. Por eso es ingenuo pensar en soluciones rápidas. Será necesaria mucha persistencia. Persistencia en la que los partidos constitucionalistas deberían estar unidos, evitando el tacticismo autodestructivo (como cuando Ciudadanos prefirió dejar sin grupo propio al PP catalán en el Parlament). Unidad que resulta esencial para poder encarar soluciones de fondo, como una reforma del sistema electoral que termine con la sobrerrepresentación de la que hoy gozan los independentistas.
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