We the people, nosotros los individuos, estamos en una encrucijada de difícil solución pero necesario posicionamiento. Dos modelos de entender la sociedad, la política, la economía y, en definitiva, la vida de las personas, están en un conflicto más polarizado cada día que pasa.
Hace un cuarto de siglo que el Muro de Berlín cayó y el bloque soviético se desmanteló, sin embargo, el mundo occidental cometió entonces el trágico error de pensar que el fantasma del socialismo real había abandonado la faz de la tierra de una vez por todas. Nada más lejos de la realidad, tras un par de décadas de bandazos electorales pero fagocitando día tras día la vida universitaria, cultural e ideológica, el muerto viviente socialista ha resurgido con una fuerza considerable, cosechando los frutos astutamente sembrados durante años.
Obviando los detalles, el panorama es desolador. La derecha embustera y la izquierda expoliadora compiten por hacerse con el lamentable logro de construir el estado más elefantiásico, los impuestos que más asfixien al contribuyente, la administración pública más ineficiente, la regulación que más impida y obstaculice la acción humana y, en definitiva, la sociedad menos libre.
Intentando inmiscuirse en nuestras vidas, este conjunto de políticos burócratas e inútiles, enemigos de la responsabilidad individual. Este conjunto de parásitos chupópteros de trabajadores honrados y sufridos, y empresarios creadores de valor, riqueza y prosperidad. Este conjunto, llamado casta por algunos y a los que nosotros, minoría absoluta, nos referimos como los descerebrados peones del consenso socialdemócrata, han estado cometiendo el crimen ético de promover el pensamiento único, la absoluta falta de crítica y la dictadura de lo políticamente correcto. De esta manera, han preparado el terreno a la izquierda neocomunista y tejido una alfombra roja que hoy es de terciopelo pero que mañana podría ser de sangre sino nos levantamos y luchamos, en defensa propia, por los derechos que nos pertenecen por el hecho de ser nosotros mismos.
Siglo XX, siglo de guerras mundiales, fruto exclusivo del comunismo, el fascismo, el nacionalismo y las demás fuerzas antiliberales. Los padres de la nueva Vieja Europa creyeron que la panacea era construir una vía intermedia entre el capitalismo y el comunismo para solucionar los problemas que se sobrevendrían. Se decía que el término medio era la opción más avanzada. Nosotros, la minoría absoluta, negamos la mayor: la tibieza es cobardía, el extremismo en la búsqueda de libertad no es vicio y la moderación en la búsqueda de la justicia no es virtud.
Justamente es esa socialdemocracia infecta, fruto de la alianza entre sindicalistas infames, políticos sin escrúpulos y viejas élites de otros tiempos sin oficio pero con ilegítimos beneficios, la que se ha arrogado el derecho de controlar nuestras vidas e imponer sus viciados esquemas mentales, a través de un sistema educativo estatalizado y monopolizado por sus tontos útiles. Nos han infantilizado, han creado su Matrix particular, nos han hecho creer que no tenemos responsabilidad y, por lo tanto, que nuestras desgracias son exclusivamente culpa de los demás. Y lo peor es que hemos permitido que lo hagan.
Obvio es que, nosotros, casados con la libertad, hoy minoría absoluta, mañana fuerza imparable, no creemos en la benevolencia del poder, no creemos que los colectivos excluyentes tengan más derechos que el individuo, no creemos que la solidaridad pueda ser impuesta y no creemos que una parte de la sociedad, independientemente de su tamaño, tenga el derecho de vivir a costa de la otra sin su consentimiento explícito.
Hay quien dice que los liberales, como grupo aunque minoría absoluta-, somos egoístas, despreocupados por los males ajenos y asociales. Tal afirmación, además de ser una falacia las personas son más o menos generosas, más o menos bondadosas o más o menos empáticas independientemente de su ideología- es una absoluta contradicción ya que pensar que la solidaridad se puede imponer desde el estado carece de sentido y coherencia. Nosotros, la minoría absoluta, creemos que la generosidad sólo puede nacer de forma libre y espontánea y que si el político nos obliga coactivamente a practicar la generosidad, ésta pierde instantáneamente su significado y se convierte en esclavitud. Y a la minoría absoluta no nos gusta la esclavitud.
No podemos dejar de repetir que desde la izquierda inquisitorial más embaucadora e iletrada se nos quiere obligar a pensar que los mercados libres han sido los culpables de la situación catastrófica de los últimos años. Afortunadamente, nos pueden expropiar todo excepto nuestras ideas y, un crítico y lógico análisis de la realidad empírica nos lleva a afirmar y denunciar que el estado nunca antes había ocupado tantas parcelas de nuestras vidas, que el gasto público y los impuestos nunca habían sido tan escandalosamente elevados, que los mercados financieros y energéticos nunca habían estado tan asquerosamente intervenidos y que el paternalismo del político de turno nunca había sido tan extremo.
Gratificantemente, no todo son malas noticias. A lo largo y ancho del mundo oasis de libertad y prosperidad han emergido. Países como Australia o Nueva Zelanda en Oceanía, Suiza o Estonia en Europa y Canadá o Chile allende los mares, también Suecia o Dinamarca en menor medida, nos ofrecen una referencia en la que fijarnos y a la que seguir. Estos sistemas, los más capitalistas entre todas las sociedades humanas, han alcanzado las cotas de riqueza, progreso y tolerancia más gloriosas de la historia de la humanidad.
Así pues, nosotros, la minoría absoluta, hijos de Jefferson, la revolución americana, Bastiat, Hayek, Mises y la Escuela Austríaca de Economía; también de Ortega y Gasset, Clara Campoamor -la heroína liberal que consiguió el voto femenino para las españolas, con la oposición de la derecha reaccionaria y gran parte de la izquierda- y herederos de todos los demás pensadores y políticos liberales, acribillados por el comunismo y silenciados por el franquismo, nosotros, último bastión de la libertad, sólo demandamos algo simple: que nos dejen vivir nuestra vida, que nos dejen ser responsables, que nos dejen acertar y prosperar, pero también fracasar y aprender, que el estado y la política retroceda, que desregulen los mercados para que la innovación florezca, los salarios suban y los empresarios puedan ofrecer mejores y más baratos productos al consumidor, que el poder pueda ayudar a los más desfavorecidos, sí, pero que también proteja nuestra vida, nuestra libertad y nuestra propiedad frente a agresiones de terceros.
Libres como somos, también exigimos que se les deje escoger a las familias el colegio y los cuidados médicos que consideren más apropiados para sus hijos mediante la implantación del cheque escolar y el cheque sanitario. Que nos dejen pensar y creer en lo que queramos siempre y cuando no dañemos a los demás.
Tenemos la obligación de luchar en todos los campos dónde se nos presente batalla, allá donde la sociedad necesite que actuemos, no descansar, no cesar ni un minuto sabiendo que nuestras armas son las mejores: la razón y la experiencia nos dicen que el sistema que proponemos, imperfecto y mejorable como todos, es el que más bienestar y seguridad ha traído allí donde ha sido aplicado. Y es que nosotros, la minoría absoluta, los liberales, los desposeídos, no nos vamos a dejar amedrentar ni abandonar la lucha pacífica por aquello en lo que creemos. Y no se trata de una cuestión de ventajismo y ocurrencia, se trata de una cuestión de ética, justicia, necesidad y legítima defensa.
ÓSCAR GUINEA GONZALVO
Estudiante de Economía en la Universidad de Oviedo.
Deja una respuesta