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La libertad y la felicidad

28 de septiembre de 2020 Por //  by Alejandro Gudesblat Dejar un comentario

Son las 4 de la mañana del 21 de noviembre de 1999 en Cárdenas, una localidad de la costa norte de Cuba. A bordo de una lancha de aluminio impulsada por un motor precario y defectuoso, un grupo de catorce refugiados emprende la travesía que los llevará a las costas de la Florida. No logrará su cometido.

Durante el trayecto, la lancha es sorprendida por una tormenta y mueren once de sus ocupantes. Los tres sobrevivientes, dos hombres y un niño que aún no ha cumplido seis años, se aferran a un neumático como única posibilidad de salvación. Durante dos días, a merced de las olas y bajo el ardiente sol tropical, quedan librados a su propia suerte hasta que son avistados por unos pescadores unas millas frente a Fort Lauderdale. Los sobrevivientes son rescatados y el niño, Elián González, es inmediatamente puesto a disposición del Servicio de Guarda Costas de los Estados Unidos.

La comunidad cubano-estadounidense estaba conmovida. Algunos comparaban al pequeño Elián con Moisés y otros con Jesús. Y vale la pena tratar de entender el mensaje que conlleva, tanto a nivel moral como intelectual, el drama de un niño de cinco años solo en el mundo flotando en un neumático en pleno ocáno al rayo del sol.

La revista Newsweek, reconocida como «liberal» (en el sentido norteamericano) nos da una pista para entenderlo: «Ser un niño pobre en Cuba puede, en muchas instancias, ser mejor que ser un niño pobre en Miami. Cuba es una sociedad más pacífica que atesora más a sus niños.» Por su parte, un noticiero de la televisión cubana reproducido por la cadena CBS reportaba a un cubano que declaraba: «Pienso que los niños en Estados Unidos no pueden tener una vida similar a la que tienen en Cuba, porque hemos visto por televisión, por ejemplo, que ha habido tiroteos hasta en las escuelas. Así que yo pienso que la educación aquí en Cuba es buena.»

Es en este punto en que los intelectuales progresistas reivindican la sociedad cubana como sociedad libre contrastándola con los otros países latinoamericanos sometidos al peso de las ignominias sociales. ¿Acaso queremos tiroteos en las escuelas? No hay tiroteos en las escuelas cubanas. ¿Acaso queremos el analfabetismo? En Cuba fue erradicado. ¿Acaso queremos deficiencias en la atención médica? En Cuba, la salud pública cubre todo el país y alcanza a toda la población. ¡Aquella es la verdadera libertad!

Yo voy a disentir. La libertad no significa caminar únicamente por campos felices. Esto resulta particularmente duro de aceptar y entender porque va en contra de un ideal en el que cualquiera de nosotros, de izquierda o de derecha, creería: la libertad y la felicidad van juntas, son las dos caras de la misma moneda. Pero no lo son. Quiero decir, no siempre. La libertad y la felicidad pueden darse juntas, pero también separarse y tomar rumbos diferentes, a veces hasta diametralmente opuestos, y eso coloca al hombre en la disyuntiva de elegir.

Es cierto que Cuba ha dado pasos muy importantes en erradicar el analfabetismo, difundir los deportes, y poner la medicina, los libros y las artes al alcance de todos, pero también es cierto que ha montado una estructura de poder omnímodo y sofocante. En ese sentido, Cuba ha optado por la «felicidad» del pueblo. La antítesis es que se ha apartado del principio de la libertad. En esa estructura de poder, la posibilidad de elegir está reducida a cero. Quien elige algo distinto de lo que el sistema ha programado para él (leer los libros que quieran, decir sin miedo lo que piensan, estar o no de acuerdo con el gobierno, repetir o no sus consignas, reunirse libremente, peticionar a las autoridades, votar por el partido que quieran, entrar y salir libremente del país, incluso usar y disponer de la propiedad privada) es un traidor, un enemigo de la revolución que no quiere aceptar la «vida feliz» que se le impone.

¿Cómo no estar de acuerdo con un gobierno que nos enseña a leer y escribir, nos da salud, trabajo y educación y nos redime de los males sociales que pesan sobre los otros países de América? El hecho de que en las otras sociedades haya muchas más opciones para elegir, es decir, de pensar distinto a los demás, de cambiar de trabajo o domicilio, de disentir o aun de combatir el sistema- no significa que la felicidad esté garantizada.

En la práctica no es así, obviamente, pues ello depende en última instancia de las posibilidades reales de cada individuo (educación, aptitudes, entorno familiar, etc.). Pero eso las pone, al menos potencialmente, más cerca de aquella utopía en la que el ser humano será libre y feliz. En estas sociedades, el poder no está concentrado en una sola estructura sino disperso en varias que compiten entre sí y recíprocamente se neutralizan.

Esa dispersión es la que garantiza un margen mayor o menor- de autonomía a los individuos y, al mismo tiempo, es una continua fuente de conflictos a todo nivel. En Miami hay tiroteos y libertad. En Cuba, ninguno de los dos. Queda en la conciencia de cada uno de nosotros determinar cual de esas dos alternativas representa el mal menor.

De lo expuesto, la conclusión no es que debamos resignarnos a convivir con la violencia y las injusticias sociales que azotan nuestras sociedades. Tenemos que ponernos de acuerdo en la forma en que habremos de enfrentar estos problemas tan serios. Juan Bautista Alberdi decía que las soluciones a los problemas de la libertad surgían de la misma libertad. Nada más lejos de eso que el régimen cubano. Y en definitiva, el infierno cotidiano de escasez, racionamiento, censura, vigilancia, persecución, encarcelamientos y fusilamientos que ese gobierno le está engendrando a sus súbditos desde hace años, décadas, nos hace dudar mucho que nadie, mejor dicho, nadie que no sea un cínico- pueda hablar honestamente de nada que remotamente se parezca a la felicidad en ese país. ¿Dónde atesoran más a los niños? ¿En qué instancias ser pobre en Cuba puede ser mejor que ser pobre en Miami?

La respuesta está en una pobre lancha de aluminio en la que catorce alfabetizados cubanos apelotonados como sardinas, moviéndose a las 4 de la mañana como ladrones para no ser descubiertos, escapan horrorizados de un feliz paraíso socialista rumbo a un país donde no saben si encontrarán felicidad, pero sí saben que encontrarán libertad.

Alejandro Gudesblat

57 años, nacido y vivo en Buenos Aires. Maestro de escuela de primaria.  Me recibí en el Profesorado Mariano Acosta de esta ciudad.

Archivado en:Artículos y opinión Etiquetado con:Cuba, Libertad, paraíso

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