Estaba disfrutando del agradable olor a café en aquella mañana fresca de primavera y lo único que me molestaba era notar que mi barriguita me estaba recordando que un poco de ejercicio no me vendría mal. Llevaba pocas semanas viviendo en esa urbanización que, al parecer, contaba con modernas instalaciones para el uso y disfrute de los vecinos. Entre ellas, un gimnasio llamado Club España que, por lo que me habían contado, estaba bien dotado y bastante cerca de mi piso. Sin demorar más en concretar mis saludables intenciones, me acerqué al gimnasio.
Allí, una señora amable no tardó en explicarme el horario y las condiciones de acceso. Navegando con la mirada por el recibidor acabé fijándome en un cartel donde se podían ver las tarifas aplicadas. Intenté leerlo mientras la señora me informaba que necesitaría una copia de mi nómina para gestionar el cálculo de la cuota mensual. Sorprendido, pregunté qué tenía que ver mi nómina con la cuota del gimnasio. Me aclaró, sonriente, que en la junta de la Comunidad de vecinos se había aprobado por mayoría un sistema especial de cobro para el gimnasio, asignando a cada vecino una cuota mensual en acorde con sus ingresos. Era la primera vez que me encontraba con ese tipo de tarifas en un gimnasio y mi cara lo reflejaba fielmente. Volví a mirar el cartel:
Disfrutando del mismo servicio, ¿por qué iba a pagar una tarifa distinta a la que pagan los de otro nivel de ingresos? Hirviendo como una olla a presión, le dije a la señora que no contaran conmigo ya que las tarifas eran discriminatorias, basadas en circunstancias personales. Se disculpó y añadió que, independientemente de si hiciese o no uso del gimnasio, tendría que traer la nómina y pagar la cuota que me correspondiese como vecino, según lo acordado por la mayoría. Así, el gimnasio podía seguir abierto y con una tarifa baja para los vecinos que no se podían permitir ir a un gimnasio privado. Escandalizado por lo que consideraba un abuso, la saludé y me giré para salir, pensando en contactar cuanto antes con el Presidente de la Comunidad y explicarle mi posición. Intentando recordar su nombre no me percaté del adorno que llevaba uno de los pilares que encuadraban la puerta, le di de lleno con la frente y me desperté de la pesadilla que me había atormentado buena parte de la noche. Ufff… menos mal que el gimnasio y sus tarifas habían sido sólo una pesadilla. Ya estaba rebozando de buen humor y ganas de vida. Entré en la ducha y 15 minutos más tarde, más despejado, pude disfrutar del café americano que me acompaña todas las mañanas. Entre sorbo y sorbo me volvió a la mente el cartel con las tarifas del gimnasio que habían marcado mi reciente pesadilla. De repente, paré de sorber el café: entendí que la pesadilla continuaba de una forma mucho más dramática en la vida real. El Estado actúa de la misma forma en la relación con los ciudadanos Club España existe de verdad y a una escala mucho mayor. A pesar del artículo 14 de la Constitución Española (los españoles son iguales ante la ley sin que prevalezca discriminación alguna por cualquier circunstancia personal), la fiscalidad es progresiva en lugar de suponer una contribución igual de los ciudadanos al mantenimiento del Estado, con el que cada ciudadano se relaciona jurídicamente de la misma forma. Actualmente, cuanto más ganes (siendo los ingresos una circunstancia personal) e independientemente del uso que hagas de los servicios públicos, más pagas en concepto de impuestos directos. ¿Es más español el que paga 200.000/año en concepto de IRPF que el que paga 1.000/año? ¿Tiene acceso a mejores servicios públicos? NO y NO. ¿Entonces? Tampoco te puedes negar a pagar porque todos los ejércitos modernos e informatizados del Estado irán a por ti y te castigarán de forma ejemplar. Además, los moralistas socialdemócratas te acusarán de egoísta, individualista, insolidario y poco empático con el sufrimiento de la gente necesitada que suele protagonizar las conocidas novelas de ciencia ficción conocidas como Informes Oxfam. Muy poca gente cuestiona el encaje de la fiscalidad progresiva con la igualdad de trato ante la ley y, menos aún, la legitimidad del Estado para institucionalizar tal trato discriminatorio. Pensándolo mejor, me voy a dormir. Con un poco de suerte, volveré a soñar con el gimnasio de las tarifas discriminatorias y, comparándolas con el atraco socialdemócrata perpetrado en la vida real por el Estado, podré descansar felizmente hasta mañana, cuando me tocará cumplir con mi obligación de ciudadano y hacer la declaración de la renta. Muy buenas noches. Por cierto, recuerda que tú también eres socio de Club España y, quieras o no, deberás pagar una cuota discriminatoria.

MARCEL PASAROIU
Licenciado en Economía. Actualmente trabajando en Análisis de datos y Calidad de Servicios IT.
Deja una respuesta