Tras ser conocido el interés del actual gobierno de aprobar una ley de eutanasia que se incorpore al corpus legislativo estatal, tuiteros y tertulianos se han lanzado a debatir sobre el tema, en la mayoría de los casos no basándose en procedimientos de razonamiento lógico si no en el intento de justificación de aquello que ellos consideran «correcto´´. Esta es otra manifestación del sistema de partitocracia en el que vivimos en España: los partidos políticos controlan hasta qué se debate en una tertulia, y luego imponen su moralidad a base de legislación.
Será mi intención en este artículo dar un enfoque libertario al problema de la eutanasia, enfocando este desde distintos ámbitos y basando mis conclusiones en razonamientos lógicos que se derivarán de axiomas evidentes.
En el ámbito jurídico
Suscita el debate de hasta qué punto una persona posee la propiedad de su cuerpo. Ateniéndonos a lo explicado por Murray Rothbard en la Ética de la libertad, todo ser humano posee propiedad absoluta de su cuerpo, y obtiene propiedades externas a éste a través de mezclar su trabajo (que no es más que el fruto de la aplicación de su propiedad privada: su cuerpo) a aquellos recursos que encuentra en la naturaleza.
Noten que negar la propiedad absoluta de mi cuerpo es una contradicción lógica, pues si yo mismo niego la propiedad absoluta sobre mi cuerpo, entonces estoy utilizando mi propio cuerpo para actuar, lo cual implica que poseo mi propio cuerpo, pero estoy afirmando que no poseo su propiedad, lo cual conlleva una contradicción lógica.
Los derechos de propiedad privada, incluso aunque a algún lector no familiarizado con este enfoque libertario pueda parecerle excesivo, incluyen el derecho a poder destruir dicha propiedad. Nótese que, en el caso de la propiedad privada de un objeto, su destrucción nos parece posible: nadie puede prohibir a otro que destruya su coche, su casa o su bolígrafo. La propiedad privada conlleva la posibilidad de su destrucción, y puesto que el derecho debe ser absoluto, no cabe la posibilidad de negar a alguien la destrucción de su propiedad privada original, que es su cuerpo.
En el ámbito moral
Antes de entrar a fondo con la moralidad, desearía destacar que en este artículo no trato la eutanasia desde un punto de vista religioso, puesto que éste es un enfoque meramente particular y un individuo como yo no debe entrometerse en la Fe y el modo de vivir ésta de cada individuo.
Rothbard, en los primeros capítulos de la Ética de la libertad, desarrolla la teoría de que la moral es perteneciente a la naturaleza del ser humano. En resumen, el ser humano es racional, esta es una de las capacidades innatas del ser humano. Por ello, el individuo analiza unos fines, analiza unas metas que considera que le proporcionarán mayor satisfacción que la actual y, aplicando la recta razón, concibe aquellas acciones que le acercan a dicha meta como moralmente buenas y aquellas que lo alejan como malas. Quedaría así ligada la moral a la naturaleza del ser humano, y sería esta cognoscible a través de la razón.
Si considera el individuo que la muerte le acerca a un mayor grado de satisfacción (o a un menor grado de sufrimiento) y es plenamente consciente de ello, la acción podría estar justificada. Ahora bien, si es un mero capricho que no me acerca ni me aleja de mi satisfacción personal, no creo que moralmente pueda otorgársele justificación alguna al suicidio, puesto que este imposibilita que mi voluntad pueda posteriormente, junto con mi razón, proporcionarme grado alguno de satisfacción.
El problema del Estado
Donde los libertarios debemos enfocar, con más ahínco estos días, el problema es en la intromisión en la eutanasia del Estado. Los Estados, por lo general, legislan de manera partidista y se basan en intereses, sean estos económicos o de otro tipo. No cabe la menor duda de que este negocio será financiado y subvencionado por los Estados, que luego harán gala de la cantidad de personas que acuden a los servicios públicos de ‘’salud’’.
En algunos casos de países nórdicos, podemos ver como la eutanasia se aplicó a ciertas personas sin tener en cuenta ya no la opinión de su familia, si no la suya propia: un médico decide que mi vida debe acabar, y no puedo luchar contra ello. También corremos el riesgo de que la eutanasia sirva como purificadora de la especie: si eliminamos a aquellos individuos que nacen con problemas mentales, físicos o de otro tipo, evitaremos la reproducción de estos y como tal avanzaremos hacia humanos ‘’más perfectos’’.
Al delegar la eutanasia en la legislación estatal, estamos restando responsabilidad al individuo, que es el que en última instancia debe tomar esta trágica decisión si así lo considera oportuno. El Estado monopoliza esta decisión, se otorga el poder de decidir por el individuo cómo será el final de su vida. Y también el Estado se entromete en el concepto de moralidad, que como he explicado es inherente a la naturaleza humana: el Estado dicta lo que es moralmente correcto y lo que no, en base a su criterio temporal que, tras un periodo de tiempo, puede cambiar radicalmente.
Espero que este artículo sirva para dar un nuevo enfoque a este problema que se nos plantea en nuestra sociedad. La eutanasia, si bien debe entenderse como una destrucción de la propiedad privada, no debe ser regulada ni impuesta por Estados que se arroguen una superioridad moral de la que carecen.
Deja una respuesta