¿Por qué el pensamiento progre vuelve a estar de moda, especialmente entre las nuevas generaciones?
A pesar de su error teórico y su consiguiente fracaso sistemático, la popularidad de la ideología progre (conocida también por socialismo, comunismo, marxismo, socialdemocracia de izquierdas o «liberalism» en el mundo anglosajón) renace con fuerza generación tras generación. ¿Por qué este continuo retorno? Me atrevo a lanzar tres razones por las que creo que la ideología progre es tan atractiva para los más jóvenes y, desgraciadamente, lo seguirá siendo en el futuro:
Es consistente con las creencias y emociones primitivas acerca de la economía heredadas de:
- Nuestra niñez: Una etapa vital en la que no habíamos desarrollado aún un pensamiento racional y objetivo sobre las interacciones libres con los demás. Una familia no desestructurada genera espontáneamente un entorno íntimo para el vástago/s con reglas diferentes a las del mundo adulto —más próximas a un “micro-comunismo” utópico que aplica sólo dentro del núcleo familiar—, que en el intercambio libre de productos y servicios propio de la vida adulta en sociedad. Durante las primeras etapas de la adolescencia, tendemos a esperar que la reglas de aquel micro-mundo se apliquen también fuera del ámbito familiar.
- Nuestra historia evolutiva como cazadores-recolectores: Una época en la que, formando grupos necesariamente reducidos (en torno a 150 personas), no pudieron emerger las instituciones necesarias para configurar una realidad económica observable y evidente. El trueque y una rudimentaria contabilidad de favores mutuos eran suficientes, pues instituciones más elaboradas como el dinero o el capital (consecuencia directa de la idea de propiedad privada y la capacidad de ahorro) carecían de sentido en aquel entorno. Los epifenómenos que emergen de la interacción de miles de seres humanos autoorganizándose son ideas abstractas con las que nuestro cerebro de cazadores-recolectores no está habituado.
Utiliza el pensamiento intuitivo —en vez del crítico, racional y objetivo—, para entender e intentar dar solución a los problemas sociales.
- El pensamiento o razonamiento intuitivo no requiere esfuerzo, funciona automáticamente entre las bambalinas de nuestro cerebro. Esta forma de razonar instantánea está en línea con la ausente voluntad de esfuerzo de las nuevas generaciones. Una inmensa mayoría —que también vota en las elecciones— prefieren, antes que abordar cualquier argumento bien razonado, un gracioso meme como respuesta y modelo explicativo del mundo.
- Esto abre la puerta a todo tipo de falacias que se repiten una y otra vez (subir el salario mínimo es bueno, sin impuestos no habría carreteras ni sanidad, etc.), como si cada nueva generación fuera incapaz de aprender de la evidencia empírica o la Historia.
- Esta simpleza e inmediatez en sus razonamientos y bondad de objetivos (3), facilita un sentimiento ciego de pertenencia al grupo y sus reglas que es muy reconfortante psicológicamente. Algo muy valorado y buscado por adolescentes que, al estar construyendo todavía su autoestima y personalidad, buscan la aprobación social del grupo.
Está motivado explícitamente por las llamadas «buenas intenciones» e implícitamente por la envidia; en consecuencia:
- Se considera moralmente superior, por lo que no respeta los valores, creencias y proyecto de vida del prójimo si no están en línea con su agenda de «buenas intenciones». Posicionarse contra la ideología progre se hace difícil, pues se interpreta como ir en contra del objetivo más loable.
- El fin justifica los medios. Al considerarse moralmente superior a otros sistemas de valores y paradigmas económicos, se siente legitimado para ejecutar e imponer, aunque sea con violencia, cualquier medida (incluyendo en última instancia la tortura, asesinato y exterminio de la oposición) con el fin de conseguir que se implanten sus «superiores e infinitamente deseables» objetivos.
- Ignora y desprecia los resultados obtenidos (que nunca podrán ser los esperados) y achaca siempre su fracaso a factores externos o circunstancias ajenas a la propia ideología.
- Aspira a una justicia universal y absoluta, por lo que promueve un sentimiento de envidia y rencor por la excelencia y logros ajenos. El éxito de los demás se percibe como un ataque personal y una injusticia intolerable mientras quede alguien (sobre todo uno mismo) que no disfrute de las consecuencias de esos mismos logros. Esta envidia provoca una desconfianza y resentimiento hacia las inevitables diferencias que existen entre las personas y sus modos de actuación en sociedad. La creencia subyacente es que si alguien es mejor o ha conseguido más que yo, es porque le ha robado a otro, se ha aprovechado de alguna situación, o directamente ha cometido injusticias para llegar allí. La hipótesis de un mayor talento, constancia y esfuerzo les produce alergia, es despreciada o directamente tachada de facha.
- Cree (peligrosamente como nos ha mostrado la Historia) que el único obstáculo para conseguir plegar la realidad a nuestros «legítimos deseos» de justicia es la oposición de alguien o algo (como por ejemplo la falacia de que existe una lucha de clases). La posibilidad de que su utopía vaya en contra de la naturaleza de la realidad económica se descarta. Por lo tanto, cualquiera que manifieste no ser de izquierdas es pues considerado una «mala persona» (pues se asume capciosamente que está en contra de «las buenas intenciones»), es por definición «el enemigo» y por tanto un obstáculo a eliminar para implantar el «necesario y justificado paraíso en la tierra».
Es pues perfectamente natural crecer con una mentalidad progre. Yo mismo me consideré de izquierdas durante la mayor parte de mi juventud, especialmente en mi etapa universitaria. Sin embargo, permanecer ciego a la evidencia empírica y no reconocer el terrible daño que «la ideología de las buenas intenciones» acaban siempre produciendo, más allá de la pereza por aprender Economía e Historia, sólo puede estar motivado o por una estupidez supina o directamente por la maldad:
“Ser comunista, inteligente y bueno es totalmente incompatible. El que es inteligente y bueno no es comunista. El que es comunista y bueno no es inteligente. Y por supuesto, el que es comunista e inteligente, es imposible que sea bueno”.
—Alexander Solzhenitsyn
Astrofísico de formación, desde el año 2000 me dedico
a las inversiones financieras. He sido analista de derivados en varias
instituciones, director de Riesgos en Harcourt Madrid, así como
director de Inversiones Alternativas y gestor de fondos en Renta 4.
Amante de la libertad individual. Austríaco en lo económico y Quijote
del inversor (@inversobrio).
Deja una respuesta