En 1959, cuando llegó Fidel Castro, Cuba era un país con ribetes de primer mundo. Tan es así que en la embajada cubana de Roma había doce mil solicitudes de visas de inmigrante en vías de ser procesadas. El país caribeño era, con Argentina, el más desarrollado de la América Hispana. Su ingreso per cápita era superior al de Austria. El peso cubano, respaldado oro, se cotizaba a la par del dólar. La Habana era una maravillosa ciudad con hoteles, casinos, turismo extranjero y dólares. Había salud y educación gratuitas. Se podía entrar y salir del país en cualquier momento. Había herramientas, autos, motos, aviones, camiones y autopistas. Había infraestructura, tranvías, ferrocarriles, TV color (Cuba fue el segundo país del mundo en tenerla), libros, cultura, vida y movimiento. Nadie salía en balsas sino en barcos y aviones. Se exportaba azúcar a diario a la Florida. Hoy todo es prostitución, pobreza, abandono y destrucción. Todo está en ruinas. Todo es censura, persecución, cárcel y fusilamientos. Todo es escasez y racionamiento. En Cuba no hay absolutamente nada. No hay comida, ni jabón ni pasta dentífrica ni agujas de coser. Sólo se consiguen libros de cuatro autores: Marx, Lenin, Castro y Guevara. Todo es aislamiento y falta de libertad.
¿Estamos presenciando el principio del fin de esta larga y amarga historia? Por lo pronto, Miguel Díaz-Canel es más pragmático que sus antecesores, los hermanos Castro, y sabe que necesita aumentar el turismo y las remesas de los Estados Unidos ante la amenaza de un inminente corte de los subsidios de petróleo de Venezuela. En realidad, ese país gobernado por el inmaduro presidente Maduro ha hecho las veces de una segunda Unión Soviética para la isla del caribe. Durante la Guerra Fría, Moscú sostuvo al régimen castrista con cantidades estimadas en cinco mil millones de dólares al año. Una vez que se terminó el aporte de los generosos y desinteresados camaradas soviéticos, los Castro se beneficiaron con los miles de barriles de petróleo venezolano que llegaban a diario a la isla. Ahora bien, si ellos no hubieran contado con este suministro vital, ¿habrían podido mantenerse en el poder todos esos años? Vale la pena pensarlo.
La dictadura Castro-comunista cayó a su vergonzosa tumba. Fue una dictadura opresora y represiva abolicionista de los derechos civiles y los derechos humanos más básicos y elementales convalidando el fracaso de esa ideología malsana, esclavista y asesina. Cuba necesita reintegrarse al mundo libre y civilizado y por eso es que hoy se abre y negocia con los Estados Unidos con su turismo, comercio e inversiones. Esto sucede en la pobre “Cuba socialista” donde sólo se redistribuye fracaso y miseria. Los inversores norteamericanos están ansiosos de emprendimientos a 90 millas de sus costas y, en muy poco tiempo, eso será una justa y beneficiosa realidad. El mundo es mejor ahora que el gulag antillano, el estalinismo caribeño, ha terminado… por fin.
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