Supongo que tendría unos dieciséis años cuando oí hablar por primera vez de Edmund Burke. En aquel entonces, empezaba un servidor a adentrarse en el estudio de la Historia y, como suele suceder, la historiografía predominante en los manuales genéricos realizaba la dicotomía entre los que secundaron la Revolución Francesa –los buenos– y los que la rechazaban – los malos-. Por esto mismo, me pareció que Burke era una suerte de carlista a la anglosajona. El Joseph de Maistre de la Pérfida Albión. Nada más lejano con la realidad.
Poco a poco, a Dios Gracias, y de manera un tanto indirecta, comencé a leer sobre el pensador político irlandés y me decidí a adquirir y devorar su obra más significativa: Reflexiones sobre la Revolución en Francia donde, en correspondencia con un amigo francés, da su opinión sobre los sucesivos acontecimientos a la par que reflexiona sobre las diferencias abismales entre el proceso revolucionario británico que se había dado apenas un siglo antes y el francés, que se estaba desarrollando en aquellos instantes. Frente al Racionalismo -y su consiguiente Tabula Rasa- del proceso jacobino, Burke defenderá que Francia ha de seguir el modelo de la Gloriosa Revolución, basada en las libertades antiguas, en la conservación de lo positivo de la tradición –y en el desecho de lo negativo- y en una Constitución Histórica que debería estar basada en la Ley Natural y no en el Derecho Positivo.
Es evidente, que este discurso de las Libertades Antiguas está más que rodeado de un aura, como mínimo, un poco romántico. Aunque en el siglo XIII el Parlamento logró que Juan sin Tierra les cediera poder merced a la Carta Magna (1215), no se dio nada análogo a un sistema liberal parlamentario. No obstante, esta dialéctica es positiva y necesaria a la hora de luchar contra la Monarquía Absoluta y para no caer en la patología propia de toda generación, que se cree que va a ser ella la que terminará con todos los males que acechan al mundo. Es decir, valorar la sabiduría de los que nos precedieron y sus experiencias. Utilizando la terminología característica de Friedrich Hayek, -que por cierto, tanto admiraba a Burke- el Orden Espontáneo.
Burke, se vio ante la tesitura de seguir a su partido –el whig– como un borrego o, por el contrario, ser independiente y auténtico. Frente al Toryismo melancólico del estuardo Derecho Divino de los Reyes y a unos whigs radicalizados con el proceso revolucionario del otro lado del Canal de la Mancha, Edmund Burke optó autocalificarse de Viejo Whig, es decir, defensor de la Revolución Gloriosa y sus principios: libertades individuales o negativas e históricas, Derecho Natural, Tradición y Virtud Cívica. Apenas media docena de compañeros whigs se unieron a su facción parlamentaria. En el otro lado del charco, Thomas Jefferson –en muchos aspectos con un pensamiento político muy similar al de Burke- creía, ingenuamente y un poco cegado por su aversión hacia el gobierno de Su Graciosa Majestad, que lo que los franceses estaban realizando era muy análogo a lo que él y los Padres Fundadores habían hecho. Mientras, Thomas Paine, autor del archiconocido Common Sense, parece que perdió el sentido común y a poco estuvo de disfrutar del invento favorito de los jacobinos terroristas: la guillotina. Todo hacía entrever que Burke iba ser condenado al ostracismo y así hubiera sido si no llega a ser por una tradición decimonónica whig y conservadora peelita que le tuvo en alta estima, y merced al pensador conservador Rusell Kirk que realizó un esfuerzo espectacular para recuperar su figura y su pensamiento.
Quizás sea el pensamiento burkeiano el que mejor se acerque a mi cosmovisión. No solo por su concepción antiestatista y antihobbesiana de la res publica, sino por su melancolía, grosso modo. Es evidente que la economía libre ha significado más prosperidad material en términos generales. Burke ya se dio cuenta de ello y alabó la Riqueza de las Naciones de Adam Smith. Aunque aún queda mucho por hacer, somos más ricos que nunca, por así decirlo. Sin embargo, también es evidente que la modernidad estaba trayendo consigo una pérdida de valores, de formas, de costumbres, de concepción de belleza etc. El Racionalismo y el Deísmo estaban liquidado el Cristianismo, base nuclear de la Tradición de Libertad netamente occidental. Como dice el maestro Dalmacio Negro Pavón, la Modernidad ha generado una crisis religiosa y esta es, a su vez, una crisis política del liberalismo no hobbesiano o estatista
De ahí, el título de este artículo: liberal triste. El término no es mío sino del sociólogo italiano Carlo Gambescia, el cual ha escrito un libro homónimo en el que habla sobre Burke. Es un liberalismo triste porque, pese a estar eufórico por el progreso material, se siente triste por el crecimiento del Leviatán, que ya no distingue entre lo público y lo privado. Y es, a su vez, melancólico de aquel tiempo en el que el ser humano tenía claro la existencia de un deber de ser virtuoso, y las costumbres y formas. Hoy, impera el cortoplacismo, el atomismo –que no el individualismo- y el defecto de ser un idiota en el significado original del término griego. Es decir, que no nos interesamos ya por lo público. Y lo público no es sinónimo de estatal por mucho que nos quieran inculcar esa mentira.
El liberalismo ha caído en el economicismo propio del marxismo y ha cedido, indiferente, ante el relativismo social y el libertinaje. Y, en el mundo que nos ha tocado vivir, huelga recuperar la Tradición de la Libertad. Esto significa, aunque puede parecer contradictorio, que hay que ser liberal a la par de reaccionario. Reaccionar ante lo Políticamente Correcto. Si no, jamás podremos salir del matrix socialdemócrata.
Parlamentos seleccionados de Edmund Burke:
-Para que triunfe el mal, sólo es necesario que los buenos no hagan nada.
– Hay un límite más allá del cual la tolerancia deja de ser una virtud.
-Agradar cuando se recaudan impuestos y ser sabio cuando se ama son virtudes que no han sido concedidas a los hombres.
-Las personas que nunca se preocupan por sus antepasados jamas mirarán hacia la posteridad.
-La sociedad humana constituye una asociación de las ciencias, las artes, las virtudes y las perfecciones. Como sus fines no pue den ser alcanzados en muchas generaciones, en esa asociación participan no sólo los vivos, sino también los que han muerto y los que están por nacer.
– El pueblo no renuncia nunca a sus libertades sino bajo el engaño de una ilusión.
-La tiranía de una multitud es una tiranía multiplicada.
– La era de la caballería se ha ido. La de los sofistas, economistas y calculadores ha triunfado, y la gloria de Europa se ha extinguido para siempre.
Estudiante. Liberal Clásico, Hayekiano y apasionado de
la Historia.
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