«No es ni la igualdad en el sentido de ser parecidos, ni la igualdad en la diversidad que comprende adecuadamente la cuestión, sino el concepto muy distinto de igual libertad ante la ley, enraizada en la idea de la autonomía individual». (Justicia de Género. Kirp, Strong, Yudof).
¿Quién puede prescribir qué tipo de trabajo debe hacer un hombre y cuál es el más adecuado para una mujer? ¿Cómo se puede decir sin pestañear que hay carreras eminentemente masculinas? ¿De verdad estamos las mujeres discriminadas salarialmente? ¿Existe alguna base real que respalde la idea de la discriminación positiva, mientras a los hombres por el hecho de su masculinidad les suceden muchas cosas negativas?…
Como es evidente y palpable, la mayor parte del (desvirtuado) feminismo actual está lejos de respetar la libertad, desde el mismo momento en que anula el derecho fundamental de propiedad en la propia individualidad. Quienes dicen ser defensores de la mujer, han perdido de vista que las mujeres somos por encima de todo y desde un punto de vista jurídico personas, para las que los principios básicos son por lo tanto idénticos a los del hombre. Esa es la verdad.
La desigualdad natural es una evidencia innegable y en consecuencia la defensa de la igualdad real (que no igualitarismo) ha de nacer de la igualdad legal que confiere idénticas oportunidades a los individuos (personas) con independencia de su origen, identidad, recursos, condición o cualquier otro rasgo distintivo que pueda ser utilizado de manera tendenciosa y con una clara intencionalidad: manipular el debate social y enfrentar individuos previamente segmentados por los grupos de presión. No es políticamente correcto decir esto pero, la verdad es que, en el reparto artificial de sexos al hombre parece haberle tocado todo lo negativo, mientras que lo positivo le ha sido asignado a la mujer y éste es un estereotipo del que discrepo abiertamente y del que parece cada vez más difícil abstraerse. No existe nada empírico ni objetivable que justifique la predisposición natural de la mujer a ciertos valores como la generosidad, la compasión o la bondad frente a la potencialidad opresora y llena de maldad del hombre que desde ciertos colectivos pretenden inocular.
Lo que es apropiado para un hombre ha de serlo necesariamente para una mujer. Y si históricamente cuando los hombres han luchado en favor de su libertad, hemos criticado las épocas en que han pretendido subyugar la de la mujer; ¿no es igual de reprochable, inconsistente e injusto que precisamente ahora el movimiento de moda sea el inversamente proporcional?.
Con sinceridad, los derechos de las mujeres han crecido exponencialmente hasta la igualdad y por eso, quienes defendemos la libertad, no podemos compartir una visión sesgada y torticera de la realidad. Bajo la premisa de una protección que no es tal, no se puede ignorar el respeto a la elección voluntaria para cada persona de su escenario vital, hipertrofiando el avance de la sociedad.
En su fundamento liberal, Locke argumentaba que: los seres humanos tienen derechos, porque son seres morales: los derechos de todos los hombres nacen de su naturaleza moral; y como todos los hombres tienen la misma naturaleza moral, todos tienen esencialmente los mismos derechos…. Si los derechos se basan en la naturaleza de nuestro ser moral, entonces la mera circunstancia del sexo no da al hombre derechos y responsabilidades superiores a los de las mujeres», por supuesto, sensu contrario y estando las cosas como están, si los hombres no tienen derechos por el hecho de ser hombres, tampoco han de presumírsele ni concedérsele a las mujeres por el mero hecho de ser mujer.
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