Una compartida crítica que se le hace a la corriente de pensamiento liberal es que es profundamente egoísta en su empeño en la defensa extrema de la propiedad privada. Parece que no importaran las personas que no tienen medios para subsistir o para poder cumplir su proyectos y deseos vitales, puesto que el Estado no debe de intervenir en absolutamente nada. Los liberales solo pensamos en dinero, en recortar derechos a los trabajadores y en consumir. Pues bien, procedamos a desmentir todas estas creencias.
La realidad
El pensamiento liberal entiende que la naturaleza humana casi siempre se inclinará por el interés personal (aunque tampoco olvida la empatía y solidaridad). Y no hay peor mezcla que los intereses individuales y el poder absoluto. Esta explosiva unión solo puede darse con un actor: el Estado. Él es el encargado de conceder monopolios a las empresas para que puedan abusar del consumidor. El único que levanta barreras y expulsa a los trabajadores menos cualificados del mercado imponiendo condiciones laborales estrictamente rígidas.
El liberalismo aboga por la igualdad jurídica de todas las entidades en la sociedad. Por eso, el verdadero liberal defenderá el libre mercado; uno donde el Estado no conceda privilegios a empresas o trabajadores, sino uno en el que cada miembro sea libre de decidir sin imposiciones.
Y además de que lo anterior sea moralmente más aceptable, ya que, nadie es quien para imponer nada a un tercero, resulta prácticamente más exitoso. Las sociedades libres son más prósperas; en ellas todo el mundo vive mejor. Pero, para poder conseguir una sociedad auténticamente libre, son necesarias instituciones sociales como la propiedad privada, que no es más que un derecho que delimita qué es lo que legítimamente te pertenece, para que nadie más pueda usurparlo y malgastarlo.
Ese alegato por la propiedad se hace en base a varios motivos, entre ellos podemos destacar: el primero, porque se cree que nadie es quien para apropiarse de nada ilegítimamente, el segundo, porque te hace más responsable y consciente de cara a la sociedad pues es de ti de quien depende el rumbo de tu vida y estás obligado a respetar la propiedad de los demás y el tercero, porque, en la realidad, hace al proceso productivo mucho más eficiente.
¿Qué ocurre con los más desfavorecidos? Se argumenta que la estricta defensa de la propiedad individual supone que ciertas personas o grupos se queden sin acceso a ella, debido a esto, el Estado es quien debe de intervenir para “redistribuir”. Y con este gran deseo, interviene y acaba ralentizando o destrozando (según el grado de intervención) el crecimiento económico, lo que tiene como consecuencia la existencia de menos riqueza que distribuir. Sin embargo, es en una sociedad libre donde el crecimiento económico se acelera y consigue la creación de mayor riqueza que se distribuye en forma de salarios a todas aquellas personas que la intervención estatal no ha dejado en el desempleo.
Ilustremos la diferencia entre la “redistribución estatal” y la concentración de capital. Tenemos a María con 10.000€. El gobierno entenderá que es un monto excesivo y que es necesario su reparto, entonces, distribuirá esos 10.000€ entre 10 personas, tocando a 1.000 per cápita. Lo más seguro es que, esas 10 personas consuman cada parte íntegramente o, a lo sumo, ahorren una pequeña cantidad. Sin embargo, si María se queda con esos 10.000€, seguramente, sea capaz de invertirlos en otro proyecto que le genere rentabilidades futuras y, además, podrá contratar a parte de esas 10 personas, manteniéndoles con una renta mensual (ya no solo el pago único de los 1.000) y si el proyecto continúa favorablemente, será capaz de contratar a más personas que las primeras. Pues, es así como funciona, cuando el capital se acumula es más fácil que se invierta, a cuando está disperso. Y la única manera de generar riqueza es mediante la inversión y esta última requiere de acumulación de capital.
Y no es solo teoría, es evidencia histórica: en los países donde se permite la libertad (menos intervención estatal) el desempleo es menor, las condiciones de vida mejoran sustancialmente, los salarios son más altos, hay más conciencia social por el medio ambiente, hay menos conflictos armados, menos injusticias, etc. La única queja es que en un escenario de libertad la sociedad acaba siendo desigualmente rica, mientras que bajo el yugo estatal es, al final, igualmente pobre.
Aun así, no podemos confiar ciegamente y esperar que el progreso económico y el desempleo se solucionen de manera espontánea, mientras que existan minorías que necesitan ayuda. Así que, ante esto, la sociedad vuelve a dar una respuesta en cooperación social: por un lado, las friendly societies y, por otro, organizaciones solidarias. Las primeras son sociedades de ayuda mutua, donde los socios aportan dinero que les da el derecho de poder recibir ayuda en caso de necesidad. De este modo, te cubres de un posible riesgo futuro, por un lado, (pues en las sociedades libres, sin privilegios, nadie está exento de caer en la pobreza) y por otro, ayudas a personas que en están teniendo dificultades en ese momento. Las segundas son las organizaciones caritativas que ya conocemos, donde el ayudado no tiene como requisito el haber aportado previamente. De estas dos formas ya conocidas, es como mayoritariamente se ha dado respuesta al problema de la pobreza desde la sociedad civil, de manera totalmente voluntaria.
La defensa de la propiedad no es una pretensión egoísta, es una idea que quiere evitar abusos de poder por parte de cualquier colectivo o individuo y que tiene como consecuencia la concienciación y asunción de una responsabilidad colectiva y una mejora de los rendimientos económicos. Los tres juntos acaban repercutiendo muy positivamente a nivel social. Sin embargo, la institución que es definida como poder absoluto (el Estado), se ha preocupado de arrogarse la tarea de “ayudar a los más pobres”, atacando la libertad, destruyendo la propiedad, frenando el crecimiento, fomentando la irresponsabilidad y creando masas de pobreza. Seguramente, la clase política nunca sea pobre.
Egabrense de 19 años. Estudiante de economía. Apasionado por la economía, política y finanzas. Escribo en mi blog de opinión personal y en algunos medios digitales. También trabajo como financiero en una startup sevillana.
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