COMUNICADO DE PRENSA
Desde la delegación argentina del act-tank liberal El Club de los Viernes (CdV), expresamos nuestro descontento con la situación tarifaria, impositiva y política del país. Empecemos haciendo un pequeño recorrido por la situación a principio de milenio. Una compra semanal de supermercado promedio de clase media rondaba los 75 pesos, mientras que la boleta del servicio eléctrico (dicho en criollo, la luz) rondaba los 100.
Ahora acerquémonos en el tiempo, tomando como referencia en todo caso los datos aportados por el Subsecretario de Programación Macroeconómica del Ministerio de Hacienda, viajemos al año 2015. Ahora una compra semanal ronda los 1200 pesos. Cosa que no debería sorprender ya que en ese plazo todos los bienes aumentaron en promedio 14 veces su valor. Lo que si sorprende es que ahora la boleta de luz ronda los 130 pesos. ¿Los bienes aumentaron 14 veces y los servicios a penas una tercera parte? Si, exactamente pasó eso. ¿Y solo eso sucedió? No, en paralelo los costos de producción de la energía se multiplicaron por 7 en el período 2003-2015.
Entonces, la conclusión directa que se puede sacar es que alguien (el Estado, por supuesto) empezó a regalar la luz. Y eso, desde ya, trajo muchos problemas. Bueno, problemas es una palabra suave, al prácticamente regalar la energía durante tanto tiempo, el consumo se disparó, cosa que no sucedió con las inversiones del sector, ni la calidad y eficiencia de la infraestructura del servicio en cuestión. Lo más grave fueron los constantes cortes de luz, esta vez no eran programados, y la distorsión de precios a ojos de la gente, que olvidó el valor real de los servicios.
Dónde más fácil es observar la destrucción de los servicios es en la balanza comercial energética, durante el año 2006 Argentina exportaba energía por 6 mil millones de U$D, pero para el año 2013 ya importaba energía por el mismo monto. Así, en un país que “crecía” y donde “bajaba la pobreza”, el Estado llego a pagar subsidios por el equivalente al 4,5% del PBI (año 2014), una política clientelista que caracterizo a la gestión Kirchnerista. Dando la falsa ilusión de progreso a familias que dependían en realidad de las transferencias constantes e ininterrumpidas del Estado a sus bolsillos, acentuado principalmente en el AMBA (área metropolitana de Buenos Aires); región que, sin sorprender a cualquiera que entiende donde está el juego de la política, concentra la porción más grande de votantes respecto a los metros cuadrados.
En total en el período 2003-2015 el Estado gastó en subsidios a los servicios aproximadamente 150 mil millones de U$D (precios 2018). Una transferencia de recursos increíblemente desperdiciada, ya que en simultáneo se desaprovechó la situación histórica de aumentar nuestra productividad con la exportación de soja.
Ahora volvamos al presente, año 2018, la gestión Cambiemos con el presidente Macri a la cabeza decidió (acertadamente) normalizar la situación tarifaria, y en lo que lleva de gestión (2015-hoy) se redujeron los subsidios a los servicios considerablemente, esto tuvo como consecuencia lógica un aumento grande de los costos para los clientes de los mismos (Para CABA según datos del IPC aumentaron aproximadamente: 560% la electricidad, 330% el agua y 220% el gas).
¿Esta esto mal? Claramente no, es ilógico pretender usar un servicio o consumir un bien y que sea otro quien afronte sus costes. ¿Y entonces cual es el problema? El problema, como en casi todos los problemas de nuestro país, tiene las raíces en el gasto publico gigantesco que tenemos, que ahoga con impuestos altísimos al sector privado y evita su crecimiento. ¿Y qué tiene que ver con las tarifas?
La gestión actual ha demostrado mucha determinación y velocidad para ajustar siempre que se trata de ajustar a los privados y se ha mostrado muy lenta o hasta sin intenciones de achicar el gasto público propio de la política. Así los ciudadanos tenemos que observar cómo mientras aumenta nuestra boleta de gas crean nuevos ministerios, secretarías y cargos de lo más pintoresco como lo es la nueva “Dirección de Bicicletas”. A su vez, el aumento del coste de los servicios ha hecho que cada vez más gente se fije como se compone la factura y se lleve la pequeña sorpresa de que entre el 25% y hasta el 45% del costo final de un servicio son impuestos nacionales, provinciales, municipales y tasas varias de lo más exóticas.
Entonces no solo bajaron los subsidios tarifarios si no que aumentaron en las mismas proporciones los ingresos del fisco, entonces, ¿cómo puede ser que haya menos subsidios y mayor recaudación, pero no nos bajen los impuestos? Bueno, en lugar de utilizarse los recursos para sanear el déficit se han encargado de repartirlos en otras áreas y crear nuevas.
Desde el CdV y como argentinos, nos resulta muy poco sensato que un país tan pobre como la República Argentina, donde el 30% de las personas viven en la pobreza y un número similar depende del cheque estatal para no serlo, se tome el atrevimiento de inflar con impuestos a los servicios más esenciales para una familia, ya que solo provoca malestar en la población y aumenta el tiempo que le llevara al gobierno normalizar por completo el cuadro tarifario.
En definitiva, será el tiempo quien determine que tan sano o sostenible es el camino elegido por este gobierno. La única esperanza recae en la gente, y cada vez se escucha a más vecinos mirar de reojo los impuestos del paternalista Estado argentino.
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