La vida, en su sentido más básico, es una lucha contra la naturaleza y no un disfrute de sus dones. La naturaleza nunca regala nada a nadie. No es ni piadosa, ni generosa. La naturaleza ni ofrece, ni cede graciosamente sus bienes y riquezas. De hecho la naturaleza es todo lo contrario. Es avara en extremo, y los seres vivos deben mantener una continua lucha para obtener de ella los bienes que les garanticen su sustento. En la naturaleza la supervivencia es un estado que ha de ser renovado día a día
Imagínense solos en un bosque, en pleno invierno, armados simplemente con su ingenio. Se darán inmediata cuenta de que en la naturaleza nada hay gratis, cada rama para leña, cada brizna de comida, cada sitio de abrigo, tiene un alto coste, y obtenerlo supone un gran esfuerzo. El argumento es válido a todos los niveles, y no solo al nivel de la más elemental supervivencia; Si hacemos una casa, ¿Qué hará la naturaleza sino mandarnos a sus agentes para destruírnosla? Viento, lluvia, termitas, fuerzas naturales, etc . La naturaleza solo conoce una ley, y por esa ley se rige: la ley del más apto. La naturaleza potencia la supervivencia de los más aptos, no facilitándoles sus bienes y riquezas, si no dificultándoles extraordinariamente su obtención. Palabras como facilidades, solidaridad, compasión, etc le son totalmente ajenas.
Y sin embargo, muchas personas tienen una visión de la naturaleza y de sus bienes, totalmente distinta. Creen que cada ser humano, por el simple hecho de serlo, por el simple hecho de haber venido a este mundo, tiene derecho a una parte de los bienes que la naturaleza ha puesto generosamente al alcance de la humanidad. Que los bienes de la naturaleza son fácilmente obtenibles, alcanzables y distribuibles, de forma que todos los hombres, por el hecho de serlo, tienen el derecho a su disfrute en la misma medida. Y que por lo tanto, la desigualdad en la cantidad de bienes que poseen las distintas personas proviene en última instancia de mecanismos de apropiación que usamos los unos sobre los otros. Según esta visión, la riqueza sería consecuencia de la apropiación de bienes ajenos, bienes que en ningún caso les correspondería poseer a los ricos. Bienes que estaban destinados en origen a otras personas que, por diversas circunstancias sociales, no pudieron acceder a ellos o no los pudieron/supieron defender. El origen de la riqueza propia se edificaría, mediante la apropiación indebida, sobre la pobreza ajena. Finalmente de todo ello se derivaría la necesidad de la intervención estatal como garantía última de que cada individuo tenga la parte de los bienes del mundo que legítimamente le pertenecen por el simple hecho de ser hombre.
En realidad lo que sucede es que cada riqueza que tiene el hombre, cada bien con valor económico que posee, ha tenido que ser previamente producido por alguien. El carbón ha de ser extraído, los alimentos cultivados y/o recolectados, la más simple de las herramientas producida, las viviendas construidas, etc Tras uno o varios de esos trabajos, esfuerzos y procesos, y solo entonces, obtendremos un bien con valor económico. Un bien que la naturaleza no nos dio, un bien que nosotros extrajimos o fabricamos. La naturaleza pues, no es una compañera generosa y solicita, no es nuestra amiga ni pretende serlo. Por el contrario, son nuestros congéneres, la sociedad, los que son nuestros compañeros y colaboradores en este mundo. Ellos sí que nos ofrecen riquezas y bienes con los que poder mejorar nuestra vida. Pero si deseamos tener acceso a esos bienes, deberemos ser muy conscientes que esos bienes han tenido que ser obtenidos o fabricados con gran esfuerzo por los mismos hombres que nos los ofrecen y que lo que no es justo, es pretender que ahora nos los cedan gratuitamente por el simple hecho de pensar que nuestra mera existencia nos otorga derechos sobre ellos.
En la naturaleza son los individuos, en estrecha colaboración con los demás y mediante la división del trabajo, quienes han creado y siguen creando todo cuanto el hombre considera bienes económicos, y es de justicia que para acceder a dichos bienes, creados con el trabajo y esfuerzo ajenos, nos sean demandaos a cambio bienes y servicios que nosotros deberemos crear o ayudar a crear. No podemos, no debemos, distribuir aquello que no es nuestro, y ningún bien existe que no haya sido obtenido con el esfuerzo de alguien. Alguien que por lo tanto es su legítimo propietario. Legitimidad, dicho sea de paso, de la que carecerá cualquier ley o derecho que pretenda la distribución solidaria de dichos bienes, en base a un supuesto derecho de propiedad otorgado a la humanidad.
