En 1999, el mundo se conmovió por el caso de Elián González, el niño cubano que fuera encontrado flotando en un neumático frente a las costas de la Florida. En este artículo, quisiera analizar en profundidad este fenómeno, el de los refugiados o “balseros” cubanos, un fenómeno que –extrañamente- tiende a ser tomado por la opinión pública con una ligereza que sorprende y que llega hasta asustar.
Se habla de los “balseros” como si fuera un juego del Parque de la Costa y no como lo que es realmente: una tragedia humanitaria de dimensiones inconmensurables. El mismo nombre es engañoso. La imagen que nos evoca un “balsero” es un “aventurero” o “explorador” que navega feliz y despreocupado en una simple embarcación: una imagen totalmente inocente.
Lo que los cubanos están protagonizando en forma ininterrumpida desde hace seis décadas es la penosa salida de una dictadura delirante que se niega a conceder a sus súbditos la más mínima y elemental de las libertades: irse del país a quienes no comparten sus ideas.
Una vez que Fidel Castro se hubo consolidado en el poder en Cuba, algunos pudieron irse al principio, en aquellos primeros días. Otros, después, con más dificultades. Luego fue mucho más difícil. Con la anuencia soviética, la cortina de hierro comenzó a cerrarse herméticamente sobre la patria de Martí. Irse era ya muy arriesgado. Había que escaparse en botes precarios navegando en mares plagados de tiburones, o colgados de los trenes de aterrizaje de los aviones, porque la desesperación de los cubanos era tan grande que, a pesar de todo, se iban de Cuba. Y se siguen yendo, por supuesto.
Claro que nada es fácil. Una familia que desea escapar se somete a todos los riesgos, a todos los miedos. Con ayuda de los compañeros de viaje, se procura la embarcación: una balsa, un bote hecho a mano, hasta arrancan el techo de una casa de madera para usarlo como balsa. No hay opción. Todo es bueno. Todo sirve. Unos afortunados consiguieron una lancha a motor. Alguien trae los bidones de combustible. Ya están listos para partir. No hay un minuto que perder. Pero algo salió mal: uno de los miembros de la familia, el hijo adolescente, no llegó a reunirse con el grupo a la hora señalada. Nadie sabe qué le pasó. ¿Fue detenido? ¿Alguien lo delató? Y el dilema es esperarlo –y arriesgarse a ser descubiertos- o partir inmediatamente de acuerdo al plan. Pasan unos pocos minutos que parecen horas. El resto del grupo empieza a presionar a los padres: tenemos que irnos, no podemos perder más tiempo, ustedes pueden quedarse si quieren, nosotros nos vamos ya mismo. Y se van todos. Porque la desesperación del pueblo cubano es tan grande, el sistema comunista los asfixia de tal manera que se van de todos modos, así queden despedazados sus corazones al igual que los núcleos familiares.
Este éxodo incesante a través de los años debiera decirle algo al mundo entero. Pero no, por cierto, la explicación que una vez dio el periódico Granma, que dijo que las personas que deseaban abandonar la isla eran “delincuentes, lumpens, antisociales, vagos y parásitos” y “homosexuales, aficionados al juego y a las drogas que no encuentran en Cuba fácil oportunidad para sus vicios.”
La explicación, definitivamente, son estas declaraciones que un ingeniero cubano residente en Key West, Florida, efectuara hace algunos años ante las cámaras de televisión: “Cubanos que son simples operarios tienen en este país mucho más de lo que los profesionales podemos tener en Cuba. Entonces, abramos los ojos, no es el capitalismo el que explota al hombre; es el comunismo, que nos pone a todos al servicio de una reducida oligarquía: los funcionarios del partido, empezando por Fidel. Ellos son los únicos que pueden defender el comunismo, porque son los únicos que sacan partido de él.”
El drama de los refugiados cubanos representa a gentes que creen en algo más grande que ellos mismos, y lo creen tanto que están dispuestos a arriesgar la vida navegando en botes, balsas, lanchas y literalmente cualquier cosa que flote, como un techo de madera. Reclaman para sus vidas aquello que en Cuba les está vedado: la oportunidad de progresar. Por eso, Granma se equivocó en su enfoque sobre el tipo de “oportunidad” que hay en Cuba. Oportunidades para el vicio hay de sobra. La prueba está en que Fidel Castro toda su vida vivió ahí.
Deja una respuesta