Es difícil calcular el coste total en ayudas por inmigrante en nuestro país, depende de la Comunidad Autónoma, del grado de necesidad, de la diferencia cultural, de (porqué no decirlo) la picaresca que exhiba… En ayudas directas podemos encontrarnos con casos que suben más allá de los 2.400 € al mes, pero hay que tener en cuenta que las reunificaciones familiares traerán otros costes indirectos como la escolarización de sus hijos, (en España, entre 2,6 – 3,6 k€ al año) mas la atención sanitaria, la justicia, etc.
Existen multitud de estudios que defienden que, a fin de cuentas, los inmigrantes con sus impuestos y cotizaciones no solo compensan el mencionado gasto sino que, además, realizan una aportación extraordinaria a las arcas del estado. Pero esos estudios se centran fundamentalmente en la relación ayudas – aportaciones, y no suman el coste global mencionado, al que como ciudadanos tienen derecho. En otras palabras, de esos estudios sale todo el gasto sanitario, escolar y judicial que realicen, ya que en pureza no son “ayudas”. A la pregunta ¿compensa la inmigración? sigue la no menos pertinente puntualización ¿a quién?
Y ese es el problema, porque si yo soy un tiburón financiero, capaz de quebrar monedas en el mercado internacional, ya sea por razones de geoestrategia, (pongamos, no sé, la lira turca, por ejemplo) ya por mero afán de lucro, y deseoso de obtener pingües beneficios ante la más que posible quiebra de un estado, ¿no me compensará incrementar notablemente la deuda de dicho país? Si alguien no se endeuda al ritmo que mis hojas de cálculo dictan ¿no compensará generar un “gasto social”? Si el resultado que arroja la calculadora es que cada galón de gasóleo marítimo y su correspondiente “stock de coque” supondrá un más que seguro beneficio en intereses de la deuda del país anfitrión, ¿porqué no invertir en él?
Como empresario, entiendo la lógica de ese beneficio. La escala es otra a la de un humilde promotor, desde luego, pero el fundamento es el mismo. No voy a entrar en el análisis moral entre otras cosas porque muy posiblemente no es nudamente económico sino que se mide en parámetros de geoestrategia, de intereses multinacionales y monetarios y de, en definitiva La Guerra (como la entendía el Barón Von Clausewitz).
Pero, de toda esta historia, ¿qué papel queda para las ONG’s, partidos y sindicatos? Cuando éstas ponen caritas de niños hambrientos, pero la ayuda efectiva para éstos es un diferencial mínimo de su acción social (descontados “gastos administrativos y de funcionamiento”) y el grueso va para ser la coartada de esas batallas navales, ¿no existen mecanismos de denuncia y exposición pública? ¿es lógico que el primer perjudicado, el propio Estado, siga siendo uno de sus principales financiadores? (supongo al lector, como buen liberal, conocedor de que la “N” de las “ONG’s” es meramente decorativa).
Ya se lo digo yo, les queda un papelón.
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