El estado natural de la humanidad es la pobreza, fue su punto de partida, el estado primigenio y a donde regresará si no actúa para evitarlo. La pobreza, entiéndase como escasez de lo necesario para vivir, fue además más intensa en nuestra especie, ya que ni siquiera contamos con medios innatos para combatir el frío, cazar o defendernos. Nacimos sin pelaje, ni garras ni colmillos largos y afilados, ni siquiera volamos o destacamos por nuestra velocidad. Y es que desde los albores de la humanidad hasta la actualidad, cualquier cambio favorable del que nos hayamos querido beneficiar para superar la escasez, por pequeño que éste fuera, ha necesitado de una acción previa. Pero no debemos confundir acción con hacer o realizar cualquier cosa. En lo que nos ocupa, la acción humana es toda conducta reflexiva encaminada a sustituir nuestra situación por otra que valoramos por más satisfactoria. Si no actuáramos, si simplemente nos quedamos quietos sin actuar, estaríamos a la merced de las circunstancias, dependientes de que la solución a nuestras necesidades fuera eventualmente facilitada por nuestro entorno. Consecuentemente, es la voluntad de actuar, aunque ésta resulte ardua o incómoda, lo que marca la diferencia e inicia el camino para alcanzar una mejora de nuestra condición o al menos para evitar que ésta empeore.
Pero no todos las mejoras se alcanzan inmediatamente con sólo actuar, a veces es necesario valerse de instrumentos que provoquen ese cambio. A los instrumentos que nos ayudan a alcanzar nuestros propósitos los llamaremos bienes económicos y siempre se caracterizarán por estar disponibles y ser escasos con respecto al objetivo buscado, si no fuera así o no nos valdrían –inutilizables, como todo el hierro de Marte- o no tendría importancia para la acción -intrascendentes, como el inagotable oxígeno para respirar-. Cuando un bien económico satisface directamente el propósito se denomina bien de consumo -la manzana que es comida- y cuando sirve para fabricar bienes de consumo se denomina factores productivos -la manzana que se usará para hacer mermelada-. Como no puede ser de otra manera, los bienes económicos deben ser adecuados para el fin que se busca satisfacer -qué sentido tendría recolectar fruta cuando lo que se tiene es frío-. Asimismo, cuando un bien de consumo necesita de varios factores productivos para confeccionarse, estos deben estar, además, ordenados correctamente, es lo que se conoce como plan de acción o receta.
El hombre utiliza los factores productivos que obtiene de su entorno para conseguir bienes de consumo que satisfagan sus objetivos, llamados fines, lo que mejora su condición y le enriquece.
Obviamente, no es posible satisfacer todos los fines a la vez -una persona no puede calentarse junto a la hoguera y recolectar manzanas en el bosque-, ni un mismo factor productivo puede ser utilizado para fabricar varios bienes de consumo -el mismo trozo madera no puede arder en el fuego que nos calienta y funcionar como pata de una silla-, lo que nos obliga a priorizar la
elección de los objetivos a satisfacer, atribuyendo un valor a cada fin según una importancia subjetiva. A la acción de priorizar para optimizar los recursos se la conoce como “economizar” y a la renuncia de los fines alternativos que ya no satisfaremos como “coste de la oportunidad”. El hombre se convierte en un animal económico porque se ve obligado a elegir -economizar- qué bien de consumo satisfacer o a qué fin dedicar los factores productivos a su alcance.
En definitiva, podemos afirmar que es el inconformismo del hombre lo que nos ha convertido en animales económicos. En el próximo capítulo hablaremos sobre la clasificación y priorización que hacemos de los distintos bienes y de por qué un trozo de metal dorado vale más que el indispensable oro.
Pequeño empresario. Estudiante de economía. Apasionado de la Historia y la difusión del liberalismo. Miembro de la junta directiva del Club de los Viernes.
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