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Un hombre de paz no busca notoriedad, ni polémica, ni provocación. No es, ni podrá ser nunca, un hombre de paz quien se dedica a divulgar ideologías envenenadas y perseguir fines abominables, justificando cualquier medio empleado para lograrlos. La sola presencia de Otegi en el Parlamento Europeo provoca náuseas. Su discurso cínico y deliberadamente conciliador, asco mayúsculo. Ver a Otegi en el Parlamento Europeo es tan insoportable como lo habría sido ver a un pederasta en un colegio hablando sobre derechos de la infancia. No es que hubiese sido menos culpable por no hacerlo, ni siquiera más digno, pero al menos habría demostrado un mínimo de esa humanidad que dice defender en forma de derechos si al salir de la cárcel nos hubiese ahorrado sus mítines y se hubiese ido a su casa sin hacer ruido. (…)
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