El pasado 30 de marzo, la sociedad hubo de congratularse de que la justicia se impusiera, de nuevo, para enmendar la barbarie que entre nosotros rige. Hablo de la entrada en prisión de un agresor reincidente, Andrés Bódalo, que fue detenido para su posterior traslado al presidio. La satisfacción social debía darse ya que, éste señor, con unas conductas continuadas basadas en la violencia y en la intolerancia, comenzaba a pagar tales actos para en un futuro reintegrarse en la sociedad jiennense sabiendo que la agresión y la violencia no es tolerada.
Pero he aquí, que una parte de la sociedad no se congratuló, sino que exclamó que se trataba de una injusticia tremenda. Es natural que los allegados del preso clamaran por su libertad, ya que en estos casos se suelen imponer los sentimientos a la razón. Sin embargo, no sólo eran allegados los que se indignaron por que la justicia se aplicara. España tuvo que soportar, que un “hombre de Estado” como Pablo Iglesias suplicara públicamente por la liberación, indulto mediante, del sujeto. También Teresa Rodríguez, alegando que era injusto que Bódalo entrara en prisión cuando personas como Barberá o Rato gozaban hoy en día de la libertad. Ésos tipos olvidan, que, en su labor, representan tanto a Bódalo como a sus víctimas.
Cabría señalarles, a todos aquellos que con sus declaraciones arrastraron a la Ley por el fango, que con ello no sólo humillan a España. Humillan la democracia, la libertad, a todos los hombres y mujeres que hemos acatado unas normas comunes para la convivencia, humillan el acto de fe por el que todos nos entregamos al imperio de la Ley significada en la justicia para poder establecer una comunidad en paz.
Tweet de Pablo Iglesias, Secretario General de Podemos y Diputado en el Congreso
Pero hemos de señalar que ésto no es nuevo. Podemos no ha cometido el pecado original. En España, el imperio de la Ley fue menoscabado hace ya mucho tiempo. Hemos debido sufrir que un expresidente del Gobierno acompañara a dos culpables por secuestro y malversación de caudales públicos a la puerta misma de la cárcel. Hemos debido soportar a un Presidente del Gobierno en activo mandar mensajes de apoyo a un personaje acusado y denostado por presuntamente defraudar a la Hacienda Pública. En Andalucía hemos visto cómo se protegía por medio de prebendas a los dos expresidentes de la Junta bajo cuyos mandatos se robaron a los ciudadanos 4.000 millones de euros. Los catalanes tuvieron que ver cómo aquellos anticapitalistas que apostaban por la sedición rendían una humillante pleitesía al molt honorable. En Madrid soportan a una portavoz que se manifestaba con ánimo de ofender la libertad religiosa. Hay diputados que consideran a Alfon o a De Juana presos políticos. No extenderé más este elenco de la infamia, no sin recordar que bastara señalar que en España ha llegado a haber un alcalde encarcelado en pleno ejercicio de su cargo.
Felipe González en la puerta de la Prisión de Guadalajara, con Rafael Vera y José Barrionuevo.
Este conjunto de acciones, además de una defensa irracional e innoble de lo endémico, supone un peligro tanto para la libertad como para la democracia. Todas esas declaraciones, todos esos teatros, no son más que la defensa a ultranza de lo propio, más allá de la justicia, más allá de lo humano. No es más que la traslación a nuestros días de la sucia tradición que hemos de soportar desde hace décadas, consistente en justificar la muerte misma, el asesinato más ruin, en pos de defender una ideología. No es casualidad que Bódalo porte una insignia en su boina en homenaje a un genocida.
¿Cuándo empezó a importar quién era el agresor y quién la víctima? ¿Cuándo empezó a importar que el acusado tuviera tal o cuál ideología? ¿En qué momento la tenencia de un carné de un partido fue pretexto para que los afines acudieran a la defensa en legión? ¿Cuándo las declaraciones de delincuentes empezaron a cobrar mayor valor que los dictámenes de la Justicia? La respuesta es hoy. El lugar es España.
¿Hacia dónde se encamina una sociedad en la que no se respeta la Ley, en la que se puede amparar hasta el más abyecto de los crímenes? Los precedentes, de manera incontestable, nos encaminan a sociedades quebradas, mutiladas por la violencia de unos sobre otros y que no tienen mejor final que la implosión social y la más cruenta violencia entre conciudadanos. Ése es el final de este camino, pero no duden que la ignominia a la que hoy la sociedad se ve sometida por parte de sus representantes es el inicio. Hemos de temer estas formas de proceder. No duden que algún día, los impasibles observadores se verán convertidos en víctimas, y ése día, se verán indefensos, considerados por los tiranos como justas víctimas de sus ideologías.
Estudiante de Arquitectura. Granadino. Liberal pragmático con fe en España y Occidente.
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