No me creo que a estas alturas, nadie con algo de relevancia política desconozca el concepto que introdujo Laffer con su famosa curva: La recaudación según tipos tiene un máximo más allá del cual aun aumentándolos ésta disminuye.
La razón básica parece sencilla, simplemente el punto donde los impuestos se vuelven demasiado insoportables como para que compense pagarlos. Pero en realidad no es tan sencillo, una sociedad puede aguantar tipos relativamente más altos que otra si el poder adquisitivo de sus ciudadanos es más elevado que el de la otra. Pasa con los países del norte de Europa, y bueno, cuando comparando sólo sus tipos y no sus rentas los políticos patrios nos vienen con que “hay margen para subidas” pues para los no profanos sabemos que entran en el terreno de la obscenidad intelectual.
El corolario que sigue es relativamente sencillo de establecer: La máxima recaudación también te muestra el pico de competitividad de una nación. Dicho de otra forma, los tipos en los que la recaudación es máxima muestran el límite de la competitividad de un país, ya que el punto donde los productos supergravados (lo sean en la energia, las materias primas, el dinero o la mano de obra que los produce) dejan de ser competitivos, marca el declive de sus ventas y, por tanto, de la recaudación.
Así, en realidad, para un país, la curva de Laffer, y por tanto, su óptimo, su derivada, no es un valor independiente del resto de países de su entorno, con los que comercia, sino más bien una complejidad de tipos impositivos y competitividad industrial entre ellos. Tengamos en cuenta que unos pueden gravar relativamente más a impuestos un sector de la economía (la energía, la renta, los combustibles, el valor final de los bienes, las empresas) que otros, u otorgar menos pensiones que otros, o mejor sanidad que otros. Los impuestos, en definitiva, están sectorizados y subsectorizados, como está sectorizada la economía y luego la industria, como está sectorizada la escala productiva, como lo estamos las personas… (como dice el adagio: lo ganas, IRPF, lo ahorras, Patrimonio, lo gastas, IVA, lo das, Donaciones, te mueres, Sucesiones).
Como en la definición del caos, el aleteo del boletín oficial de un municipio puede provocar un huracán en la Plaza de la Lealtad.
Y eso para una foto fija de tipos, estática, que luego, en la práctica, no hay día que no aumenten o se creen nuevos impuestos, y lo mismo para todos los países, por lo que un gobierno que intentase mantener sus tipos en el imaginario óptimo de Laffer, sudaría tinta de BOE para mantenerlos JiT.
Pero no es la reflexión matemática lo que me ha llevado a escribir el presente artículo. La escala de los estados es distinta de la de sus habitantes, está claro. Pero también de la de sus gobiernos. Al corto plazo legislatural, a un gobierno, le da igual estar dos puntos antes del máximo de Laffer que después, ya que la recaudación es esencialmente la misma y sus clientelas igual de voraces. La cuestión es la visión a futuro que la ubicación de esos dos puntos sí que tiene: Dos puntos antes implica que la población tiene margen para ahorrar, para generar los medios de producción que a la larga aumentarán la recaudación, dos después significan el aniquilamiento progresivo de la industria y la competitividad de la nación, y con la muerte del anfitrión, la muerte del parásito, la bajada de recaudación, la influencia catalizadora de la deuda, la descapitalización.
Mañana un gobierno “populista” podría bajar de golpe varios puntos del impuesto, colocar al país en el lado sur de la curva de Laffer, mantener la recaudación, con lo que la medida a efectos fiscales sería estética, y, sin embargo, hacer que sus ciudadanos pasasen de la desesperación a fin de mes al ahorro y al consumo.
Podemos pensar que la impericia de los gobiernos neófitos les lleva a subir los impuestos en su ansia cortoplacista y por ello siempre acaban pasado el máximo de Laffer, pero tampoco es descabellado pensar que, si en algo una nación o poder tercero pudiera influir en un gobierno, siempre intentaría implantar un sistema fiscal en la bajada de la curva, ya que, a la larga, la destrucción económica e industrial podría suponer una ganancia para ellos. Básicamente, minarnos.
Quizá hubiese que hacer un análisis de la financiación que nuestros rivales económicos hacen de nuestros partidos, y de sus posteriores políticas fiscales. Quizá algunos maletines alemanes de los ochenta no pretendían la hegemonía europea de la Socialdemocracia sino la hegemonía de unas naciones sobre otras.
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