El Quijote de Avellaneda, se llamaba Quijote, pero no por eso deja de ser apócrifo.
Igual que un bolso del «top manta», que por mucho que lleve un logo de Louis Vuitton no pasa de ser un intento de imitación; la utilización de un nombre que nos ofrece la nostalgia y el sentimiento satisfactorio de un éxito común, sin aportar claras intenciones, parece indicar que estamos ante una simple y sinsorga pero peligrosa operación de marketing.
Los Pactos de la Moncloa fueron únicos, porque único era el escenario (momento histórico) en el que se tuvieron que desarrollar, único el argumento y objetivo de los mismos, y excepcionales los actores al cargo de su representación.
Veamos un poco la cronología, ya que poniendo perspectiva se incorpora mucha lógica y se analiza un proceso, y no un sólo eslabón de la cadena.
El 4 de enero de 1977 entra en vigor la Ley Para la Reforma Política, aprobada por referéndum el diciembre anterior. Para dar cumplimiento a la misma se celebran elecciones generales el 15 de junio de 1977, de las que salen unas nuevas Cortes Constituyentes con un sistema parlamentario bicameral. Bien, el objetivo de esas Cortes, por ser Constituyentes; no era otro que proponer a la Nación un nuevo régimen político. Ese objetivo, un nuevo régimen político, no existe en la actualidad. En 1977, el régimen anterior había fallecido y había que dotarse de uno nuevo. Esto no ocurre hoy. Es posible que estemos ante «una España que
muere / y otra España que bosteza». Pero en ningún caso ha habido defunción del régimen de monarquía parlamentaria, ni tenemos de dotarnos de otro.
El escenario.
Aquella obra se estaba representando en un escenario imposible. El terrorismo golpeaba con fuerza a la sociedad. La economía; con elevado paro, inflación del 26% y un sistema sin estabilizadores automáticos, amenazaba con un estallido social. Cuál fuera a ser el comportamiento del ejército ante tan compleja situación, suponía una incógnita y un riesgo adicional. Las nuevas Cortes, en pañales, no tenían experiencia, ni procedimientos, ni tiempo para generar credibilidad y ofrecer confianza. En suma, los Pactos de La Moncloa fueron una herramienta para crear una barrera de contención en las aguas turbulentas para que se generase una suerte de remanso que permitiese alcanzar el objetivo final: la Constitución de 1978. Fueron un medio para poder llegar a una meta concreta y demandada por la Nación. Crearon también, no sólo un muro de protección, crearon una forma de trabajar, un método y metodología para entenderse y trabajar que se pudo aplicar en la famosa Comisión Constitucional del Congreso que redactó el Proyecto de Constitución. Los pactos eran importantes, pero más lo era su propósito: la Constitución. Y los pactos, lo que consiguieron fue dejar trabajar al Parlamento.
Hoy en día, no existe ni demanda, ni necesidad de generar un nuevo régimen político. El terrorismo no golpea porque fue aplastado por Guardia Civil y Policía Nacional (aunque se le pretenda incorporar ahora como interlocutor sin razón alguna). Estamos en el EURO y la política monetaria, que afecta a la inflación, se debate en el seno del BCE, del mismo modo que del déficit público se habla con la Unión Europea. No se precisan de leyes que perfilen un marco penal distinto al existente. Sí que son necesarias, por el contrario, importantes medidas de relajación fiscal y de contención del gasto público. Sin embargo, de esto no parece que se vaya a poder hablar.
Son las Cortes Generales las que tiene que asumir esa función. ¿Por qué el debate de lo que se haya de realizar para salir de la crisis actual no se puede llevar a cabo respetando la función institucional del Congreso? Tienen ya el Congreso y el Senado la obligación, la historia, experiencia, capacidad, reglamentos, medios para canalizar el debate nacional y romper con ese triste espectáculo de «culiparlantes». Están previstos los mecanismos legales y constitucionales para abordar el proceso que decida la Nación que sea necesario abordar. Es el Congreso el que ha de renovar el espíritu nacional como representante de la soberanía
nacional. Y que yo sepa, no le han cortado el suministro eléctrico, ni los taquígrafos se encuentran en un ERTE. Por lo tanto, habiendo luz, taquígrafos y legitimidad institucional, no se ve razón por lo que unos pactos apócrifos lo puedan suplantar.
En los Pactos de la Moncloa, elemento esencial fueron sus actores. Un gran elenco de personajes que los españoles comenzamos a conocer y estimar. En la propuesta actual es recomendable y prudente analizar al personaje del que recibimos la proposición. Si a todo lo dicho con anterioridad, añadimos que los jefes de Sánchez, o sea Pablo Iglesias e Iván Redondo son los personajes en cuestión, concluimos que tomar en consideración su propuesta de unos nuevos pactos con un nombre de relumbrón, puede ser tan peligroso como lo hubiese sido en su día, entregar una afiladísima katana a Vellido Dolfos. Aquel que:
«Llámase Vellido Dolfos, hijo de Dolfos Vellido,
Cuatro traiciones ha hecho, y con esta serán cinco.
Si gran traidor fue el padre, mayor traidor es el hijo.»
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