En definitiva, los bienes que muchos estiman dones de la gentil naturaleza, no son más que el resultado del trabajo y esfuerzo humano, y por lo tanto el acceso a dichos bienes debe implicar siempre el pago de su precio a su legítimo propietario, lo demás tiene otro nombre: ROBO.
Imagínense solos en un bosque, en pleno invierno, armados simplemente con su ingenio. Se darán inmediata cuenta de que en la naturaleza nada hay gratis, cada rama para leña, cada brizna de comida, cada sitio de abrigo, tiene un alto coste, y obtenerlo supone un gran esfuerzo. El argumento es válido a todos los niveles, y no solo al nivel de la más elemental supervivencia; Si hacemos una casa, ¿Qué hará la naturaleza sino mandarnos a sus agentes para destruírnosla? Viento, lluvia, termitas, fuerzas naturales, etc . La naturaleza solo conoce una ley, y por esa ley se rige: la ley del más apto. La naturaleza potencia la supervivencia de los más aptos, no facilitándoles sus bienes y riquezas, si no dificultándoles extraordinariamente su obtención. Palabras como facilidades, solidaridad, compasión, etc le son totalmente ajenas.
Y sin embargo, muchas personas tienen una visión de la naturaleza y de sus bienes, totalmente distinta. Creen que cada ser humano, por el simple hecho de serlo, por el simple hecho de haber venido a este mundo, tiene derecho a una parte de los bienes que la naturaleza ha puesto generosamente al alcance de la humanidad. Que los bienes de la naturaleza son fácilmente obtenibles, alcanzables y distribuibles, de forma que todos los hombres, por el hecho de serlo, tienen el derecho a su disfrute en la misma medida. Y que por lo tanto, la desigualdad en la cantidad de bienes que poseen las distintas personas proviene en última instancia de mecanismos de apropiación que usamos los unos sobre los otros. Según esta visión, la riqueza sería consecuencia de la apropiación de bienes ajenos, bienes que en ningún caso les correspondería poseer a los ricos. Bienes que estaban destinados en origen a otras personas que, por diversas circunstancias sociales, no pudieron acceder a ellos o no los pudieron/supieron defender. El origen de la riqueza propia se edificaría, mediante la apropiación indebida, sobre la pobreza ajena. Finalmente de todo ello se derivaría la necesidad de la intervención estatal como garantía última de que cada individuo tenga la parte de los bienes del mundo que legítimamente le pertenecen por el simple hecho de ser hombre.
En realidad lo que sucede es que cada riqueza que tiene el hombre, cada bien con valor económico que posee, ha tenido que ser previamente producido por alguien. El carbón ha de ser extraído, los alimentos cultivados y/o recolectados, la más simple de las herramientas producida, las viviendas construidas, etc Tras uno o varios de esos trabajos, esfuerzos y procesos, y solo entonces, obtendremos un bien con valor económico. Un bien que la naturaleza no nos dio, un bien que nosotros extrajimos o fabricamos. La naturaleza pues, no es una compañera generosa y solicita, no es nuestra amiga ni pretende serlo. Por el contrario, son nuestros congéneres, la sociedad, los que son nuestros compañeros y colaboradores en este mundo. Ellos sí que nos ofrecen riquezas y bienes con los que poder mejorar nuestra vida. Pero si deseamos tener acceso a esos bienes, deberemos ser muy conscientes que esos bienes han tenido que ser obtenidos o fabricados con gran esfuerzo por los mismos hombres que nos los ofrecen y que lo que no es justo, es pretender que ahora nos los cedan gratuitamente por el simple hecho de pensar que nuestra mera existencia nos otorga derechos sobre ellos.
En la naturaleza son los individuos, en estrecha colaboración con los demás y mediante la división del trabajo, quienes han creado y siguen creando todo cuanto el hombre considera bienes económicos, y es de justicia que para acceder a dichos bienes, creados con el trabajo y esfuerzo ajenos, nos sean demandaos a cambio bienes y servicios que nosotros deberemos crear o ayudar a crear. No podemos, no debemos, distribuir aquello que no es nuestro, y ningún bien existe que no haya sido obtenido con el esfuerzo de alguien. Alguien que por lo tanto es su legítimo propietario. Legitimidad, dicho sea de paso, de la que carecerá cualquier ley o derecho que pretenda la distribución solidaria de dichos bienes, en base a un supuesto derecho de propiedad otorgado a la humanidad.
En definitiva, los bienes que muchos estiman dones de la gentil naturaleza, no son más que el resultado del trabajo y esfuerzo humano, y por lo tanto el acceso a dichos bienes debe implicar siempre el pago de su precio a su legítimo propietario, lo demás tiene otro nombre: ROBO.
SERGIO JOSÉ MARQUÉS PRENDES (Gijón, 1972)
Licenciado en Veterinaria por la Universidad de León. Desarrollo de productos de producción animal para el sector privado.
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