Murray Rothbard, hablando sobre rebelión fiscal, se refirió a ella como poco recomendable, sobre todo si se tiene en cuenta que el aparato estatal dispone de una force majeure. Sin duda, la afirmación del pensador anarcocapitalista tiene cierto sentido; el Leviatán tiene todas las de ganar en la disputa con las gentes a las que esquilma. Sin embargo, muchos grupos de individuos a lo largo de la historia han conseguido resistir heroicamente a las tropelías coercitivas de diferentes gobiernos tiránicos y liberticidas, y conseguir una transformación verdaderamente social en sus territorios frente a esas fuerzas centralizadoras que se adueñaban del fruto legítimo de su trabajo.
La revolución americana, la más influyente entre todas las de su tiempo, comenzó con uno de estos gestos ejemplares a ojos de la historia. El 16 de Diciembre de 1773, y ante la imposición de una tasa en la venta del té por parte del rey Jorge, un grupo de colonos disfrazados de indios se encaramó a los barcos anclados en el puerto de Boston y arrojaron todas las cajas de té cargadas en ellos como señal de protesta en un hecho conocido como el Boston Tea Party nombre que ha tomado el movimiento político constitucionalista de los últimos años-. Lo que ocurrió después todos lo conocemos: una declaración que pasará a la historia, una cruenta guerra y una independencia conseguida frente a la mayor potencia militar y económica del momento. En apenas un siglo de libertad en todos los aspectos exceptuando la lacra de la esclavitud en los estados agrícolas de sur- consiguieron crear prosperidad en todas las capas de la sociedad, generando riqueza y atrayendo inmigrantes provenientes de toda la Europa decadente de la miseria y los absolutismos.
Otro evento a tener en cuenta fue la rebelión flamenca del siglo XVI frente a la Monarquía Hispánica. Aunque es generalmente aceptado que la cuestión religiosa es la principal motivación por la que se movió la Guerra de los Ochenta años, lo cierto es que el detonante de la insurrección fue el establecimiento por parte del Duque de Alba de la décima, una copia de la alcabala imperante en España y que suponía la recaudación del diez por ciento de las compraventas de bienes muebles (¡diez por ciento de IVA!). El desenlace fue similar al anterior ejemplo, las Provincias Unidas consiguieron su independencia y lograron convertirse en la primera potencia económica mundial, pese a su tamaño, con un modelo que se puede considerar como el embrión del liberalismo económico que comenzó años después de la mano de Adam Smith.
Más recientemente aunque no de menos importancia histórica fue la Marcha de la Sal promovida por Mahatma Gandhi. Ante los impuestos por parte del Imperio Británico sobre la sal que, al ser un bien insustituible, derivaba en un aumento elevadísimo del precio de la misma, el pensador hindú propugnó una rebelión pacífica con el fin conseguir de una vez por todas la autonomía de su país.
Evidentemente, tras décadas y décadas de adoctrinamiento y políticas de pan y circo, el aparato estatal se ha conseguido legitimar y hacerse ampliamente aceptado por prácticamente todos los sectores sociológicos de la población como único ente capaz de gestionar sus bienes y proporcionarles los servicios que todo ser humano requiere. El escolástico Juan de Mariana señalaba en su De rege et regis institutione el establecimiento de impuestos sin aprobación de los súbditos como situación en la que cometer tiranicidio estaba justificado; este supuesto, aunque intrasladable a un estado del derecho como el que se supone que vivimos a día de hoy resulta injustificable el uso de la violencia-, nos muestra la involución evidente que ha sufrido el imaginario colectivo con respecto a las estructuras de poder, al menos en la esfera fiscal. Erigirse como agente totalmente imprescindible, moral y pragmáticamente hablando, en la vida económica de las gentes es el gran triunfo del estado y sus burocracias. En estos momentos en los que la gente tolera, e incluso considera beneficioso el robo del fruto de su trabajo, nuestra misión es mostrar a la sociedad como los impuestos son perjudiciales, inmorales e ineficientes sin ningún género de duda, independientemente de que estos se recauden por parte de instituciones elegidas de forma legal y democrática.
ÓSCAR GUINEA GONZALVO
Estudiante de Economía en la Universidad de Oviedo.
Deja una respuesta