En mis círculos cercanos no se me conoce como especialmente hábil con las manualidades, con el bricolaje que dirían esos de mi generación que se hicieron adultos viendo en televisión cómo hay gente que es capaz de hacer cualquier cosa con un destornillador y unos alicates. Es posible que sea, como me dicen con cariño, porque no fui a infantil en el colegio, que me salté esa etapa en la que te enseñan destrezas variadas.
Pero hasta yo sé que cuando estoy haciendo algo y no funciona por mucha fuerza que le aplique, por mucha maña que me de en la tarea, es que es posible e incluso probable que no esté haciendo las cosas de la manera correcta y que me tengo que plantear que la solución puede ser hacerlo de otra forma.
Por ejemplo, cuando intento sacar un tornillo y no lo consigo, pruebo a invertir el sentido de la rotación que aplico, primero tímidamente y después con algo más de fuerza, observando, en ocasiones, que me había equivocado de lado (esos problemillas de lateralidad…).
Esto, que es de cajón para la mayoría de las personas, no lo aplicamos, a lo que hacen o dejamos que hagan nuestros gobernantes. No nos damos cuenta o no queremos darnos cuenta de que sus acciones, sus planes y proyectos deberían ser también objeto de estudio, de crítica y de evaluación en función de sus resultados.
El caso es que ellos, guiados por la ideología que cada uno tiene y que coincide sin ser casualidad en que es abiertamente progresista cuando menos y totalmente comunista cuando más, plantean y hacen cosas que nos afectan directamente. Habitualmente no logran tener éxito, es decir, provocan una y otra vez lo contrario de lo que dicen que quieren corregir y entonces, guiados una vez más por su ideología, insisten en tomar las mismas medidas corregidas y aumentadas.
Todos hemos visto como, para aumentar la recaudación suben los impuestos, provocando (Laffer dixit) la caída de la misma. Para arreglarlo, otra subidita que no hace sino agravar la cosa. O como, para bajar el paro encarecen la contratación, provocando (evidentemente) más paro. Ante el contratiempo, la vuelven a regular, encarecer, enfollonar, provocando una vez más, paro.
Para proteger a los más humildes, a los jóvenes, aumentan el salario mínimo haciendo que aumente (sin sorpresa posible) el desempleo juvenil y más paro entre los menos cualificados. Lo arreglan aumentándolo de nuevo y provocando, claro está, más paro.
Hasta aquí algunos ejemplos considerados como clásicos.
En los tiempos que estamos, con la llamada pandemia que tenemos encima en este aciago año, estamos viendo los mismos comportamientos. Para evitar muertos, recluyeron (forzosa e ilegalmente) a la población en sus hogares. El resultado fue el aumento brutal de los muertos. Ahora amenazan con volver a confinarnos para evitar la tan temida segunda ola. Temamos el resultado.
Para evitar rebrotes durante el verano, hicieron obligatoria la mascarilla en lugares cerrados, aún pudiendo guardar la llamada, curiosamente, distancia de seguridad. Pero los rebrotes han continuado (supuestamente) y entonces optaron por hacer obligatoria la mascarilla incluso si estás solo en mitad de una montaña, con el resultado, poco sorpresivo a estas alturas, de que la cosa no va sino a peor.
Para evitar la ruina de todos a los que se les prohibió trabajar, tomaron una serie de medidas tan grotescas y tan surrealistas que han provocado una ruina que no está lejana. Y para paliar los efectos, las medidas que toman, como prohibir el despido, amenazan con dejarnos en la miseria más absoluta en breve.
Es hora de que los que nos vemos afectados por las decisiones que toman esos a quienes votamos empecemos de una vez a juzgar la validez de esas decisiones, de las políticas llevadas a cabo, por los resultados obtenidos, independientemente del color político o las ideas sobre la vida y sus circunstancias de los que mandan.
Es hora de que intentemos que los que tenemos al lado reflexionen sobre esto último.
Porque la ideología está muy bien para tener una animada charla con los amigos con unas cañas de por medio, para discutir con extraños y anónimos personajes en Twitter, para dar el coñazo en las cenas familiares y para leer sesudos libros o escribir pretenciosos artículos como este.
Pero no da de comer.
Cierto es que esta caterva tiene serios problemas de lateralidad. Pero es que, además, son de izquierdas y hay que sangrar al populacho, y cuanto más, mejor.
Ahora bien, con esta patraña virológico-mediática la izquierda ha comprobado la eficacia del intervencionismo y el desmelene populista que -¡Oh albricias! ¡Bendita oportunidad! – le sirve con eficacia a la mafia de la usura.
No nos engañemos: el estropicio les viene bien a todos. Menos a la chusma que solo espera vacunarse.