¿Derecha frente a izquierda o corrupción frente a transparencia? Este es el presente dilema , las coordenadas políticas en que nos estamos moviendo y es el principio de todos los problemas que están teniendo el Partido Popular, el PSOE e Izquierda Unida. También es un combate de comunicación que los liberales, la más sana, racional y resolutiva corriente de pensamiento que ofrece el mercado de las ideas, tienen el deber de ganar.
Tras dos siglos de dominio no total, pero sí mayoritario del binomio izquierda frente a derecha, aquella, la izquierda, cambia momentáneamente los términos del debate con el objetivo de ganar el viejo debate, ese que ya perdió una vez.
Un error, que se arrastra de lejos, es confundir el discurso izquierda- derecha con el de Estado frente a mercado. En ese eje, la crisis económica, cuyas causas habría que acabar refiriendo en última instancia al intervencionismo del Estado en la economía y, especialmente, en la manipulación de la moneda, la izquierda ha encasillado a los liberales en la derecha y ahogado sus mensajes. Intervenir en los negocios, en los mercados y en la moneda NO es liberal pero lo practican muchas derechas. Esto es harto conocido. No obstante, la renovación del combate político abre nuevas oportunidades, más claras, para proponer más libertad y menos Estado.
El populismo latinoamericano, traducido al español peninsular como Podemos semioculta su definición izquierdista y, sin renunciar ni a uno solo de sus postulados tradicionales, propone un debate, el de transparencia frente a corrupción que barre a parte de sus competidores de la izquierda, por supuesto, a toda la derecha y , lo pretende, también a los liberales. Van en aumento los que caen en este engaño y ya son muchos más los que no saben a qué atenerse con el nuevo discurso. Esta es la causa de la incertidumbre electoral que los españoles viven en 2015. El nuevo eje ofrece una fuerte apariencia de novedad y provoca entusiasmos y desconciertos a partes iguales Sabemos que la solución populista es la reedición de la corrupción, llevada al por mayor, al aumentar la discrecionalidad de los gobernantes y de los grupos de presión, nuevos o transvestidos, en el uso del dinero público. Ese es el discurso: no hay izquierda ni derecha, hay corruptos y nuevos demócratas.
Se trata de una mentira, sí, pero muy interesante puesto que ofrece una oportunidad al liberalismo para desmarcarse completamente de la intromisión del gobierno en la vida de los ciudadanos. Desmarcarse también de la que ha practicado y practican las derechas europeas. Ofrece a los liberales la oportunidad de aceptar el reto en actitud no defensiva, sino ofensiva: colocarse como única solución transparente frente a corrupción supone centrar las miradas en las propuestas que la libertad económica ofrece al asalto de los recursos del Estado que, cuando mayores son, mayores su saqueo. Soluciones que pulverizan las prácticas neosocialdemócratas de la derecha, por corruptas además de liberticidas, e identifican las prácticas de más estado de los populistas con su verdadero objetivo: mayor discrecionalidad para corromperse.
Los liberales llevan en su mochila el código ético más estricto: el del respeto a los derechos de propiedad frente a las expropiaciones de cualquier gobierno. Estatalizar directa o indirectamente incentiva siempre la corrupción; proteger la propiedad desregulada introduce el código de todo buen negocio, pequeño o grande, donde la compra y la venta son consentidas. Solo así se enriquecen a las dos partes. El código de los derechos de propiedad y el recorte, este sí, de la intervención gubernamental exige que los tratos del ciudadano o de las empresas con el Estado sea mínimo. Es en esos tratos, esencialmente, donde se genera la posibilidad de corromperse, de expropiar a unos para dar a otros.
¿Es posible hacer decente a un mega-estado invasor de la vida social? No, es casi imposible porque con él aumenta el pastel y atrae a potenciales beneficiarios. La solución populista clienteliza y corrompe, pero tampoco es válida la solución de la derecha y de la izquierda socialdemócrata donde loa protección a los grupos de presión, legalizados o no, se dan en todos los servicios públicos y en todos los tratos con el ciudadano.
El nuevo eje propuesto en el debate político corrupción o transparencia también es de los liberales. También en él su análisis y sus conclusiones son mejores. Atacar aquella recortando al Estado que la propicia, es la batalla. Tengamos claro que es imprescindible ganar el debate sobre la corrupción porque, de lo contrario, la salida de esta crisis acabará trayendo más.

JOAQUÍN SANTIAGO
Licenciado en Historia por la Universidad de Oviedo y en Ciencias Políticas por la Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED). En octubre de 2002 funda la bitácora digital «Asturias Liberal» y en 2005, «España Liberal».
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