Este verano he podido leer a Murray Rothbard, padre del libertarismo. En lugar de una obra económica opté por La ética de la libertad escrita cuando Reagan ya era Presidente de los EEUU. La obra de Rothbard es técnicamente impecable, si bien su concepto de ley natural, en que basa la libertad humana entendida como derecho a la autoposesión, es discutible para quienes no creemos en la existencia de “leyes” inmutables de la naturaleza. Salvo este importante detalle, yo al menos no encuentro más problemas teóricos en las tesis de Rothbard.
El prólogo del libro está firmado por el profesor Huerta de Soto, cuya encomiable labor en pro de la introducción de estas tesis en España nunca será suficientemente agradecida por los que amamos la libertad y el pensamiento. Sin embargo, no se puede pasar por alto lo que a mi juicio es un error del profesor Huerta de Soto fruto de la autocomplacencia.
Rothbard rescata la Escuela de Salamanca como un hito en la cultura occidental y hemos de estudiarla y aprender de ella. Pero no podemos coger el brazo cuando nos dan la mano. No podemos convertir la vindicación de la católica Escuela de Salamanca del siglo XVI en un absurdo enfrentamiento con la economía de corte protestante. En concreto, Huerta de Soto escribe lo siguiente en el prólogo a La ética de la libertad: “En esta perspectiva, además, se entiende que el desarrollo de la economía por parte de la escuela clásica anglosajona, centrada en la teoría objetiva del valor-trabajo y en el análisis del equilibrio, pueda interpretarse como una regresión en la historia del pensamiento económico que tiene su origen en un desviacionismo de origen protestante frente a la tradición tomista continental, más centrada en el ser humano y no obsesionada por los dogmas de la predestinación y de la redención por el trabajo”.
No sé si Adam Smith fue una “regresión” en su error del valor-trabajo, en todo caso corregido al cabo de unas décadas por la Escuela Austriaca. Lo que sí sabemos con seguridad es que países como Holanda e Inglaterra, y luego Estados Unidos y otros, fundaron el capitalismo moderno, mientras el Imperio español era financiado pobremente por una dogmática Iglesia católica. ¿Qué economía está “más centrada en el ser humano”? Lo cierto es que esta frase suena directamente a las encíclicas papales que contextualizaron el famoso panfleto titulado “El liberalismo es pecado”: la libertad individual, la autoposesión y el derecho a la posesión del fruto de nuestro trabajo, es herejía. Esto es lo que tuvimos en España durante demasiado tiempo mientras los países protestantes progresaban a pasos agigantados.
Lejos de implicar determinismo, el dogma calvinista de la predestinación implica incertidumbre, ya que según los calvinistas la voluntad del Señor es “inescrutable”. Precisamente el ser rico de espíritu y tener éxito profesional es lo único que nos puede acercar a vislumbrar si somos “elegidos” o no. Por tanto, en contra del cristianismo comunista primitivo, debemos esforzarnos en ser ricos de espíritu y a ser posible de hacienda. Pero lo más importante es lo del trabajo. Fue Lutero quien centró toda la cuestión en la vocación profesional. En España, solo Unamuno habló de la vocación, y en una nota a pie de página. La vocación profesional es en alemán “Beruf”, por tanto totalmente distinta de interpretaciones totalitarias al estilo del nazi “El trabajo os hará libres” (donde “trabajo” es “arbeit”) o del estajanovismo comunista. Lejos de cualquier trabajo forzado o esclavo, y más bien sinónimo del profesionalismo del trabajo libre como modo civil de ser un héroe sin recurrir a hazañas bélicas. El héroe del trabajo moderno es, por eso mismo, el empresario, el comerciante, el capitalista.
Pero lo más importante es que para tener esta ética de trabajo, en un país católico como España cuya media de paro en democracia es del 17% por mor de “proteger al ser humano”, no hace falta ser protestante. Ya Hesíodo veía en el trabajo la gran bendición de la vida como el modo de realizarse uno mismo siendo útil a terceros. Incluso la condena bíblica del Antiguo Testamento judío puede entenderse en un contexto de sociedad esclavista, pero la aportación de los judíos al campo de los negocios y el comercio nunca será del todo bien ponderada. Si no vemos en el trabajo una bendición y no una maldición no vemos nada. Sin la alegría del trabajo profesional donde desarrollamos nuestra vocación, ¿de qué ser humano abstracto hablamos? ¿Habrá que recordar que en la católica España los oficios manuales solo se consideraron “honrados” a partir de una Cédula Real de 1783? La Escuela de Salamanca es un hito intelectual, pero carece de una teoría sobre el trabajo libre profesional y en España aún padecemos esta carencia.
Profesor de Filosofía y Ciencias Sociales
Deja una respuesta