Para aclarar este concepto tan arcaico, especialmente el primero, se hace preciso diferenciar entre el ius y el lex, que Hobbes aclara con meridiana claridad en su Leviatán, cuando afirma que:
(…) acostumbran a confundir ius y lex, derecho y ley, (se) precisa distinguir esos términos, porque el Derecho consiste en la libertad de hacer o de omitir, mientras que la Ley determina y obliga a una de esas dos cosas. Así, la ley y el derecho difieren tanto como la obligación y la libertad, que son incompatibles cuando se refieren a una misma materia.
Pero, centrémonos en la cuestión. ¿Cuál fue el problema de pensadores como Platón, Aristóteles, Tomás de Aquino o John Locke, entre otros? Les faltaba un dato para despejar la “X”. Para ello aún faltaban unos doscientos años, pues no fue hasta 1866, cuando el monje Gregor Mendel comenzó a hablar de la transmisión genética de padres a hijos y, aun con todo, hasta el 1900 su trabajo fue ignorado. Por tanto, es comprensible que tantos y tantos filósofos y estudiosos anteriores, no cayesen en el importante detalle de que los comportamientos preestablecidos en los humanos no se hallaban “impresos” en el cerebro, como negaba el propio Locke con razón, creo, y que antes que él afirmaban lo contrario, de algún modo, la escuela aristotélica entre otras. Es incuestionable que el ser humano viene al mundo con una programación básica. Lo que sucede es que esa programación no se halla en el cerebro, sino en los genes. De este modo, alguna parte de la programación es común a todos los seres humanos, es más, a todos los seres vivos, y otra simplemente difiere con algunos, con muchos o con todos. El cerebro resulta, por tanto, no es más que una “tabula rasa”, y lo pongo entre comillas porque era Locke quien así lo afirmó. Yo, la verdad, no lo sé, pero qué duda cabe que es posible. De lo que no cabe la más mínima duda es que en el ADN tenemos “impreso” nuestro comportamiento, al menos inicial, pues es indiscutible que una vez nacemos, donde se guardan los pensamientos, recuerdos y deseos, es en el cerebro, por lo que nuestra conducta terminará siendo una brutal confluencia de ambos órganos. Pero nada más nacer y para sobrevivir, resulta imprescindible tener una programación previa, llamémosla instintos, tales como el deseo de alimentarse para no morir ¿Y qué hay del alma? Bueno, eso es harina de otro costal, quizá más complejo de lo que hasta ahora se ha expuesto y que no compete a este razonamiento poco usual.
Pero volvamos a lo que nos ocupa y preocupa. Santo Tomás de Aquino, afirmaba que la ley natural era deducida de las tendencia humanas, tales como conservar la propia existencia, procrear, conocer la verdad y vivir en sociedad. Por su parte, el mismo Hobbes decía de la ley natural que es un precepto o norma general, establecida por la razón, en virtud de la cual se prohíbe a un hombre hacer lo que puede destruir su vida o privarlo de los medios de conservarla. O bien, omitir aquello mediante lo cual piense que pueda quedar su vida mejor preservada.
Empero, ¿qué sería lo común a todos los seres vivos, no solo humanos? La respuesta es simple, la supervivencia, la felicidad y la procreación y en eso coinciden todos los anteriores con más o menos “peros”. Los dos primeros indicados, son en cierto modo egoístas pues tratan del yo, mientras que el último es generoso, pues trata de los demás y del sacrificio del yo, al menos durante determinado tiempo, el suficiente hasta que la criatura se “independice”.
Queda pues, referirnos al iuspositivismo. Me refiero al jurídico cuyo principal y primer referente fue el austriaco Hans Kelsen. Creo que este concepto es tan solo un error conceptual, pues como ya he dicho, el ius es Derecho que no lex (ley). Me remito, por tanto, a lo ya mencionado por Hobbes al respecto y anteriormente expuesto. En definitiva, no se trata de algo implícito en el ser humano y menos en el resto de los seres del planeta, ya que es meramente la ley dictada que siempre beneficia a unos y, cómo no, perjudica a otros. Lo que da vida a este pensamiento en el que unos hombres imponen unos principios a los otros por medio de la Ley y, desde luego, la fuerza del Estado.
Una vez dicho todo lo anterior, ¿dónde queda el liberalismo? La respuesta llega sola a nuestro entendimiento, pues no hay duda de que el liberalismo es la búsqueda permanente del libre albedrío del ser humano y que, como consecuencia de sus decisiones, ha de aceptar las consecuencias ya sean estas buenas o malas.
Desde la insensata perspectiva de la izquierda la Ley, “papá Estado” debe ser el que decida qué, cuándo y dónde pueden las personas hacer esto o lo otro. Es decir, marcar el camino del ganado en el que se han convertido todos los actuales falsos demócratas que ansían y buscan con desesperación al pastor (léase líder) para que les marque de forma permanente el sendero que deben de seguir.
Yo, que soy liberal en todos los aspectos, creo profundamente en la Ley, claro que sí. Pero sobre todo en el iusnaturalismo, pues las personas no debemos de comportarnos como robots, sino como lo que somos: seres racionales capaces de decidir por nosotros lo que más nos conviene sin necesidad de ningún pastor iletrado que desconoce cuál debe ser su propio camino.
Concretando, menos leyes, menos políticos, menos administración y más libertad de decidir qué queremos hacer con nuestras vidas, pero siempre recordando aquella máxima de la famosa “Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano”, promulgada en Francia en 1789: La libertad política consiste en poder hacer todo aquello que no cause perjuicio a los demás.
Luis Molina nació en Madrid en el mes de junio de 1974. Cursó estudios de delineación, posteriormente de informática y Derecho. Fue militar profesional, escolta privado y desempeñó distintas funciones en el terreno de la seguridad que lo llevó a viajar por toda España.
En la actualidad compatibiliza su labor de escritor con la de consultor/analista informático, además de colaborar en el diario masbrunete.es.
Sus obras más destacadas son:
– Antología poética, «Vivir soñando».
– Antologías de relatos, «Réquiem por un misterio» y «Cuarenta y un relatos de terror y misterio».
– Novelas: «El asesino del pentagrama», «El tesoro visigodo», «Juego de dioses y peones», «La capital del crimen».
Twitter: @AMusageta
Facebook: https://www.facebook.com/infoLuisMolina
Web: http://www.webluismolina.com
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