La desigualdad humana puede tener múltiples causalidades y factores explicativos, incluso un origen biológico o derivarse de una creación o situación de índole cultural o tradicional. Lo que resulta del todo objetable es vincular por identificación directa el hecho de la desigualdad con la causa de la injusticia. La teoría del igualitarismo en boga en muchos idearios políticos contemporáneos descansa en no pocas ocasiones en un falso naturalismo por el que se trata de abolir algunas creaciones culturales con sus respectivas formas institucionales bajo la consideración -presuntamente histórica- de ser discriminaciones injustificadas. La ingeniería social, en este sentido, se orientaría a destruir los supuestos vestigios heredados por un sistema cultural caduco que generaría desigualdad social y en consecuencia sería netamente injusto.
La objeción contracultural del igualitarismo incurriría pues en la misma trampa historicista y dialéctica que denuncia pues opera como una ideología propia de una nueva cultura en ciernes, negadora de la anterior, y al mismo tiempo, contradictoria con sus postulados, al reconocer excepciones al principio de igualdad radical mediante la introducción de tratamientos discriminatorios -pero postulados como legítimos- para el fin propuesto, en el sobreentendido de que el fin justifica los medios. Así, en materia de Género, el igualitarismo de algunos sectores feministas aboga, paradójicamente, por políticas públicas que reconozcan tratos diferenciales, es decir, discriminaciones positivas y el establecimiento de cuotas. Difuminar las diferencias entre hombres y mujeres se hace como parte de una programación de disolución antibiológica y anticultural, pero con contradicciones insalvables en su lógica interna: se busca la igualdad mediante la desigualdad con un postulado contracultural que quiere crear una nueva cultura, y al mismo tiempo justificándose en un criterio de diferencia biológica que previamente se ha pretendido deslegitimar en el paradigma que se pretende superar.
Por ejemplo, por razones de seguridad es obvio que podría ser peligroso que hombres y mujeres compartieran baños públicos, o practicaran juntos, a nivel de competición, determinados deportes de contacto en los que la fuerza física y la explosividad son factores cruciales. Asimismo, hay profesiones y puestos de trabajo que requieren condiciones físicas objetivas para el correcto desempeño de sus funciones en condiciones de peligrosidad. Algunas condiciones profesionales son objetivas o de carácter técnico y no están precisamente preestablecidas para favorecer al sexo masculino en perjuicio del femenino. La condición objetiva en el desempeño de la función en sí exige un criterio de selección en el plano subjetivo. De ahí que la rebaja en la exigencia de los requisitos de acceso a dichas profesiones sea muy cuestionable a nivel estrictamente funcional u operativo. La misma razón puede esgrimirse ante la crítica a la separación de hombres y mujeres en prisiones, por módulos masculinos y femeninos. Es el criterio de la seguridad el que debe regir en dicho ámbito para justificar la idoneidad de esta separación y ninguna consideración ideológica podría tener cabida para deshacer la separación de los reclusos en los centros penitenciarios.
La teoría de Género es una más de entre las cuestiones y temas sociopolíticos actuales en los que se está produciendo esta confusión (interesada) entre desigualdad e injusticia. Como se observa, el problema de la mentalidad igualitarista es su falta de realismo ante la naturaleza biológica y cultural del ser humano. Su propagación en la conciencia social contemporánea debido tanto a su dominio ideológico y mediático como a su reduccionismo antropológico pretende socavar el marco natural y cultural sobre la que se asienta la civilización humana. El auge del igualitarismo totalizante y las evidentes contradicciones y despropósitos colectivistas que anidan en él es la expresión más notoria de la crisis y del colapso del nuevo modelo (anti)social que se está tratando de imponer mediante diversas ingenierías ideológicas y sociológicas.
Ante esta situación, se nos presenta el reto de resistir a esta deriva, resistencia que sólo será posible desde el estudio profundo de las relaciones entre la igualdad y la libertad. Ello implica recuperar el acervo civilizatorio clásico cristalizado en los principios de la ética y de la iusfilosofía que necesariamente han de informar la acción política.
Profesor universitario y doctor en derecho. Investigador en materias de derecho mercantil y regulación de tecnologías digitales. Cultiva el pensamiento filosófico y el análisis de la actualidad política y económica.
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