Como decía Margaret Thatcher, es más importante tener una filosofía que tener una historia. En este sentido, y aunque sea muy arriesgado por reduccionista, podríamos decir que lo que caracteriza a un país no es tanto su historia como su filosofía. Así, podríamos decir que Estados Unidos sería el país del pragmatismo, el Reino Unido del empirismo y Francia del racionalismo. ¿Y España? ¿Hay una filosofía típica española? ¿Un método filosófico “nacional”?
Quizá existe y sea lo que podemos llamar realismo. Realista es la metafísica de Suárez (“el ser en tanto que ser”) en el paso del siglo XVI al XVII. Realista es el criticismo de Feijoo en el siglo de la Ilustración. Realista es el criterio de Balmes en el siglo XIX. Y realista es el raciovitalismo de Ortega, el primer pensador laico de la tradición española, ya totalmente libre de los dogmas católicos a los que aún tuvieron que someterse en última instancia Suárez, Feijoo y Balmes. En los últimos años, el gran heredero de este realismo español ha sido el filósofo Antonio Escohotado, que nos ha presentado a un Hegel realista y no idealista, y que entiende lo real no como algo estático (tal como lo entendiera Suárez) sino como un flujo dinámico, vivo, en última instancia indeterminable, o determinándose a cada paso desde sí mismo en un horizonte marcado finalmente por la incertidumbre.
“El Quijote” de Cervantes, contemporáneo de Suárez y fundador de la novela moderna, sigue siendo la cima del realismo cultural español. Cervantes escribió su obra con el propósito explícito de acabar con las fantasías medievales de las novelas de caballerías, salva del fuego al “Tirant Lo Blanc” por realista y nos muestra una España real, empobrecida por el oro y la plata de América, falta de moral en los tiempos en que no se ponía el Sol en el Imperio… Pero la demolición de las fantasías medievales se hace con una mirada humanista, no exenta de compasión, respecto a Don Quijote, que recupera la cordura justo en el lecho de muerte. El realismo es incompatible con el delirio, pero no con ciertos ideales de humanidad.
Sin embargo, lo que ha quedado en el imaginario colectivo de la obra de Cervantes es el “quijotismo” entendido a la manera de Unamuno como religión nacional. El quijotismo unamuniano consistiría en idealizar lo real y al parecer lo hacemos todos los españoles. Pero eso es delirio. Sí, Don Quijote delira, y eso es lo que nos muestra Cervantes. El realismo, en cambio, consiste en contrastar los ideales con la realidad, no en idealizarla. Quizá exista el quijotismo (desdichadamente) como marca de muchos españoles que se dan importancia, pero el más profundo realismo español no será entonces, contra Unamuno, “quijotesco” sino cervantino. Humildad cervantina ante la realidad.
Es esta lección cervantina la que parece que la España contemporánea difícilmente comprende. La sucesión de golpes de Estado (“pronunciamientos”) de izquierda y derecha, guerras civiles y dictaduras militares dibujan un panorama político más delirante que propiamente realista. Y, sin embargo, aquí estamos: en democracia. ¿A qué España realista podemos aspirar entonces?
Mi idea de una España realista es la idea de una España prosaica, alejada de visiones románticas sublimes sobre el “pueblo originario” (sean los pueblos íberos, el nacional-católico o últimamente La Gente). Una España prosaica que valore la cultura del trabajo, el estudio y la vocación profesional. Una España que quiera y sepa acabar con su mayor lastre, el desempleo, como reza el título del libro de Daniel Lacalle. Una España, en fin, “inteligible”, como reza a su vez el título del famoso libro de Julián Marías, el discípulo orteguiano por excelencia.
Políticamente, no he encontrado mejor descripción de esta España prosaica regida por el civismo liberal en el que todos podemos convivir que la ofrecida por Manuel Ruiz Zorrilla, el demócrata radical del siglo XIX: “Escribo para el infinito número de españoles que lamentan las luchas en que se consumen las fuerzas de la patria (…) Escribo para los que que recuerdan las glorias y no han olvidado los crímenes de que está sembrada la historia de nuestra patria; para los que lamentan la intolerancia de los que se apoyan en la revelación, como de los que invocan la ciencia; y, especialmente, para cuantos ansían que llegue el tiempo en que todas las creencias, todos los sentimientos y hasta las preocupaciones mismas, puedan vivir libres y respetadas en nuestra hermosa tierra de España” (citado en Sueño y destrucción de España de José María Marco).
Profesor de Filosofía y Ciencias Sociales
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