El 28 de julio de 1960, ante el Primer Congreso de Juventudes Latinoamericanas realizado en La Habana, el Che Guevara sostuvo un concepto que luego desarrollaría ampliamente: la idea del «hombre nuevo,» al que concebía como un nuevo tipo humano que se desarrollaría a la par del socialismo. Según el guerrillero argentino-cubano, el «hombre nuevo» iba ser el hombre revolucionario y socialista que exportaría la revolución cubana a toda América Latina.
El hombre nuevo.
¿Por qué?
¿Eso significa que el «viejo» no sirve?
El que inventó el pararrayos, el que pintó la Capilla Sixtina, el que tomó la Bastilla, el que descubrió la penicilina, el que compuso la Sinfonía Coral, el que escribió los Evangelios, el que esculpió a David, el que fundó la biblioteca de Alejandría, el que erigió las pirámides de Egipto y la Gran Muralla China, el que construyó el Taj Mahal, el que trazó el Ferrocarril Transiberiano, el que pintó la Gioconda, el que filmó Tiempos Modernos y el Gran Dictador, el que declaró la independencia en Filadelfia y en Tucumán, el que gritó «¡Viva México!» en Plaza Dolores, el que luchó en San Lorenzo y cruzó Los Andes, el que navegó los océanos, el que exploró los continentes, el que estudió las estrellas, el que venció al nazismo. Según la terminología que nos compete, ese es el «hombre viejo,» el anterior al curioso Congreso La Habana ’60 que, en realidad, fue la chispa de ignición de la labor subversiva marxista-leninista en América Latina. Los «miles de Vietnam» que consecuentemente fueron puestos en práctica por guerrilleros que intentaron implantar a sangre y fuego regímenes comunistas en toda la región son el legado del «hombre nuevo.» Si fuera por el «hombre nuevo,» todo el continente se encontraría bajo el implacable dominio de la hoz y el martillo. Ese es el legado del «hombre nuevo» para América y el mundo.
Emplear términos como «a sangre y fuego» o «implacable dominio» no es ser histérico ni paranoico. Los comunistas sabían muy bien que a la gente el comunismo no le gustaba: por algo se había levantado en Berlín un muro y no una vidriera para exhibir sus logros. El hombre nuevo produjo poco socialismo. En cambio, causó mucha tragedia.
La «semblanza» del hombre nuevo no condujo absolutamente a nada. Los regímenes comunistas, que parecían inamovibles, cayeron uno tras otro como fichas de dominó y de ellos no queda más que su aciago recuerdo. Tal vez nunca fueron inamovibles. Tal vez eso era sólo en apariencia. Creo que el comunismo fue el fraude más grande de la historia. Era un tigre… pero de cartón. Los que creyeron en él, como el hombre nuevo, perdieron. Algunos elaboraron su pérdida. Otros no, y se hicieron resentidos.
Tal vez el error más grave del hombre nuevo fue que no comprendió que al ser humano no le interesa la guerrilla ni las revoluciones. Al ser humano le interesa tener una tarjeta de crédito en la billetera y que lo dejen en paz.
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